lunes, 16 de junio de 2008

el mago de las superproducciones. David Lean



Resulta curioso que comience la entrada dedicada a un mago de las superproducciones a todo color hablando de una película en blanco y negro y con una duración que no llega a la hora y media, pero es que “Breve encuentro”(1945), aparte de ser una de las películas que más veces he visto y que no me canso de ver, es posiblemente una de las diez mejores películas de todos los tiempos.

La historia no puede ser más sencilla: Laura (Cyril Raymond) y Alec (Trevor Howard) coinciden todos los jueves en una estación de tren que les lleva a la ciudad. El, que es médico, visita ese día uno de los hospitales en que trabaja, y ella, casada y con una hija, aprovecha esa tarde para hacer compras y pasar un rato en el cine. Poco a poco, el roce va haciendo el cariño, hasta que caen perdidamente enamorados el uno del otro. La película no es más que la muestra palpable de que el amor, cuando es verdadero, no se puede controlar en absoluto, aunque se antepongan valores aparentemente tan sólidos como un matrimonio previo o la maternidad. Laura se sumerge en un mar de dudas, ya que a pesar de sus fuertes sentimientos hacia Alec, no quiere tirar su vida por la borda.

Tanto Trevor Howard como Cyril Raymond están soberbios en sus interpretaciones, hasta el punto que, cuando veíamos esta película en el cine, los chavales acabábamos perdidamente enamorados de Laura y las chicas de Alec. Las actuaciones contenidas, extrañas tanto en un actor como en el otro (A Howard estábamos acostumbrados a verle en papeles de policía o militar), contribuyen sin duda a realzar el profundo sentimiento amoroso que embarga a la pareja. Os recomiendo esta película como una de las mejores de la historia del cine, y para los incondicionales de las versiones, os recomiendo también la que rodaron en 1984 Robert de Niro y Meryl Streep, “Enamorarse”, también magnífica, aunque no llega a la altura de su predecesora.

“Lawrence de Arabia”(1962) es una de esas películas que todo el mundo tiene que ver, al menos una vez en su vida, en un cine de pantalla enorme, refrigerado, y con una buena carga de bocadillos para cenar. Es al menos así como yo la recuerdo. En un cine de verano, con la música atronando por los cuatro costados, los habitantes de la casa de al lado, de cuetro alturas, asomados a la ventana, y la gravilla metida entre las inevitables sandalias de cuero marrón que nos colocaban sin ninguna piedad nuestras madres en cuanto subía la temperatura.

No voy a juzgar la capacidad de autocrítica de una película inglesa, cuando los ingleses utilizaron descaradamente a los árabes para mantener sus intereses frente a Turquía. La película aborda este problema de una forma tímida, basándose únicamente en la animadversión que provocaba Lawrence entre sus propios compatriotas cuando se sumerge hasta tal punto en la cultura árabe, que parece transformarse en uno de ellos.

Lawrence de Arabia es Peter O´Toole, o Peter O´Toole es Lawrence de Arabia, como prefiráis. No creo que este enigmático actor sea recordado más profundamente que por su papel en esta película. Son gloriosas las escenas rodadas en el desierto, o la escena del tren, cuando las tropas le aclaman como líder mientras el pasea disciplente sobre los vagones. Son magníficos también sus diálogos con Omar Shariff, con Anthony Quinn o con sus superiores militares. Es magnífica la música, también inolvidable. Un título, en definitiva, de los que hacen afición al cine de todos los tiempos.

No menos importante en la historia del cine es “Doctor Zhivago”(1965), protagonizada por Omar Sharif en el papel de Zhivago, Julie Christie como la inolvidable Lara, y Geraldine Chaplin en uno de los mejores papeles de toda su carrera. La película, rodada en las nevadas estepas extremeñas, circunstancia que apenas se nota, nos lleva en el tiempo a los inicios de la convulsa revolución rusa de 1917. Zhivago representa a la perfección la lucha por la supervivencia de un hombre normal y enamorado en los feroces tiempos en los que se desata la locura. La perfidia está encarnada por otro gran actor, Rod Steiger, que encarna a la perfección la ambición y la falta de humanidad de un comisario político. Omar Sharif, para mi gusto uno de los más grandes actores de todos los tiempos, hoy injustamente olvidado, encarna a la perfección a este médico y poeta que sufre, ama y trata de sobrevivir a toda costa.

