sábado, 22 de marzo de 2008

Los maestros de lo sorprendente. Joel y Ethan Coen


Escribo esta entrada empujado por los acontecimientos vividos desde hace varias semanas, desde el estreno, concretamente, de la última película de los hermanos Coen. Si, esa, la del oscarizado Bardem, “No es país para viejos”, en la que precisamente, lo mejor es la actuación de Bardem interpretando a Chigurh, un psicópata asesino que camina por encima del bien y del mal, repartiendo vida o muerte según los designios de una moneda.

No voy a decir que la película sea mala, que no lo es, y ni siquiera me importa demasiado que deje tantos cabos sin atar que la gente, cuando sale del cine, se puede tirar tres o cuatro horas elucubrando sobre qué pasa con la pasta y otros detalles que no quiero revelar para no destripársela al que no la haya visto todavía. Eso es bueno, porque que una película fomente la comunicación entre las personas es bueno, no vamos a engañarnos, y la noche que la vi yo, por ejemplo, se improvisó en el pasillo de salida de la sala un comité de interpretaciones a cual más descabellada. Y es que la incomprensión provoca la amistad fulminante entre los que no comprenden.

Tampoco voy a decir que sea lenta, árida, espesa e inaguantable, porque no lo es, aunque a veces se piensa eso cuando ves que Tommy Lee Jones llega a un lugar en el que haya un anciano. Ese momento supone, con implacable seguridad, la antesala de un repentino discurso inacabable e incomprensible. Sobre todo el último, que según las leyes de la cinematografía universal debería ser el más revelador y sin embrago es el más críptico.

La película no es mala, no, pero no admito, ni de lejos, lo que se ha escuchado y se ha leído incluso en varias revistas: que es la mejor de los hermanos Coen. Pues no. No lo es. De hecho, no se les acerca a las demás ni a la suela de los zapatos. El único mérito, que tienen otras muchas películas, es haber encontrado un personaje tan desconcertante y siniestro como Chigurh, y nada más. Hay otras muchas películas de los Coen, por no decir todas, bastante más interesantes que “No es país para viejos”. Me gustaría poder hablar de todas ellas, pero voy a destacar las que son, para mi gusto, las cuatro mejores:

“Sangre fácil”(1983) supone el mítico debut de los hermanos Coen. Recuerdo su pase en los cines Alphaville, en versión original, con el título en inglés, “Blood simple”, que es el título por el que la recordamos todos los que la vimos en aquella ocasión. La historia es simple, al menos en sus inicios: el dueño de un negocio (aquí descubrí a Dan Hedaya, todo un catálogo de recursos interpretativos) sospecha que su mujer (otro descubrimiento para la posteridad, Frances Mc Dormand), le engaña con un empleado, y le encarga a un detective que investigue (otro gigante de la interpretación, M. Emmet Walsh. Es imposible olvidar la desesperada risotada que lanza cuando le atrapa el brazo esa ventana de madera). Con esos mimbres, aparentemente simples, los hermanos Coen fueron capaces de tejer una completa sinfonía de sorpresas. Recuerdo que la sala se llenó de risas (provocadas por los magistrales toques de humor negro), de silencios (provocados por los momentos de auténtico terror), pero, por encima de todo, de exclamaciones de sorpresa ante los inesperados giros que sufría la historia. Una concatenación de mentiras, engaños, situaciones inverosímiles, por parte de todo el mundo, que provocaron en los que la vimos la admiración inmediata hacia la pareja de hermanos que habían sido capaces de crear aquella maravilla.

