viernes, 7 de marzo de 2008

Rompiendo las conciencias. Lars Von Trier


En 1995, los directores daneses Lars Von Trier, Thomas Vinterberg y Soren Kragh-Jacobsen crearon el movimiento DOGMA 95, en el que fijaban una serie de pautas para realizar cine. Dichas pautas, que los directores recogieron en un decálogo al que denominaron “voto de castidad”, son las siguientes:

El rodaje debe realizarse en exteriores. Accesorios y decorados no pueden ser introducidos (si un accesorio en concreto es necesario para la historia, será preciso elegir uno de los exteriores en los que se encuentre este accesorio).
El sonido no debe ser producido separado de las imágenes y viceversa. (No se puede utilizar música, salvo si está presente en la escena en la que se rueda).
La cámara debe sostenerse en la mano. Cualquier movimiento -o inmovilidad- conseguido con la mano están autorizados.
La película tiene que ser en color. La iluminación especial no es aceptada. (Si hay poca luz, la escena debe ser cortada, o bien se puede montar sólo una luz sobre la cámara).
Los trucajes y filtros están prohibidos.
La película no debe contener ninguna acción superficial. (Muertos, armas, etc., en ningún caso).
Los cambios temporales y geográficos están prohibidos. (Es decir, que la película sucede aquí y ahora).
Las películas de género no son válidas.
El formato de la película debe ser en 35 mm.
El director no debe aparecer en los créditos
En “Rompiendo las olas”(1996), el propio Lars Von Trier se salta a la torera el mandamiento número 5, al colgar del cielo dos descomunales campanas irreales que tañen el sacrificio de Bess, personaje interpretado por la entonces debutante Emily Watson, actriz con unos magníficos recursos interpretativos, no precisamente bella pero ciertamente muy expresiva.

En la película, Bess se enamora de Jan (Stellan Skarsgard), un joven que trabaja en una plataforma petrolífera. Pese a la oposición de la familia y los amigos, Bess y Jan se casan, y el vuelve a su trabajo, en el que sufre un accidente que le deja paralítico. Cuando vuelve, sin poder levantarse de la cama, le hace una extraña petición a Bess: le ayudaría mucho a curarse si ella se acostara con otros hombres y le contara sus experiencias. Tan grande es el amor que siente Bess por Jan, que accede a su petición, provocando el rechazo de todo el pequeño pueblo del norte de Escocia en el que viven. A ella no le importan ni los insultos ni el desprecio al que la someten. Jan no se preocupa por deshacer el error confesando que es el quien le ha pedido a Bess que actúe así. Al final, cansada tanto del desprecio como del maltrato psicológico de su marido paralítico, Bess se autoinmola acudiendo a un barco del que sabe de sobra que no va a salir viva. Cuando Jan se da cuenta de lo mucho que la quería, ya es demasiado tarde. Una gran película, que produce sin duda una gran desazón en el alma, a la que contribuyen la perfecta ambientación en las frías y nebulosas tierras escocesas y la soberbia interpretación de la actriz, su marido y el pueblo en el que viven.

La angustia que me produjo “Rompiendo las olas” me parecía lo suficientemente seria como para olvidarme para siempre de este director, pero al ver el vídeo de la canción “I've Seen It All”, canción perteneciente a la película “Bailando en la oscuridad”(2000) interpretada por Bjork, no pude sustraerme a verla. Aquí os dejo el enlace de la escena en cuestión. No me negareis que es impresionante:
http://www.youtube.com/watch?v=62pLY5zFTtc

Creo que nunca me ha impactado más una película. Lars Von Trier consigue una extraña y personal mezcla, utilizando números musicales de bellísima factura, y que solo existen en la imaginación de Selma, el personaje que interpreta Bjork, con una historia brutal, oscura y demoledora. Selma, una emigrante danesa que trabaja en una cadena de montaje, que se está quedando ciega aunque intenta disimularlo, se evade de su rutinario trabajo imaginando un mundo musical en el que ella es la absoluta protagonista. Un mundo musical que surge de los sonidos cotidianos que salpican su vida. La fábrica, los trenes...Selma tiene un hijo, que corre el riesgo de quedarse ciego si no se somete a una costosa operación cuando llegue a una determinada edad. Para ello, Selma se ha pasado toda la vida ahorrando, sacrificándose para juntar el dinero necesario. Los acontecimientos se desbordan, y la tragedia se cierne sin piedad sobre la al parecer indefensa e inocente Selma. Hasta el mismo final, Selma no deja de imaginarse esos fascinantes números musicales. Un final impactante, desolador, brutal. Con toda seguridad, el final más impactante, desolador y brutal que jamás se haya visto en una sala de cine. La crudeza de la película, rodada en estilo documental, se atenúa solamente en los números musicales, en los que la pantalla se llena del color que no puede percibir Selma más que gracias a su desbordante imaginación. Os juro que estuve sentado en mi butaca durante bastante tiempo después de que se encendieran las luces de la sala, y que no era el único. La gente, con unos rostros que reflejaban una gran tristeza, se miraban unos a otros desconcertados ante lo que acababan de ver. La primera y la única vez que me ha ocurrido algo así. A pesar del puñetazo a la conciencia que me acababa de dar el amigo Lars, infinitinamente más poderoso que el de “Rompiendo las olas”, decidí que a partir de entonces se iba a convertir en una referencia cinematográfica.

