viernes, 1 de febrero de 2008

La kermesse heroica



Seguramente os veréis en un auténtico dilema si a alguien se le ocurre preguntaros cual es vuestra película preferida. Imposible dar una respuesta, al menos por mi parte. Siempre nos queda el recurso de seguir la corriente más o menos enteradilla, y contestar con títulos como “Ciudadano Kane”, “La regla del juego” o “Casablanca”, consideradas las tres, según el crítico al que se le pregunte, como las mayores joyas de la historia del cine. Puedo estar más o menos de acuerdo con “Ciudadano Kane”, o incluso con “Casablanca”, pero os puedo asegurar que, por más que veo una y otra vez “La regla del juego”, sigo sin encontrarle esa nota de genialidad que la convierte en la mejor película del mundo según la mayoría. Y digo esto a sabiendas de que me busco la excomulgación de los puristas, pero ya que no me considero un purista, me atrevo a decir, y lo digo, que existen muchas películas mucho mejores que las tres citadas, tanto antiguas como modernas, y que la elección de cada uno en un momento dado de su vida puede variar notablemente con el paso del tiempo.

Todo esto viene a cuento porque me resulta inexplicable que una película como “La kermesse heroica” no figure en ninguna selección más o menos erudita sobre cine. Ni siquiera en esa especie de biblia cinematográfica titulada “Las cien mejores películas”, de John Kobal, publicada por Alianza Editorial, se menciona esa auténtica joya del cine coral, rodada en Francia en 1935, en plena época de entreguerras. Fue dirigida por Jacques Feyder, un hasta entonces director de películas de cine mudo, que tuvo que exilarse de su país después de rodar este título. Si me obligaran a elegir una película entre todas las que he visto como la número uno, es muy probable que me quedara con esta.

El tranquilo pueblo de Boom, en el Flandes ocupado por España, prepara la kermesse anual. Corre el año 1616. Han quedado atrás las terribles batallas de ocupación, y se vive una época más tranquila, aunque los más veteranos evocan todavía con auténtico temor los terrores pasados. El alcalde posa para un joven pintor en compañía de los concejales, la hija del alcalde mira al infinito, enamorada precisamente del joven pintor, el carnicero trafica con el alcalde, que es ganadero, el matrimonio con su hija, ofreciéndole comprar todas las reses si se la entrega. La población llena las animadas calles...Una situación de lo más bucólica, que se interrumpe bruscamente cuando tres emisarios españoles, a cual más malencarado, se presentan en el pueblo anunciando la inminente llegada del Conde Duque de Olivares y su ejército. Al burgomaestre no se le ocurre otra idea mejor, para recibirlos, que hacerse el muerto, esperando que la situación de luto disuada a los españoles de quedarse en el pueblo. La mayoría de los hombres toman la decisión de esconderse, y son las mujeres, encabezadas por Cornelia, la propia mujer del alcalde, las que deciden hacer frente a la situación. Cornelia, una mujer de fuerte carácter, está interpretada por Francoise Rosay, esposa en la vida real del director de la película.

La hija de Cornelia y su querido pintor se suben a un campanario, y desde ahí anuncian la llegada del ejército al resto de mujeres de la población. Los tambores preceden la llegada de los terribles españoles. De la carroza real se bajan, por este orden, un enano, un fraile tonsurado, y el mismo Conde Duque de Olivares. Son recibidos por Cornelia, que viste de luto, y otras mujeres notables de la población. Al nerviosismo inicial le sigue la tranquilidad, motivada por la constatación de que los españoles no parecen tan fieros como los han pintado los más agoreros. Al contrario. Sus oficiales son altos, muy morenos, con bigote, apuestos...Mientras entran en el pueblo, comienzan a cruzarse inequívocas miradas entre las mujeres y los soldados. Las damas principales (la del alcalde, la pescadera y la dueña de la única posada) toman el brazo del Conde Duque y de dos oficiales. “Al menos siguen manteniendo el rango”, murmura el cobarde alcalde desde su escondite.

Los habitantes de Boom quedan fascinados con sus improvisados visitantes, que muestran unos modales y un saber estar dignos de admiración. No en vano, la mayor parte del séquito ha recorrido mucho mundo, y además son corteses, galantes y amables. La dueña de la posada cae en brazos de varios oficiales, en una sucesión de escenas dignas de figurar para siempre en la historia del cine, pasando de una habitación a otra con la excusa de remendar las descosidas camisas o banderas de sus huéspedes. Hacia el final de la película, cuando su inocente marido le pide que le remiende una manga, la pobre mujer, cansada, le contesta “ya no me queda hilo”.

Resulta curioso emitir un juicio sobre la forma en que se representa a los españoles. Muchos se sentirían ofendidos a causa de la muestra de dos personajes bastante pintorescos, el enano y el fraile, avariciosos, inquisidores y ciertamente poco saludables. Sin embargo, el Conde Duque de Olivares es un personaje encantador, caballero, con unos modales exquisitos y extremadamente culto. El ejército está compuesto de soldados educados, procedentes algunos de Italia o Suiza, caballerosos y apuestos. Una imagen de la España de la época bastante poco habitual tanto en el cine como en la literatura. A veces he pensado que la película no fue muy bien acogida en Francia precisamente por la imagen que daba de los españoles, aunque también he leído por ahí que estuvo prohibida durante muchos años por su espíritu colaboracionista, relacionado con el gobierno de Vichy, que se puso al servicio de Alemania en contra de los intereses de los propios franceses. Se tachó a la película de filogermana, a pesar de tratarse de una comedia.

El cobarde burgomaestre se va poniendo cada vez más nervioso, al comprobar que los habitantes de su pueblo están confraternizando en exceso con los invasores. En la posada, todo el mundo come, bebe, baila y se divierte en un ambiente de sana camaradería. El Conde Duque firma como testigo en la boda de su hija con el joven Breuguel, oficiada por el dominico tonsurado. Su mujer empieza a dejarse envolver por el indudable encanto del noble español. La situación, en definitiva, se le escapa completamente de las manos, pero tampoco se atreve a dejarse ver, actitud que le conduciría directamente a la horca.

Transcurre la noche. Nunca sabremos si Cornelia ha caído en brazos del español. Su enigmática mirada hacia el final, cuando anuncia que Olivares a dispensado a Boom durante un año de pagar impuestos, parece no dejar casi lugar a dudas. Su marido, rizando el rizo en su papel de tonto y cobarde redomado, saluda al pueblo como si fuera el héroe de todo lo que ha ocurrido. Los soldados se despiden de sus amantes. Cuando se reúnen en la plaza para partir, sus fusiles están adornados con ramos de flores.

Uno de los aciertos de la película es la fotografía. Intencionadamente, el maestro Lazare Meerson consigue en cada fotograma evocar los cuadros flamencos de la época. Rembrandt, Brueghel o Franz Hals parecen estar presentes en cada rincón, en cada toma. Resulta a veces decepcionante que la película sea en blanco y negro, tal es el colorido que intuye el espectador. También es importante la música, prácticamente omnipresente a lo largo de todo el metraje, y que consigue enfatizar la grandeza de cada escena. En este sentido, os recomiendo, en caso de que esta entrada haya servido para que os apetezca verla, que lo hagáis en versión original, ya que el doblaje de la versión en dvd está tan deficientemente hecho, que ha conseguido eliminar la música la mayor parte de las veces.

“La kermesse heroica”. Una magnífica película coral que no debe faltar en la videoteca de ningún amante del buen cine.