viernes, 13 de noviembre de 2009

La ola (Die welle)


Dedicado a mi sobrino Adrian



“La ola” es una película alemana, dirigida por Dennis Gansel, con un argumento sencillo, que va cobrando fuerza a medida que avanza. Ya he comentado bastantes veces que considero en cierto modo aburrido y poco agradable a los ojos en general el cine alemán, pero reconozco que de vez en cuando nos sorprende con auténticas joyas como esta. Porque “la ola”, amigos, es eso, una joya, de esas que te hacen pensar y remueven tus esquemas.


La historia es sencilla. Al profesor Rainer Wenger (interpretado por Jürgen Vogel, un actor al que no conocía, pero que a partir de esta película se ha convertido en uno de mis ídolos) le emplazan para que realice con sus alumnos un trabajo sobre la autocracia. No le gusta el asunto, porque hubiera preferido dar otra materia, pero en la primera clase, cuando sus alumnos le dicen que sería impensable un resurgimiento del nazismo, se le ocurre la idea feliz que constituye el entramado de toda la película.


Todo empieza como un juego, como un ejercicio destinado a entretener a unos alumnos que están a punto de acabar el curso, y que no quieren complicaciones. Rainer les dice que se levanten, que estiren la espalda, y que respiren profundamente. Nada más, sólo eso, pero todos al mismo tiempo. Se propone demostrar que no resulta sencillo sustraerse al atractivo de pertenecer a un grupo, y para mantener cohesionado a ese grupo, lo principal es mantener la disciplina. Una disciplina, la que sea, pero todos por igual. Esa es la clave del éxito que empieza a tener Rainer. Uno de sus alumnos les comentará entusiasmado a sus padres, durante la cena, lo bien que se lo ha pasado ese día en clase, y sobre todo, lo importante que se ha sentido. Es de destacar, y lo considero un acierto del guión, que el padre de ese muchacho pasa de lo que le está contando su hijo, lo que denota probablemente la razón de la debilidad de espíritu del muchacho.


El segundo día de clase, Rainer les hace levantarse, y les pone simplemente a andar en el sitio con paso marcial. Todos al mismo tiempo, eso es lo importante. Poco a poco, el paso se va haciendo más denso, más potente, hasta el punto de hacer temblar el techo de la clase que están dando abajo. Es el comienzo de la identidad de grupo. A lo largo de los días, se van sumando a la clase de Rainer más alumnos, entusiasmados con esa especie de experimento que está haciendo el profesor. El siguiente paso es vestirse todos con la misma ropa, una simple camisa blanca, y establecer un saludo, para reconocerse unos a otros cuando estén fuera del grupo. Estamos asistiendo, sin apenas darnos cuenta, a la creación de un movimiento totalitario, y lo terrible del asunto, lo que me puso los pelos de punta como espectador, es lo fácil que puede resultar llegar a conseguir algo así. Es abominable ser testigo de lo que se puede lograr con un poco de labia, no mucha, y un poco de disciplina. Llegas a la conclusión, viendo la película, de que la disciplina fascina, probablemente sobre todo cuando jamás se ha practicado.


El guión nace de la novela de Morton Rhue, que se basaba a su vez en el experimento que William Ron Jones, un profesor de la universidad de Palo Alto, California, realizó en 1967. Al parecer, el personaje de Rainer está inspirado en ese profesor.


Al buscar nombres para el movimiento, se impone “la ola” por encima de todos los demás. Una ola que arrasa todo a su paso, y que va creciendo, incontenible y decidida. Se van sumando cada vez más alumnos al movimiento. Es curioso, pero no pude evitar pensar que ni siquiera se daban las circunstancias en las que triunfó el nazismo en Alemania. No había paro, ni hambre, ni contubernios judeo masónicos, causas que se esgrimen a veces para intentar justificar lo injustificable. Nada de eso. Los alumnos integrantes de la ola son muchachos privilegiados, pertenecientes a una sociedad opulenta, sin problemas de ningún tipo. ¿Porqué fascina entonces tanto una aberración como la que va tejiendo Rainer?. Porque son jóvenes, y por tanto manipulables. Bueno... No estoy de acuerdo totalmente con eso. Son jóvenes, de acuerdo, pero también son inteligentes, y sobradamente preparados en lo que se refiere a los últimos adelantos informáticos y de cualquier otro tipo. ¿Porqué, entonces?. Esa es la pregunta que late desde el principio, y a la que ni yo ni creo que nadie haya sido capaz todavía de dar una respuesta del todo adecuada.


Es posible que se trate de una necesidad enfermiza de gregarismo. El propio Rainer lo apunta en uno de sus discursos. El individuo por sí sólo no vale nada, es la pertenencia al grupo lo que le protege, lo que le da fuerza. Los integrantes de “la ola” están cada vez más orgullosos de su pertenencia al grupo, y se vuelven insolentes y despectivos con los que no tienen el privilegio de compartir esa enorme dicha.


La película es alucinante, os lo aseguro. La trama va in crescendo, hasta llegar al paroxismo de la escena final en el campo de deportes, que no os voy a contar, por supuesto, porque quiero que veáis la película. Puedo deciros que uno de los aspectos más inquietantes de “la ola” es su relación espacio-tiempo. Considero un acierto de maestro del cine que el director divida la trama en capítulos, nombrando cada uno con el día en el que transcurre. Resulta monstruoso comprobar en qué se convierten los alumnos en el dilatado plazo de... ¡!una semana!!. Como lo oís. Una sola semana es el tiempo necesario para que un líder carismático sea capaz de rodearse de un ejército de fanáticos. Es increíble.


La dedicatoria de esta entrada tiene mucho sentido. Fue mi sobrino Adrian, un joven de diecisiete años, muy parecido a priori a los que protagonizan la película, quien me la recomendó. No me sorprendió que me la recomendara, porque Adrian es un gran aficionado al cine, con criterio de adulto, y se está ganando por méritos propios un puesto de honor en este mundo, sino la forma en que lo hizo. Me contó por encima el argumento, y reflejaba perfectamente la impresión que le había causado, y que fue exactamente la misma que me causó a mí después de verla. “Es increíble, tío. Parece como si de repente se volvieran todos locos”. Adrian fue quien me empujó a verla. Resulta curioso. Es posible que existan dos tipos de jóvenes, los que se dejan manipular, y los que poco a poco han ido adquiriendo un criterio propio, una forma de ser que haría impensable la vuelta a la barbarie que supondría un experimento como el de Rainer, pero a gran escala. Jóvenes que, como Adrian, son capaces de discernir, de elegir la grandeza del individuo frente a la ofuscación y oscuridad de la masa. Jóvenes que, al observarlos en sus comportamientos y actitudes, transmiten cierta tranquilidad, porque saben lo que quieran.


Adrian es de estos, por suerte, pero, ¿qué pasará con los que no son como él?