martes, 24 de febrero de 2009

El chollo de tu vida


A ser como tú eres se empieza desde pequeño, desde la más tierna infancia. Es lo mismo que los grandes campeones de tenis o de cualquier otro deporte de élite: si no empiezan siendo críos a dar raquetazos, es imposible, se tuercen, y luego no hay manera de encontrar el camino adecuado.

Así pues, tienes que empezar desde el principio, desde tu puesta en sociedad, por así decirlo, en esa guardería de barrio en la que ya nadie te considera el centro del universo, porque hay muchos otros como tu. Si te dejas pisar, vendrá de entrada algún niño a tocarte las narices. Si es más grande que tú, no te preocupes, porque es lo normal. El mundo está lleno de abusones, ya lo irás aprendiendo. El problema es que sea más pequeño. Si te domina a las primeras de cambio, con un par de empujones y alguna torta mal dada (es improbable que un niño de tres años sepa dar tortazos de categoría), estarás perdido para el resto de tu vida. Deja de llorar, porque ni tu padre ni tu madre van a venir a cogerte en brazos, y reacciona: la vida es dura, esa es la primera premisa que tienes que aprender. Dale dos bofetadas bien dadas al niño cabrón, que aprenda a respetarte, y te harás enseguida con el respeto del resto.

Los demás están a tu servicio. Tienes que tener esto claro desde el principio. Sus chuches, sus chupetes, sus vidas, te pertenecen, y al que no asuma un axioma tan básico como ese, le tienes que hacer la vida imposible. En cualquier reunión social, ya sea un mitin, una comida o una simple conversación, siempre hay alguien que lleva la voz cantante, y ese tienes que ser tú. No hay otro modo, si quieres ser como eres.

A medida que creces, y te vas abriendo camino en tu entorno, te das cuenta de uno de los principios fundamentales de tu existencia: los demás son despreciables. No importa ni la cuna ni el nivel económico de tu familia. Da igual que vivas en la Moraleja, en Madrid, o en el barrio del Sacromonte de Granada. Los demás están muy por debajo de tu categoría como persona. Eso es algo que tienes que asumir, en la medida en que te llevará a cualquier meta que te propongas. No importa en absoluto que pises a nadie, que robes apuntes, que los demás te desprecien por tus méritos como estudiante, porque eso es algo normal. Son despreciables tus compañeros, sus familias, tus amigos, por muy cerca que estén de tu nivel. No te hablo ya de camareros, taxistas, mecánicos, bomberos, maestros, zapateros, etc. Todas esas personas no son ni despreciables ni interesantes: simplemente, no son nada. Su existencia podría asemejarse a la de meros comparsas que rellenan un hueco en el mundo en el que tú, y los de tu casta, dirigís las cosas a vuestro antojo. Ni que decir tiene que, en esas ocasiones en las que empezarás a abrirte al mundo, a medida que crezcas y realices caros viajes, te cruzarás con personas que ni siquiera alcancen la categoría de comparsas. Nadie importa en países como la India, China, México, Perú, Bolivia y toda Africa, por supuesto. Ni siquiera existen, como no sea para venderte collares o servirte los daikiris en el hotel de lujo. No es que llegues a tener el privilegio que tienen algunos potentados italianos, de poder organizar cacerías de seres humanos en las selvas del Amazonas. No, tampoco se trata de eso, pero lo cierto es que la muerte, el hambre o la miseria de millones de personas no tiene porqué importarte un carajo. Cada uno tiene lo que se merece, ni más ni menos, y tú te mereces lo mejor.

Finalizarás por fin tu carrera, y entrarás de lleno en el mundo de los opositores. No de conciencia, no, que eso no es más que una mariconada, que no tiene ningún sentido desde que no existe el servicio militar obligatorio. Te convertirás en opositor para meter la cabeza en cualquier administración del estado, ya sea central o autonómica, da igual. También existe el recurso de meterte de interino, pero el camino será más largo, y tendrás que currar más, así que no es muy recomendable ese camino. Lo único que tiene de positivo esa posibilidad es que ya estás dentro, con todo lo que eso conlleva de acceso a la oportunidad de trepar.

Cuando apruebes, te permitirás el lujo de celebrarlo a lo grande, porque por fin habrás llegado a lo más alto de la cadena alimenticia humana. Serás funcionario, con todo lo que eso conlleva. Tendrás todo el tiempo del mundo para hacer tus gestiones personales, para informarte en Internet, para inflarte a cafés y a sandwiches de más de media hora, y si eres fumador, entonces tendrás el cielo ganado, porque tus salidas a la calle, de más de veinte minutos (resulta curioso lo que puede llegar a tardar en consumirse un cigarro en manos de un funcionario). Si tienes pretensiones, podrás incluso fundar una empresa paralela que gestiones en tus ratos libres, normalmente por la tarde, relacionada con la actividad que desarrollas, y de la que harás publicidad a los pobres consumidores cada vez que se te presente una ocasión. No se trata de que coacciones a nadie para que utilicen tus servicios, por supuesto. Simplemente, si lo hacen, las gestiones y los papeles se moverán más rápidamente de mesa a mesa. Simplemente con eso ya tendrás al pobre consumidor cogido de las pelotas, que es de lo que se trata de momento.

