lunes, 2 de noviembre de 2009

Sam Peckinpah




La primera dificultad al escribir sobre este peculiar director de cine surge ante su mismo nombre: Sam Peckinpah. Un apellido extraño, rotundo, como un latigazo, que cuando se escribe, siempre da la impresión de que sobran "haches" o faltan "kas", o de que las que hay se colocan dónde les sale de las narices. Se escribe así, como yo lo he hecho, y lo he verificado en la Wikipedia, así que, en ese sentido, me quedo tranquilo.


“Bloody Sam” se había ganado el apodo tras el rodaje de “Grupo salvaje”, un western violento protagonizado por un William Holden ya en declive. Se trata de la historia de un grupo de perdedores que se dedica a atracar bancos. Es muy posible que la motivación de Sam para dotar a su película de una buena dosis de violencia fuera la de intentar hacer resurgir el género del western, que por aquel entonces empezaba a estar de capa caída. Ya lo había intentado con “Mayor Dundee”, pero los estudios habían recortado la película hasta tal punto, alegando que los personajes resultaban muy complejos, que nuestro amigo declaró en varias ocasiones que dichos recortes habían convertido la película en incomprensible.


En 1970, y probablemente con la intención de quitarse de encima el apodo sangriento que le habían colocado en su anterior película, el amigo Sam rodó “La balada de Cable Hogue”. Para esa fecha, el género del western había dado ya todo lo que podía dar de sí, o al menos eso parecía, porque Sam consiguió, con esta película, una dignificación repentina, al presentarnos la historia de Cable Hogue, un maduro personaje interpretado magistralmente por Jason Robards. Del mismo modo en que Sam dignifica su género preferido, presentándonos una encantadora historia, aprovecha para enterrarlo. Cable Hogue es incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos, a un mundo moderno, que aplasta sin pudor la decadente forma de vida que se disfrutaba en el Far West. Nuestro personaje vive en el desierto, al lado de un pozo de agua, como si temiera en todo momento moverse lejos de tan preciado elemento. Resulta en cierto modo premonitorio, y hasta irónico (o al menos a mí me lo pareció cuando vi la película), que Cable Hogue muera a causa de un automóvil, el elemento que provocaría la rápida decadencia del transporte a caballo.

Nuestro amigo y colaborador Carlos Salazar nos ha bosquejado de una forma impecable la atmósfera de tranquilidad y sosiego que transmite esta película. Es la acuarela que podeis ver aquí al lado. Muchas gracias, Carlos. Es un placer y un privilegio enorme poder contar con tus aportaciones.

Tras este paréntesis con remanso de paz incluido, y cuando parecía que el director se había encasillado definitivamente en el género del western, rueda en Inglaterra un año más tarde la que, a mi modo de ver, representa la piedra angular del cine con violencia incluida. Se trata de “Perros de paja”.

“Perros de paja” no es ni más ni menos que cine en estado puro. Lo tiene todo. Entretenimiento, venganza, infidelidad, su punto de sexo, ética, valores (pisoteados por una panda de borrachos depravados, pero valores al fin y al cabo), misterio, tensión, y unas interpretaciones magistrales por parte de sus protagonistas. Jamás se me borrará la media sonrisa de labor bien hecha que suelta Dustin Hoffman al final de la película. Ese papel hizo que se convirtiera de repente en uno de mis actores preferidos.


Creo que a estas alturas no merece la pena que os cuente de qué trata “Perros de paja”. Lo que sí me gustaría comentar es que, una vez más, la absurda censura española volvió a jugárnosla, consiguiendo cambiar todo el sentido de la película por el simple procedimiento de eliminar una escena. Una sola escena. Eran tiempos duros. Creo que se estrenó en España más allá del 75, a pesar de haber sido rodada en el 71, o más o menos por aquellas fechas. El caso es que Susan George, que así se llamaba la actriz que interpretaba a la mujer de Dustin Hoffman (y que, por cierto, estaba de muy buen ver, en la versión digamos “actualizada”, le enseña los pechos a uno de los hermanos descerebrados que le está arreglando el tejado, y eso no se veía en la versión española. El hombre se siente citado, como un buen mihura, y es a raíz de ese gesto cuando se desemboca la tragedia. No es que nos perdiéramos mucho, porque las escenas posteriores siguen siendo las mismas, con toda su fuerza y su carga de violencia, pero estaréis conmigo en que no es lo mismo.


Sam Peckinpah fue sin duda el maestro en el uso de la cámara lenta para las escenas de violencia, y en esta película lo demostró una vez más. A veces siento un poco de pena cuando alguien me habla de las películas de ese descerebrado de Tarantino babeando de adulación. Es una lástima que se haya hecho tan famoso un tipo de cine que no aporta absolutamente nada, simplemente por sus escenas de violencia, que por cierto me resultan chapuceras, pesadas y repetitivas. Es una lástima, decía, que la gente adore de forma bobalicona las películas de Tarantino, cuando nuestro director de hoy le dá cien vueltas.


Después del gran delirio titulado “Quiero la cabeza de Alfredo García”, que recomiendo encarecidamente a todos los que hayan disfrutado con “No es país para viejos”, nuestro director de hoy filmó la que sin duda constituye, a pesar de su violencia, uno de los alegatos antibelicistas más contundentes que se hayan rodado nunca. Se trata de “La cruz de hierro”, protagonizada por un James Coburn en uno de sus mejores papeles.


Creo que se trató de la primera película antibelicista que se vio en España. Después llegarían “Gallípoli”, “El cazador”, “Apocalypse now” y todas las demás. Creo que era la primera vez que se veía en la pantalla a un grupo de soldados alemanes compuesto por seres humanos. Seres humanos que utilizan la violencia, por supuesto, pero en un entorno en el que resulta necesaria. No todos los soldados alemanes eran nazis, ya lo comenté en la entrada anterior, y eso es algo que Sam Peckinpah se encarga de mostrarnos. Rodada al parecer con un presupuesto miserable, la película fue un fracaso en Estados Unidos, pero es considerada la mejor del director en Europa, precisamente por la complejidad de los personajes. Definitivamente, a los americanos hay que dárselo todo etiquetadito y con sus instrucciones correspondiente. Para ellos, los alemanes de la Segunda Guerra Mundial eran todos nazis, del mismo modo que los españoles de hoy somos todos toreros. A nosotros nos gustan más los personajes con matices, con sus capas de personalidad diferentes. Vuelvo a lo que decía antes. Para ellos Tarantino siempre será el maestro.


Esta película nos hizo recapacitar a muchos de los que la vimos (aún a riesgo de ponerme pesadito, diré que eso es algo que jamás he conseguido con una película del Tarantino ese. Vale, vale, ya lo dejo). Creo que era James Coburn el que, hablando con un oficial prusiano, le dice, ante la muerte inminente, “yo te enseñaré el campo en el que crecen las cruces de hierro”. Toda una frase, gran frase, que resume a la perfección el absurdo de la guerra.


Tenemos que agradecer de nuevo a Juan Valdivia la deferencia que ha tenido al colaborar con la imagen de Sam Peckinpah que precede esta entrada. Gracias, Juan, por deleitarnos otra vez con tus magníficos pinceles.