“Arizona Baby”(1987), “Muerte entre las flores”(1990), “Barton Fink”(1991) o “El gran salto”(1994) son dignos representantes de la filmografía de los hermanos, mucho más interesantes que el título que ha provocado esta entrada. Los hermanos Coen siguen demostrando, título tras título, su buen hacer, pero es sin duda con “Fargo”(1995) cuando, para mi gusto, vuelven a alcanzar la gloria. Lo confieso, siempre he sido un admirador de William H. Macy, que en esta película interpreta al marido mediocre de una mujer cuyo padre tiene una gran fortuna. Al hombre se le ocurre simular un secuestro, para lo cual contrata a la pareja de descerebrados posiblemente más sugerente de la historia del cine: mis también admirados Steve Buscemi y Peter Stormare, este último en concreto en la misma línea que Bardem, pero con más garra. Una pareja que, por su poca cabeza, complican la a priori tan sencilla operación, dejando tras de si un rastro de cadáveres. Al otro lado, de nuevo una colosal Frances McDermond, en el papel de policía embarazada, que quiere resolver el caso cuanto antes para volver a casa junto a su marido. Resulta impresionante la ambientación, el frío, la nieve y los giros inesperados de la trama, de nuevo soberbiamente resueltos por la desatada imaginación de los dos hermanos. Como impresiones grabadas a fuego, me gustaría resaltar los gritos de Buscemi a su socio para que deje de hacer el psicópata, en una transmutación macabra de Pepito grillo con un Pinocho de más de dos metros de altura al que le fascina la sangre.

En “El gran Lebowski”(1995), los Coen abandonan su lado macabro, y se centran en una comedia con mucho humor negro y sorprendentes personajes. El Nota, un personaje de Los Angeles medio indigente y que parece que siempre está fumado (Jeff Bridges en, posiblemente, la mejor interpretación de toda su carrera), es confundido por dos gangsters por un tal Jeff Lebowski, un hombre de negocios que es clavadito a el. Le dan una paliza y se mean en su alfombra. El pobre Nota busca a Lebowski para que le pague la alfombra, y este le encarga que encuentre a su mujer, a la que al parecer han secuestrado. La delirante actuación del Nota para encontrar a la mujer de Lebowski, las situaciones surrealistas que se provocan, los inolvidables personajes de la bolera (John Goodman como el típico veterano desquiciado de Vietnam, que ve “charlis” por todas partes, y John Turturro, interpretando de forma magistral a un jugador de bolos hispano, con redecilla en la cabeza incluida, y una forma de moverse de las que crean admiración), conforman una sátira descarnada del modo de vida americano, que es en definitiva lo que desea uno encontrar cuando acude a ver una película de los hermanos Coen.

Quiero terminar esta entrada con “Ladykillers”(2004), que si bien se trata de un remake de “El quinteto de la muerte”, no puede negarse que posee el sello indiscutible de los hermanos Coen.

Tom Hanks interpreta a un engolado profesor de música (demasiado engolado, se podría decir), que alquila la casa de una anciana de color, con la sana intención de cavar, desde el sótano de la misma, un túnel que le permita llegar hasta el casino situado en la orilla del río para saquearlo. Para ello, contacta con una banda de personajes, a cual más extravagante y surrealista (un oriental que parece directamente sacado de “el puente sobre el río kwai”, un negro rapero, un fortachas descerebrado y el más curioso, un individuo experto en todo, casado con una walkiria, que sufre de vez en cuando ataques de cagalera. Toda la banda se aloja en casa de la vieja para cavar el túnel, y mientras lo hacen, ponen música, para disimular. Cuando la vieja descubre sus intenciones, tienen que eliminarla, y ahí es cuando la película alcanza su punto álgido.

Se puede respirar desde el patio de butacas el ambiente sureño americano, perfectamente reflejado en la pantalla. Un continuo sonido Gospel, la tranquilidad casi desquiciante de la gente de esa zona, y las magistrales escenas desde el puente, hacen de este título un placer para los sentidos. Hasta el relamido Tom Hanks, que borda a la perfección su papel de profesor amanerado y exquisito, logra convencer a los que le odiamos cordialmente, como es mi caso.

En serio, los hermanos Coen son muy buenos directores, y los que os habéis acercado a su cine a través del oscar de Bardem tenéis que saber que ese no es, ni mucho menos, el mejor cine de los Coen. Merece la pena acercarse a ellos, a través de los cuatro títulos mencionados o a través de los demás, que son tan buenos como los comentados, aunque personalmente me haya decidido por estos cuatro.

Como podéis comprobar, Juan y Carmen han vuelto de sus merecidas vacaciones, y con inspiración renovada y aumentada, a tenor de las magníficas acuarelas que han preparado para esta entrada. Los hermanos Coen resultan más favorecidos bajo la mirada de Juan que al natural, y el engolado profesor de “Ladykillers” que ha pintado Carmen parece que va salir del papel para darnos una clase. Muchas gracias a los dos.