miércoles, 20 de febrero de 2008

"Alien" y "Blade runner". Ridley Scott

Así, sin adjetivos, entre otras razones porque, para mi gusto, Ridley Scott es el creador de estas dos joyas del séptimo arte, y ninguna de sus posteriores películas está a la altura, ni de lejos, de cualquiera de ellas. No entiendo la inmerecida fama, el intento de convertir en película de culto a “Thelma y Louise”, por ejemplo, cuando la película, al menos, repito, bajo mi humilde punto de vista, no es más que una serie de despropósitos del personaje interpretado por Geena Davis, que conducen a la pareja al trágico final que todos conocemos, con el coche volando a cámara lenta hacia su completa destrucción. Tampoco comparto la pasión que despierta una película como “Gladiator”, a la que no se puede negar su soberbia ambientación, la sugerente banda sonora, y una primera escena, la de la batalla contra los bárbaros, digna por sí sola de pasar a la leyenda, pero bastante normalita en todo lo demás. No digo que las dos películas anteriores sean malas, no, pero no le llegan ni a la suela de los zapatos a las que titulan esta entrada.

También podría haberse titulado la entrada “Homenaje a Charo Bolívar”, mi amiga de Yoescribo, rendida admiradora de “Blade Runner”, la mejor película de la historia del cine, según sus palabras. Sin atreverme a afirmar tanto, tengo que reconocer sin embargo que en más de una ocasión ha estado a punto de convencerme, sobre todo cuando leí, en su blog, la magnífica entrada que le dedicó a la película, en la que incluía, además, la escena, esa sí, casi sin ninguna duda la mejor del cine, en la que el replicante interpretado por Rutger Hauer deja de vivir (nunca he estado seguro de que realmente muriera, o al menos necesitaba aferrarme a esa idea). Os invito encarecidamente a visitar su blog y leer su entrada sobre "Blade RUnner", una verdadera joya escrita desde la admiración y ell respeto.
Por otro lado, la soberbia acuarela de Juan Valdivia (que nos honra como siempre con su valiosísima colaboración) que preside hoy este espacio, merecería por si sola toda una entrada, por la perfección técnica y la emotiva sensibilidad que ha logrado transmitir de nuevo este gran artista con sus pinceles.
Pero pasemos, sin más preámbulos, a comentar estas dos joyas del cine de ciencia ficción de todos los tiempos.

Ridley Scott dirigió “Alien” en 1978. Hasta aquel entonces habíamos vivido una ciencia ficción edulcorada por los colorines, las naves espaciales más o menos brillantes y los marcianos poco menos que rubios y de ojos azules. No estábamos preparados para enfrentarnos a un fenómeno como el que supuso aquella película, que rompía varios moldes de un plumazo.

En primer lugar, era la primera vez que alguien lograba la mezcla perfecta entre terror y ciencia ficción. La estética del Alien, la fascinación que producían sus ágiles movimientos, ese detalle maestro del director de no mostrarle caso nunca en su totalidad, y en cualquier caso durante poco tiempo, la forma en la que acaba con sus pobres víctimas, y lo poco que le cuesta...Por otro lado, el perverso ciclo vital de tan repugnante criatura, que tiene que incubarse, después de salir del huevo estrepitosamente, en el interior de un organismo vivo...La película es una sucesión de tenebrosas y barrocas imágenes, surgidas, la mayor parte de ellas, de la calenturienta imaginación de Rudy Giger, un enigmático creador, siempre vestido de negro, que tiene un castillo-museo en la localidad de Gruyeres, en su suiza natal. El delirante universo creativo de este personaje, plagado de referencias eróticas, necrófilas y mecánicas, se transfiguró en la nave que encuentran los tripulantes del “Nostromo”, que acuden inocentes ante una llamada de radio. Se pueden ver también sus influencias en las mismas bodegas del “Nostromo”, con esos pasillos que parecen el interior oscuro de una extraña garganta mecánica, y también en el propio Alien, con esa cabeza alargada y brillante que quedó instalada para siempre en la imaginación de los espectadores. Después de ver la película, todos corrimos a comprar el especial que la extinta revista “TÓTEM” publicó sobre la misma, con innumerables detalles sobre el trabajo de Giger y sobre el de otros muchos dioses del cómic de aquella época, que contribuyeron con su talento (Moebius como diseñador de trajes espaciales, naves y hasta la gorra que luce Harry Dean Stanton, Chris Foss, Druillet y tantos otros) a convertir el Film en todo un clásico de la fantasía. Como escenas inolvidables, el bichejo saliendo del pecho de John Hurt (se dice que ninguno de los actores sabía lo que iba a ocurrir, lo que realzaba su terror), la muerte del robot interpretado por Ian Holm, el vapor producido por la respiración de los astronautas en el planeta en que encuentran a Alien...En fin, que podría escribir una entrada de cien páginas para comentar la película, cosa que ni es posible ni tengo porqué castigaros con ella. Y no se os ocurra ver las secuelas, que no tienen nada que ver con esta.