“Dogville”(2003) se filmó en un gigantesco hangar, en el que no se construyó un solo decorado. Las viviendas, las calles, las casas, la iglesia, no son más que rayas blancas pintadas en el suelo, sobre las que se ha dispuesto un escueto mobiliario. Exactamente igual que el actual anuncio de Vodafone, sin ir más lejos. El creativo de turno no se ha calentado mucho la cabeza que digamos para exponer una idea que muchos creen de lo más original. Grace (magnífica Nicole Kidman) llega al villorrio huyendo de un gángster. Pide cobijo, y consigue la ayuda incondicional de Paul Bettany, que se convierte en el portavoz de la chica ante los demás vecinos del pueblo. Ella, agradecida, se ofrece para realizar pequeños trabajos para la comunidad. Una comunidad que poco a poco se permite el lujo de abusar de Grace, en una especie de chantaje social, amenazando con denunciarla a la policía y al gángster que la busca si no accede a las cada vez más duras y humillantes imposiciones de los habitantes de Dogville. El personaje interpretado por Paul Bettany, al principio conciliador, va retorciendo su conciencia hasta convertirse en un auténtico ser despreciable. Como anécdota, deciros simplemente que jamás he soportado que se mate a un niño en una película...Excepto en esta (bueno, y en “¿Quién puede matar a un niño?”. Los dos únicos casos).

“Dogville” forma parte de una trilogía en la que Von Trier trata de reflejar el modo de pensar que a su juicio tienen los norteamericanos. Es imposible no retrotraerse a otros títulos que también muestran la miseria y el oscurantismo que se vive todavía en muchas zonas del interior de EEUU. “Conspiración de silencio”, “Deliverance”...Ni que decir tiene que el director danés se convirtió a partir de entonces en una especie de maldito para los estadounidenses. Cuando le invitaron a visitar el país para que comprobara por si mismo que las cosas no eran tan sórdidas como el las pintaba, Trier alegó que se había basado en la imagen que los americanos habían forjado de si mismos en innumerables películas. Sin embargo, los que le conocen bien saben que se negó a viajar a EEUU porque el buen hombre tiene un pánico cerval a volar.

Quiero comentar por último “El jefe de todo esto”(2006). Von Trier abandona en esta ocasión su vena trágica para demostrar que es también un gran maestro de la más fina ironía. El propietario de una empresa de componentes informáticos quiere venderla a los islandeses. Siempre se ha inventado un ser superior, un presidente de la compañía, residente en Estados Unidos, que le ayudaba para engañar a los empleados cuando tenía que tomar una decisión incómoda. Los islandeses quieren tratar directamente con el director, “el jefe de todo esto”, y al propietario no le queda más remedio que contratar a un actor mediocre para que interprete el papel de ese supuesto presidente. Las situaciones creadas, tanto con los empleados con la compañía como con los compradores de la empresa, superan siempre al actor, que ni tiene ni idea ni sabe como disimular esa circunstancia. Resultan graciosos los ataques de los islandeses a los daneses, de los que dicen que son incapaces de tomar jamás una decisión, y de que demuestran sus pocas luces con risitas nerviosas. El actor, cada vez más perdido, va tomando sin embargo conciencia de su repentino poder, lo que le sumerge en un mar de indecisiones que acabarán afectando a la compañía y a sus empleados.

La película se empieza a ver con cierto recelo. Trier nos tiene acostumbrados a sus repentinos cambios de registro, capaces de convertir un vodevil en una tragedia. Sin embargo, a medida que avanza, nos damos cuenta de que no, de que en esta ocasión no ha tratado otra cosa que filmar una comedia, y que además, le ha salido bordada.

La acuarela que encabeza la entrada, supongo que lo habreis adivinado, es de Juan Valdivia, que sin duda está consiguiendo un estilo propio, muy personal, elegante y que roza la genialidad, para representar a los grandes directores y actores del cine.



Lars Von Trier, sin duda un director de culto que se ha convertido por méritos propios en referencia para todo aficionado al buen cine.