jueves, 3 de abril de 2008

Le llamaban Bogey. Humphrey Bogart



Creo que hasta ahora no le había dedicado una entrada a un actor. Directores, películas concretas y un guionista, Rafael Azcona, esa ha sido la dinámica que he seguido hasta ahora. No podía resultar de otra manera: la primera entrada dedicada a un actor, tenía que ser para el bueno de Bogey, para muchos el mejor actor cinematográfico de todos los tiempos. Y voy a hablar de el como siempre, rememorando las películas que más me han impactado de su dilatada carrera.

Resultó curioso mi acercamiento a “Casablanca”(1942). Lo hice a través de “Sueños de seductor”, de Woody Allen, ya comentada en la entrada dedicada a ese director. La cara que ponía Allen mientras veía la escena final del mítico film de Michael Curtiz era de las que despertaban la afición. A las dos semanas de ver “sueños de seductor, conseguí ver “Casablanca” en una sesión que le dedicó la Filmoteca Nacional, un curioso cine, que no sé si existe todavía, situado cerca de la Estación del Norte, en Madrid.

La película, de la que ni sus mismos autores esperaban nada, resultó ser una leyenda del séptimo arte con el paso del tiempo, mezclando una sugerente situación política, con la ciudad de Casablanca controlada por el gobierno francés de Vichy, con una imborrable historia de amor. Precisamente, la grandeza del personaje de Rick estriba en su dualidad moral, en ese tener que elegir entre la mujer que ama, Ilsa (Ingrid Bergman), o su deber como buen patriota, facilitando la huida del militante de la resistencia Víctor Laszlo (Paul Henreid). El giro final, quedándose en tierra, es uno de los momentos más emotivos del cine, pero hay otras escenas inolvidables en la película.

Una de ellas, sin duda, la escena con el pianista de color en París, cuando la relación con ILSA alcanzaba su momento álgido, o ese “tócala otra vez, Sam”, que ha pasado por méritos propios a la historia universal de las frases. Otra muy famosa es la que, justo al final, le dice al Claude Rains, que interpreta a un gendarme francés: “creo que este puede ser el comienzo de una hermosa amistad”. Al parecer, la frase no estaba incluida en el guión, y Bogart tuvo que desplazarse, un par de meses después de que acabara el rodaje, para insertarla en la película.

¿Y qué me decís del duelo de canciones en el café, con los refugiados franceses cantando a voz en grito “La marsellesa” para acallar a un grupo de nazis?. No me digáis que no os apetece, viendo eso, levantaros como con un resorte y comeros un trozo de queso de camembert o una lata de foie...Pues sabed que, en este caso, muchos de los actores que cantaban la canción eran refugiados auténticos, y que se emocionaron de verdad al cantar. Una gran película, en definitiva, que tiene que figurar en un lugar privilegiado de la videoteca de todo aficionado.

La década de los cuarenta fue la época dorada de Bogey, con títulos, todos ellos grandes, como “Sahara”, “Tener y no tener”, “El sueño eterno”, “La senda tenebrosa”, “Callejón sin salida”, “Cayo largo”, “El tesoro de Sierra Madre” o “Llamad a cualquier puerta”, todas ellas importantísimas, que no comento aquí por simples razones de espacio y para no agotaros.

En 1952 rueda “La reina de Africa” bajo la batuta de un maduro John Huston. Ya he comentado en la entrada dedicada a Eastwood que la razón para rodar en Africa no fue otra que el capricho de Huston para cazar un elefante, pero bueno, el resultado es una magnífica película, que a pesar de desarrollarse en más de un ochenta por ciento de su tiempo a bordo de una barquichuela, no defrauda en absoluto. Los increíbles registros interpretativos de Bogart se despliegan en este título con más brillantez, a mi parecer, que en ningún otro, demostrando su inmejorable capacidad para interpretar comedia. Bien es verdad que su compañera en esta película, la incomparable Katharine Hepburn como la victoriana y austera Rose, que cae a medida que avanza la película entre los brazos del dicharachero y borrachín Charlie Alnut, el personaje interpretado por Bogart.

¿Alguien puede olvidarse de la cara de auténtica mezcla de asco y miedo que pone Bogart cuando comprueba que su cuerpo está cubierto de sanguijuelas, o de la que se le queda cuando ve las botellas de ginebra flotando en el río?. Una entrañable y emotiva película, con un trasfondo bastante lejano sobre la II Guerra Mundial, en la que el barco que le da nombre es un personaje tanto o más importante que los dos pasajeros que transporta.