Como cien páginas podría escribir de corrido de “Blade Runner”(1982), uno de esos extraños y escasos casos en los que la película supera con creces al libro en el que está basada, en este caso “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, de Philip K. Dick, un prolífico escritor de Ciencia Ficción, que acabó medio loco. Es el autor del que posiblemente se hayan llevado más relatos y novelas a la gran pantalla.

“Blade Runner” nos cuenta básicamente la búsqueda que emprende el detective Deckard, Harrison Ford, de varios replicantes de la serie Nexus 6, fabricados por el holding Tyrell Corporation tiempo atrás para sustituir al ser humano en las tareas más pesadas. Una rebelión de los replicantes terminó con su exterminio absoluto, y los cuatro que busca el detective son los últimos que pululan por la ciudad. Deckard se incorpora a regañadientes a su trabajo, al parecer después de haber estado una larga temporada inactivo. La escena de su llegada a la oficina de la policía, un inmenso edificio piramidal, con la música de Vangelis adueñándose lentamente de nuestros sentidos, merece por si sola la visión repetida durante toda la vida. El opresivo ambiente de la ciudad de los Angeles, magistralmente logrado por un mago llamado Syd Mead, con una mezcla de lluvia interminable, humedad, oscuridad, humo y carteles luminosos, contribuye también a convertir este título en un indispensable de cualquier amante del buen cine. Blade Runner nos recuerda mucho en su planteamiento estético a "metrópolis", de Fritz Lang, y al cómic "The long tomorrow", otra vez de Moebius, en el que al parecer se inspiró Syd Mead.

Creo que me enamoré de Sean Young en esta película. La fantástica acuarela de Carmen ha despertado en mi cerebro un aluvión de recuerdos. Su ambigüedad, su siniestra belleza, esa personalidad entre melancólica y perversa, la soterrada historia amorosa que está viviendo con su creador... También me enamoré de Daryll Hanna, con su agilidad, la sombra de sus ojos, su extraña melena puntiaguda, poco vista en estos lares hasta ese momento, la forma humillante en que trata al creador de marionetas... Y por supuesto, como no, me enamoré también de Joanna Cassidy, de sus brazos salpicados de partículas doradas, de esa serpiente mecánica que se deslizaba como si nada sobre su cuerpo, de su fuerza, de su velocidad, de su forma de aferrarse a la vida hasta el último momento... “Blade Runner” transmite magistralmente la dualidad en el espectador. Según transcurre la película, se siente uno embargado por una especie de síndrome de Estocolmo, y siente, en cada ocasión un poco más intensamente, que los replicantes vayan cayendo, poco a poco, bajo la certera pistola de Harrison Ford. Este es un comentario, una especie de guiño para los incondicionales de este título, entre los cuales me cuento: ¿no se os llega a hacer ligeramente antipático el amigo Harrison Ford?. Os confieso que a mi sí. Una antipatía que llega casi al odio más profundo cuando muere Roy, Rutger Hauer, después de pronunciar unas palabras que deberían grabarse a fuego en la memoria de todo el mundo:

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais
Atacar naves en llamas más allá de Orión
He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhauser
Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia
Es hora de morir

Esta maravillosa escena, que le pone la piel de gallina a cualquiera que no esté construido en piedra, supuso para mi una de las claves de la película, la posible explicación a esa complicidad, a esa especie de simpatía que sentía por ellos. Entendí entonces que los replicantes no representaban más que la idealización de lo que debería sentir un ser humano. Los replicantes estaban más vivos, eran más humanos, por así decirlo, que el resto de los seres humanos que poblaban ese caótico mundo. La película termina con Deckard, al que Roy a salvado la vida en el último momento, huyendo con Rachel a un lugar idílico, lejos de la frialdad de Los Angeles. Se quedan muchos interrogantes en el aire, muchas especulaciones que aún hoy en día dan bastante que pensar. ¿Es Deckard un replicante?. ¿Lo es Rachel, más perfeccionada en esta ocasión que los Nexus 6?. ¿Se deja matar por Roy el presidente de Tyrell Corporation?. Que cada uno opine lo que le plazca. Por primera vez, y sin que sirva de precedente, cuelgo en esta entrada la escena comentada más arriba. Un placer para los sentidos.

A vuestra salud, y con especial cariño para Charo Bolívar