sábado, 1 de marzo de 2008

Entretenimiento en estado puro. Brian de Palma


El truco consistía en lo siguiente: uno se las arreglaba para que la chica de la panda que le gustaba se sentara a su lado en el cine de verano, después de varios subterfugios, apaños o sobornos a los otros diecisiete miembros para que se produjera tan placentera situación. Por supuesto, uno ya había visto la película, “Carrie”(1976), protagonizada por una jovencísima Sissy Spacek, que nos cuenta la historia de una niña con poderes no demasiado bien vista en el inevitable instituto americano de turno. Se trata de la adaptación de una novela de Stephen King que constituye uno de esos extraños casos en los que la película supera con creces al libro, hasta el extremo de llegar a convertirse en todo un clásico del cine de terror. En este caso, el terror venía de la mano de la madre de Carrie, interpretada por una todavía joven Piper Laurie. Una mujer desquiciada e iluminada, temerosa hasta la enfermedad de cualquier cosa que oliera a modernidad, y con la insana manía de encerrar a su hija, cada vez que interpretaba en su perturbada mentalidad que la había ofendido, en un cuartito oscuro con un Jesucristo crucificado cuyos ojos provocaban el terror perpetuo del que los contemplaba.

Perdón, que me he ido del tema. El asunto era ese, colocarse al lado de la chica en cuestión, después, por supuesto, de haber visto previamente la película. “Carrie” tenía la facultad de no provocar nada de miedo en su segunda visión, con lo que uno podía hacerse el machote después de haberse cagado literalmente de miedo en la primera. La película transcurría con sus sobresaltos más o menos importantes, con las locuras de la madre, los desdenes de los compañeros, la inefable amiguita fiel (la por siempre empalagosilla Amy Irving) y la locura de la broma final en la fiesta del instituto, cuando nombran a Carrie reina de la noche con la absurda pretensión de embadurnarla de sangre, lo que despierta, lógicamente sus iras. Así, entre sangre y fuego, llegaba el final, cuando la inefable amiga se acerca a la tumba de Carrie, que ha muerto después de destrozar su casa, al tiempo que suena una música romantiquilla, más propia de un anuncio de compresas. Todo va bien, todo ha terminado. En ese momento, la mano ensangrentada de Carrie surge de la tumba y agarra la de su amiga. Resulta que no era más que una pesadilla, pero una escena tan inesperada provocaba, indefectiblemente, que la chica en cuestión se agarrara como una loca del brazo de uno gritando como una posesa.

Creo no exagerar demasiado si afirmo que más del cincuenta por ciento de las familias españolas cuyos padres tenían por aquella época más o menos 18 años se deben sin duda a la escena final de “Carrie”. A uno no le quedaba más remedio que tranquilizar a la chica en cuestión, acompañarla a su casa, etc. Manolo, un amigo mío, se casó dos años después con la chica que le había roto la camisa al final de la película. La chica se empeñó en llevarle a su casa para coserle la manga, y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Otros, que en un verano dado no habíamos tenido tanta suerte, volvíamos a intentarlo al verano siguiente, y a veces funcionaba. Otras veces no, claro. Alberto se pasó media hora sacándose las uñas que Nieves le había clavado en el antebrazo, sin ninguna misericordia, al contemplar la dichosa escena.

Bromas aparte, considero “Carrie” una gran película, tanto por la tensión que tiene, que no desfallece en ningún momento, como por el tema que plantea, el de los poderes paranormales, que en aquella época constituían toda una novedad. Alguien podría pensar que la película ha envejecido mal, pero cre que, aún hoy, es capaz de despertar más morbo que muchos títulos de terror actuales.

“El fantasma del paraíso”(1974) es anterior a “Carrie”, pero creo recordar que en España se estrenó más tarde. Sobre lo que significa para mi, deciros simplemente que probablemente sea el musical más sugerente que he visto nunca, y que jamás he entendido la inmerecida fama de otros musicales semejantes, como “The Rocky Horror Picture show”, por ejemplo, frente al olvido al que ha sido relegada injustamente esta maravilla del séptimo arte.