Me gusta “El motín del Caine”(1954), que a priori podría resultar otra película propagandística americana de la época, precisamente por el personaje que interpreta Bogart, el del paranoico capitán Queeg. Bogart no pega nada en este título. La dentífrica sonrisa de sus compañeros de reparto, el colorín, la música que se escuchaba como telón de fondo en todas las películas belicistas de la época, el triunfalismo en general que se respira en cada una de las escenas, se da de patadas con la tenebrosidad del capitán, que está a punto de perder la cabeza mientras se desarrolla una tormenta. Los amigos mantuvimos durante una temporada la costumbre de sacar del bolsillo un par de castañas o de nueces y de juguetear con ellas con la intención de hacernos los locos, del mismo modo que hacía Queeg en el juicio mientras era interrogado por el implacable José Ferrer.

Tuve la desgracia de ver esta película con rodaje Portorriqueño, lo cual no aportaba ningún atractivo al personaje de Bogart. Había que concentrarse en su interpretación y olvidarse de sus palabras, que tenían, en esta ocasión, un marcado acento chicano.

En “Sabrina”(1954), del maestro Billy Wilder, vuelve a mostrarnos sus dotes para la comedia, interpretando a Linus Larrabee, el cerebro de la familia Larrabee, que se enamora de Sabrina, Audrey Hepburn, que vuelve a casa de sus padres después de estudiar en París. Una gran comedia americana, metáfora de Cenicienta, con un torpe William Holden haciendo el papel de hermano juerguista y ligón. Linus Larrabee, el hermano serio, piedra angular de los negocios familiares, será quien finalmente se lleve el gato al agua en lo que se refiere al amor de Sabrina. Como escenas a destacar, me encantan personalmente los diálogos de Sabrina con sus padres, criados de los Larrabee (su padre, en concreto, protagoniza una escena surrealista en la que tiene que ejercer a la vez de chófer y de padre), y el emotivo final, desde la salida de Linus del imperio Larrabee hasta su llegada al barco que ha tomado Sabrina para regresar a París.

Por último, quiero hablar de la última película que protagonizó Bogart, y para mi gusto, con mucho, la mejor de todas. “Más dura será la caída”(1956), de Mark Robson, representa sin duda el ataque más duro contra las corruptelas, tejemanejes y falta de escrúpulos que rodea el mundo del boxeo. Bogart interpreta a Eddie Willis, un periodista con poco trabajo al que contrata Nick Benko (Rod Steiger, un gigante de la interpretación en esta película, a la altura, o incluso superior a veces, del mismo Bogart), un promotor de boxeo que pretende hacer una figura de Toro Moreno (Mike Lane), un descomunal pero sumamente torpe aspirante a boxeador argentino. La inutilidad para el combate del boxeador no es un problema. Nick Benko amaña todos los combates, y monta una especie de circo ambulante en el que Bogart escribe las crónicas y Toro Moreno tumba uno tras otro a sus rivales. La película, rodad en un impresionante y muy bien fotografiado blanco y negro, goza de un ritmo frenético, con continuos desplazamientos de cámara y magníficas escenas rodadas en las habitaciones de los hoteles que la comitiva recorre a lo largo de EEUU. A los que os gustó “Toro Salvaje”, de Scorsese, os recomiendo encarecidamente este título. Comprobareis con sorpresa que muchas de las escenas de combates de ese título parecen calcadas de las que figuran en “Más dura será la caída”.

El final, muy emotivo, recoge el momento en el que Bogart le da al boxeador argentino, que vuelve a su país triste y derrotado, su parte de las ganancias, y escribe el que posiblemente sea su último artículo relacionado con el boxeo.

Un año después, Bogart murió de cáncer de estómago. Un tipo entrañable, comprometido políticamente con los más débiles. Todos recordareis la famosa fotografía en la que encabezaba la marcha contra el senador McCarty, acompañado de su inseparable mujer, la bellísima Lauren Bacall, y de Danny Kaye.

No me queda más que agradecer a Carlos León, otro compañero de acuarela de Carmen, la impresionante aportación que abre esta entrada, y a Carmen la que representa, de forma también magnífica, a la pareja protagonista de “La reina de Africa”.

Hasta la próxima entrada.