Una epopeya vital, con una melodía también inolvidable, que figura en cualquier antología de música de cine de todos los tiempos. La película está basada en la novela de Boris Pasternak, un poeta y novelista ruso que cayó en desgracia en la década de los 30, aunque se libró de los campos de concentración. Según cuenta la Wikipedia, a Pasternak le concedieron el Nobel en 1958 gracias a una estratagema de la CIA, que envió unos cuantos ejemplares de “Doctor Zhivago” impresos con tipografía rusa y papel ruso, ya que la edición de la obra en el país de nacimiento era una condición, al parecer indispensable (al menos en aquella época), para obtener tan preciado galardón.

La última película comentada hoy no puede ser otra que “Pasaje a la India”(1984), una muestra más de la fascinación de Lean por desarrollar sus historias en países de Oriente. En esta ocasión, la película está basada en una novela de E. M. Forster, al que debemos también joyas tan incomparables como “Howard´s End” y “Una habitación con vistas”, llevadas también ambas al cine.

“Pasaje a la India nos muestra uno de los temas recurrentes en la literatura de Forster: la imposible reconciliación entre las diferentes clases sociales, más pronunciadas si encima se mezclan miembros de diferentes razas. Una joven inglesa, Judy Davis, viaja a la India para reunirse con su prometido. Aunque en principio parece totalmente fascinada por el exotismo que la rodea, hasta el punto de querer sumergirse de lleno en el país de la mano de un médico hindú, el doctor Aziv (Saeed Jafreey), un extraño suceso en las cuevas de Marabar parece trastornarla hasta el punto de denunciar al médico por haberla violado. Entramos así de lleno en el conflicto entre dos formas muy diferentes de moverse por el mundo: la de la pretenciosa sociedad británica de la época, y la de los pobres habitantes de la colonia, que no pueden levantar cabeza aunque, aparentemente, sean aceptados por sus conquistadores, como es el caso del doctor Aziv, que tiene amigos ingleses.

James Fox, en un papel correcto, representa la excepción que confirma la regla, el papel del inglés que se pone del lado de los oprimidos. La incomparable Peggy Ashcroft, en un papel que le valió el oscar, interpreta a la señora Moore, la futura suegra de la joven que, aunque parece no creerse nada de la historia que le cuenta su futura nuera, no le queda más remedio que aceptar la situación porque así se lo exige su rango y su raza. Cuando huye del problema en el tren, en una memorable escena, el brahman interpretado magistralmente por Alex Guinnes se inclina ante ella con las palmas de las manos juntas. Alec Guinnes interpreta la aceptación, el dejar fluir los acontecimientos tan propio de la cultura india. No se altera en absoluto, porque piensa que todo está escrito, y que las cosas no se pueden cambiar. Resulta en ocasiones irritante su falta de apoyo al doctor Aziv.

Cuando vi esta película, me quedé con la sensación de que me hubiera gustado ver más. Gran parte del metraje está ocupado por el juicio a Aziv. Creo que Lean debería haberle dedicado más tiempo a los usos y costumbres locales que a narrarnos una situación, la de un juicio, que no se diferencia casi nada se desarrolle en el país que se desarrolle. No obstante, la película es una gran película, que recomiendo también con placer.

En esta ocasión contamos con el incomparable arte de Juan Valdivia, que en un incomparable salto mortal vuelve a superarse a sí mismo. Gracias, Juan. Tu retrato de David Lean es magnífico. Tan magnífico como la acuarela de Carmen, que representa una de las escenas de "Pasaje a la India". Gracias a ti también, Carmen. Vuestro arte es cada vez mejor.