Un compositor a caballo entre el rock y la música clásica, Winslow Leach (William Finley), crea una ópera rock basada en la historia de “Fausto”. Un empresario sin escrúpulos, Swan (John Williams), le roba la obra para estrenarla en una sala de conciertos de su propiedad, a la que ha llamado “El paraíso”. Cuando Winslow trata desesperadamente de recuperar su música, su rostro se desfigura, aplastado por una prensa de discos. Comienza entonces a boicotear la sala de Swan, con atentados que rozan el surrealismo y el humor negro a partes iguales, hasta que Swan llega con el a un acuerdo para que deje en paz a Phoenix (Jessica Harper), la estrella del espectáculo. Winslow accede, entre otras razones porque se ha enamorado perdidamente de la cantante.

La película es un sentido homenaje al clásico “El fantasma de la ópera”, revisitado en clave de Rock y con bastantes guiños también al “Fausto” de Goethe. La magnífica banda sonora, con las inquietantes composiciones de Winslow como hilo conductor, la maléfica y retorcida personalidad de Swan, la emotividad de Winslow y la inocencia de Phoenix componen un cuadro inolvidable, una historia inmortal que sin duda dejará huella en el alma del espectador.

Después de estos dos títulos, Brian de Palma rodó dos películas que sin duda recordareis. “Vestida para matar”(1980) nos cuenta las andanzas de un psicópata asesino. Protagonizada por Michael Caine y Angie Dickinson, despertó tantas o más pasiones que la ya por aquel entonces legendaria “Carrie”. En “Impacto”, un técnico cinematográfico interpretado por John Travolta, consigue, gracias a su ciencia, esclarecer un crimen de un personaje importante que se había intentado disfrazar de fortuito accidente. Estos dos correctos thrilers surgieron sin duda como tributo al maestro Hitchcock, al que De Palma adoraba incluso públicamente.

Vino después “El precio del poder”(1983), la epopeya que narra la ascensión desde la miseria hasta las más altas cimas de la riqueza de Tony Montana (Al Pacino), un inmigrante cubano que logra, por méritos propios y sin ningún tipo de escrúpulos, erigirse en uno de los más importantes narcotraficantes de Norteamérica. Desde sus inicios sangrientos en el campo de refugiados cubanos, asesinando a un compatriota en compañía de su amigo inseparable, Manny Rivera, Tony Montana irá subiendo puestos en el escalafón del crimen, aunque para ello tenga que matar, extorsionar, traicionar e incluso enfrentarse abiertamente a todo un cartel de la droga colombiano. Resulta relevante la aparición en el reparto de F. Murray Abraham, famoso desde su participación en “Amadeus”, así como la fascinante belleza felina de Michael Pfeiffer, la chica del gangster al que Manero planta cara hasta hacerse tanto con su imperio como con ella.

En “Doble cuerpo”(1984) me enamoré para siempre de Melanie Grifith. Un estupendo thriler, amenizado con una soberbia banda sonora, en el que el inocente Craig Wesson se ve sumergido, a causa de su repentino enamoramiento de la figura femenina que observa a través de un telescopio, en una complicada trama encaminada a arruinarle la vida y culparle de un crimen que no ha cometido. La claustrofobia que el protagonista siente en ciertos espacios, como túneles o pasos peatonales, contribuye a la configuración por parte del director de angustiosas escenas que parecen desarrollarse a cámara lenta.

“Los intocables de Elliot Ness”(1987) nos cuenta, en clave de leyenda, la historia del grupo de policías capitaneados por el mítico Elliot Ness (Kevin Costner), entre los que destaca un soberbio Sean Connery en uno de sus papeles más acertados. La película está llena de referencias cinéfilas. Es famosa la escena de la escalera de la estación de tren, rodad a cámara lenta, que recrea la famosa escena de la bajada del coche de niño por la escalinata de “El acorazado Potemkin”. A destacar también la desquiciada personalidad de Al Capone (Robert De Niro) y las escenas de extrema violencia que protagoniza.
Brian De Palma, un director de cine en estado puro que raramente defrauda.