Este es el camino, pero no la meta que estás buscando. Siendo como eres, el puesto que ocupas no resulta suficiente. Es necesario ser funcionario para llegar a donde quieres llegar, pero eso no quiere decir que todos los funcionarios sean como tú, por supuesto. Recuerda que tú eres el centro, la élite. Existen muchos funcionarios realmente pringados, que trabajan el tiempo que les corresponde. Eso no es de tu incumbencia. Tienes muy claro que la mayor parte de la humanidad es miserable de pensamiento y de obra, aunque no de palabra. Existen unas cuantas excepciones, gente que, de tan buena, es tonta perdida, a la que les importa los demás. Gente que nunca llegará a la meta que te propones, porque su conciencia no se lo permite. Gente que puede ser funcionario, autónomo, empresario o trabajador, que forman una minoría dentro de la masa de miserables que llena las calles. No te preocupes por ellos. De hecho, no te preocupes por nadie, pero mucho menos por ellos, o por los voluntarios de cualquier tipo, con esa mirada iluminada que les proporciona el sentirse en paz con la humanidad y consigo mismos. No entiendes, no entra en tu cabeza qué tipo de placer puede sentir alguien ayudando a los demás, pasando un rato con un enfermo de cáncer o fundando un pozo en un país tercermundista que algún día una guerrilla se encargará de destruir otra vez.

Después de lamer los correspondientes culos, y de tocar las teclas adecuadas, entrarás por fin en política, y ese será por fin el chollo de tu vida. Da exactamente igual que seas consejero, concejal, alcalde o cualquier otro cargo. En todos los casos resulta similar. Lo único que varía son los metros cuadrados del despacho y la suntuosidad del mobiliario. Una vez sentado en tu silla, un buen día aparecerá un tipo más o menos atildado, más o menos simpático, más o menos corruptor. Te ofrecerá el negocio redondo, el chollo de tu vida: tú le contratas sus servicios, y él, a cambio, te dará una importante cantidad de pasta. Así de sencillo. Al fin y al cabo, ¿qué importa que una carretera de mierda cueste doce veces más de lo que debería de costar?. Nadie se va a poner a investigar, y si por alguna extraña casualidad alguien lo hace, siempre queda ese dogma de fé, ese argumento sagrado que aleja todos los males, y que tan de moda se ha puesto en este país para seguir trincando a manos llenas: “cuando los otros estaban, hacían lo mismo”. Esos “otros” pueden ser de izquierdas, o derechas. Da igual, es lo mismo. Tú también puedes haber elegido la izquierda o la derecha, eso carece de importancia para lo que realmente quieres, que es forrarte a costa del presupuesto. Al fin y al cabo, ¿qué importancia puede tener coger un puñado de dinero de esas ovejas, de esos borregos que con tanta alegría se la entregan al gobierno elegido por ellos mismos?. No existe ningún peligro. La sociedad está completamente adormecida, aborregada, dispuesta a servir con alegría a la clase dominante, de la que tú has conseguido con tu esfuerzo llegar a formar parte. Hoy en día ya nadie se plantea que se pudiera producir ni siquiera una mínima protesta ante una situación que nos acerca cada vez con mayor velocidad a países como Argentina, Venezuela o cualquier otra república bananera del cono sur. La situación ideal para que medren las personas como tú. Ha desaparecido por completo la clase media, sustituida por una clase baja a la que la educación y la cultura, esos posibles gérmenes de protesta, les importan un verdadero carajo. Una clase baja cuya juventud solo tiene como meta aparecer en la televisión, lo que supondría su triunfo en la vida. ¿Cómo narices te va a importar perjudicar a toda esa gentuza?. Que ellos se dediquen a trabajar cada vez más horas por unos sueldos cada vez más mierderos, mientras la televisión les bombardea con gilipolleces del tipo “porque tú lo vales”. Cuanto más trabajen, más dinero te llegará a ti a las manos para mangonear todo lo que quieras.

Al fin y al cabo, todo el mundo es miserable, y los otros lo hicieron antes. De vez en cuando, el jefe, ya sea de izquierdas o de derechas, ya esté gobernando o en la oposición, os dará un discurso muy bonito y entrañable, recordándoos que a política se llega para servir al ciudadano, no para hacer carrera. Parece mentira que el jefe diga esas cosas, pero para eso es el jefe. Hay que dejarle que se desahogue.