sábado, 23 de enero de 2010

"Nine", de Rob Marshall


Los maléficos lumbreras de siempre ya vaticinan su fracaso en taquilla, basándose simplemente en que en Estados Unidos no termina de arrancar. ¿Cómo espera el consejo de sabios que triunfe en el país de las palomitas una película cuyo espíritu es cien por cien europeo?

Entre otras muchas cosas, el bagaje cinematográfico que llevo a mis espaldas me ha servido para simplificar cada vez más mi acercamiento a los estrenos. No me dejo llevar por nada, ni por las críticas de sesudos expertos que se centran más en la iluminación o en el vestuario que en la historia que se nos cuenta, ni por los comentarios de mentecatos que son incapaces de reconocer que el mundo no gira ni alrededor de ellos ni alrededor de su blog. No. En esta ocasión, podría haberme dejado llevar por ese absurdo comentario que ya han esgrimido unos cuantos eruditos (“un remake del inmortal Fellini. ¿A quién se le ocurre?”), o por la reciente visión de una muestra de cine en estado puro como “Avatar”, pero no, no lo he hecho.

He decidido que la mejor manera de disfrutar de una película, es hacer una especie de cura de humildad. Sentarse en la butaca, dejar de lado nuestros conocimientos, nuestra cultura cinematográfica, nuestra mezquina existencia con ínfulas de renombrado crítico, y disfrutar, simplemente, del espectáculo. Esta noche he sentido verdadera lástima de la chica sentada a mi lado, que miraba la luz de su móvil cada treinta segundos, o del joven que, a la salida, le comentaba a su novia, con tono de “porque yo lo valgo”, que no soportaba esa manía de mezclar imágenes en blanco y negro con imágenes en color. He sentido verdadera lástima, porque me he dado cuenta de que jamás serán capaces de disfrutar de un espectáculo como “Nine”. Los árboles que tienen en la cabeza jamás les permitirán ver el bosque. Es una pena, pero es así. “Nine” no gustará a mucha gente, pero mientras existan unos cuantos que disfruten como lo he hecho yo esta noche, merecerá la pena ir al cine no sólo a comer palomitas.

“Nine” es algo más que un simple homenaje a la película 8 y medio de Fellini. Ni conozco el musical de Broadway, ni me importa. Tampoco conocía el espectáculo en el que Tim Burton basó su “Sweeney Tood”, otra joya de película, y cuando lo vi me defraudó profundamente. “Nine” es una referencia, para los que hemos visto algo de cine, a un montón de películas, tanto de Fellini como de otros directores. “Nine” recuerda en algunos números a “Cabaret”, a “Chicago” y hasta a los anuncios del hombre de Martini. La magistral mezcla de imágenes en blanco y negro con imágenes en color, de la que se quejaba mi vecino espectador, consigue un efecto de cambio temporal perfectamente equilibrado. En algún lugar he leído que Rob Marshal, el director (¿estamos ante el nuevo Bob Fosse?) deslavaza los números musicales aislándolos entre sí, no enfrentando, por ejemplo, a Sofía Loren con Penélope Cruz, como ya hiciera en Chicago. ¿Es eso un error, o una genialidad, al presentarnos a cada una de las mujeres presentes en la vida de Guido Contini como la protagonista de su propio espacio vital, de su propio número musical? Empiezo a estar un poco harto de esos críticos enfermizos, que saltan de alegría cuando descubren una sombra en un mar de luces, como ese simple que escribió que le extrañaba que las flechas de los indígenas de Avatar fueran capaces de romper un cristal de helicóptero americano.

Por favor, dejaos llevar por el espectáculo. Es imposible que el número musical de Saraghina, el personaje interpretado por Fergie, no os ponga la piel de gallina (como me recordaba esta mujer a la Volpina de Amarcord, por cierto) durante toda su duración, o que no disfrutéis con la canción interpretada por Kate Hudson, rodeada de esos “hombres Martini” tan sugerentes. “Nine” ha conseguido incluso el afianzamiento de mi reconciliación con Penélope Cruz, que empezó con “Vicky Cristina Barcelona”, perfecta en su papel de Carla, la voluptuosa amante del disperso director de cine. Su baile y la canción que canta al principio de la película darán sin duda mucho que hablar. La actriz está demostrando que será buena mientras no vuelva a dirigirla Almodóvar.

Muchos fariseos compararán a Daniel Day Lewis con Marcello Mastroianni. Resulta inevitable. Serán incapaces de darse cuenta de que, cada uno con su estilo, han personificado de una manera muy digna al trastornado director de cine obsesionado con las mujeres que han dirigido su vida. “Italia es un país dirigido por hombres a los que manipulan sus mujeres”, proclama con acierto en un momento de la película. Es otra faceta que se puede encontrar el que acuda a verla sin prejuicios, sin equipaje: las frases. Cada una de ellas podría constituir perfectamente un axioma filosófico. Las conversaciones del protagonista con Judi Dench son dignas de figurar en una antología de la relación entre hombres y mujeres. De hecho, al salir he tenido la sensación de que la película es, como ya lo era 8 y medio, un monumento perfecto a la mujer. Daniel Day Lewis camina encorvado por los pasillos de la pensión en la que ha sumergido a Carla, fuma sin darse cuenta de que está fumando, sufre, llora, pide ayuda y muestra su debilidad y fragilidad a cada momento, algo que no hacen las mujeres que forman parte de su vida (salvo Carla en el episodio de la pensión). Nicole Kidman (perfecta. Aunque no sea mi actriz preferida, lo reconozco) y Sofía Loren muestran una entereza absoluta, un dominio de la situación casi completo. Contini, el director, es el centro del Universo, un centro cambiante, variable, en ocasiones fuerte y en ocasiones enfermo, y ellas sus satélites.

La película destila también un marcado carácter mediterráneo. A veces cuesta pensar que se trate de una película americana. El ambiente romano de los años sesenta ha sido retratado a la perfección. El balneario de Anzio despierta en el espectador las ganas de perderse por unos días en un rincón tan decadente y tranquilo como ese. Los paparazzis persiguiendo en moto al director de cine, la recreación de los estudios de ciune de Cineccitá, las vistas de Roma y sus alrededores, o los continuos guiños a películas italianas de la época, conforman un ambiente muy conseguido, que logra retrotraernos a esa época de esplendor.

“Nine”, un verdadero espectáculo que no defraudará ni a los amantes del cine musical, ni a los que disfrutan con esas películas que nos muestran el cine dentro del cine, en este caso con un resultado magistral.