viernes, 25 de enero de 2008

El hombre de las dos caras. Ken Russell



Posiblemente una de las escenas más sugerentes de la historia del cine: Los dueños de la mina salen en su coche, un magnífico descapotable antiguo, de color blanco, con asientos de cuero teñido de rojo. Impecablemente vestidos, circulan despacio, se podría pensar que adrede, entre dos filas de obreros de rostro ennegrecido por el polvo de la mina, sudorosos y vestidos de negro. La riqueza y la pobreza, el poder y el trabajo duro, la luz contra la oscuridad, merced al genio de un director capaz de sorprendernos y fascinarnos, o de despertar nuestro odio más visceral, a partes iguales, y en ocasiones en el mismo título. Ken Russell, nacido en 1927, creador de joyas como “Mujeres enamoradas”(1970), a la que pertenece la escena descrita, “La pasión de vivir”(1970), “Una sombra en el pasado”(1974), “Tommy”(1975) o “Prisioneros del honor”(1993), y creador también de productos tan infumables, o de difícil catalogación, por ser un poco piadoso, como “Gothic”(1987), “Lisztomanía”(1975), “La guarida del gusano blanco”(1989) o “Salomé”(1988). La muestra viviente de que el genio no tiene porqué estar reñido con la insolencia visual más salvaje.

Otra escena de “Mujeres enamoradas” que me entusiasmó fue la que muestra a Alan Bates (desde “Zorba el griego se convirtió en uno de mis actores preferidos) y a Jennie Linden, en lo que parece ser una cordial tarde de merienda en el campo. Los amantes discuten, hasta el punto de que la mujer abandona a Alan Bates, que se apoya abatido en el coche. Al momento vuelve ella, con unas flores rojas en la mano. “¿No son preciosas?”, le dice a Alan Bates mientras se las entrega, como si no hubiera pasado nada. ¿Se puede idear un modo más simple de reflejar el amor?. “Mujeres enamoradas” es posiblemente una de las películas más sensuales que se hayan rodado nunca. Ken Russell consigue explorar, de una manera magistral, el romanticismo y la sexualidad femeninas, contándonos la historia de dos mujeres que se sorprenden cada día, a medida que van descubriendo lo que son capaces de experimentar en el terreno del amor. Basada en la novela de D.H Lawrence del mismo título, uno de sus mayores logros consiste en la perfecta ambientación de la época en que se desarrolla.

Perfectamente ambientada también resulta la corta en cuanto a duración “Prisioneros del honor”, protagonizada por Richard Dreyfus y Oliver Reed, y que nos cuenta un caso militar que conmocionó Francia allá por el año 1890. El oficial del ejército francés Alfred Dreyfus, al parecer de origen judío, es acusado de pasar información a los alemanes, y después de un juicio rápido y absurdo, es condenado y trasladado a la isla del Diablo. A raíz de la famosa carta que Zola publicó en un famoso periódico, y que tituló “Yo acuso”, se reanuda una investigación, en la que el abogado Picquart tendrá que enfrentarse a las reticencias del alto estado mayor por mostrar la verdad. Una estupenda historia, reflejo de una época en la que el antisemitismo empezaba a hacer su aparición.

¿Y que decir de “Tommy”, estrenada en 1975 en olor de multitudes?. Esa película marcó un antes y un después en el panorama del cine musical de todos los tiempos. Las escenas protagonizadas por Elton John y Tina Turner, entre otras muchas, deberían ser de obligada visión para los que disfrutan de la buena música. La impactante música de los Who, la riqueza visual que despliega Ken Russell en todas las escenas, la fascinante historia del niño que se queda ciego, sordo y mudo cuando contempla un horrible crimen, y el barroquismo que impregna toda la película, contribuyen a levantar una auténtica catedral de la cinematografía de todos los tiempos. Por aquella época solo se hablaba de “Jesucristo Superstar”, merecedora por si sola de una entrada en exclusividad, y de “Tommy”. “Quadrophenia”, otro mito musical, que comparte con “Tommy” el privilegio de contar con música de los Who, llegaría a España mucho más tarde. La participación de Roger Daltrey en “Tommy” le debió servir a Ken Russell para rodar, muy poco después, y contando con el mismo autor, una especie de despropósito en el que se muestra de forma distorsionada y más bien surrealista la vida del compositor Franz Liszt, versión viaje de peyote.

Ken Russell salpica con sugerentes piezas musicales sus dos biopics de Tchaikovsky y Mahler, “La pasión de vivir” y “Una sombra en el pasado", respectivamente. En esta ocasión, y en ambas películas, el director demuestra su maestría, al mezclar ambientaciones perfectas con las extrañas escenas oníricas que salpican toda su producción.

Sugerente y fascinante también el título “Un viaje alucinante al fondo de la mente”, la única incursión de Ken Russell en el género de Ciencia ficción, en la que un debutante William Hurt interpreta a un científico obsesionado con explorar el lado más oscuro de la mente, ya sea a base de elementos como la cámara de vacío, que se puso de moda a partir de entonces en los gimnasios más elitistas, o a base de consumir medicamentos y barbitúricos de alto poder alucinógeno. Nada mejor que el estado alterado de la mente para desarrollar de nuevo, a toda máquina, la desbocada imaginación visual del director. Un título de impactante desenlace, en el que el científico encarnado por Hurt soporta experiencias que hacen que la locura parezca una bendición.

Otro viaje a la locura y a los desenfrenos sentimentales más intensos lo constituye “La pasión de China Blue”, protagonizada por una Kathleen Turner en plenas facultades físicas y mentales, y el siempre estrambótico Anthony Perkins, en el papel de sacerdote que combate el pecado sumergiéndose de lleno en el. Tanto la música como las luces y las sombras de esta película son dignas de recordar. Las escenas en las que la esporádica prostituta seduce al inquisidor están perfectamente resueltas. Pura poesía visual.

Existe otra película digna de mención en esta entrada, pero os remito a la colosal crítica que de la misma hace mi buen amigo Andrés Pons en su libro “El terror según Pons”. Tan memorable es la reseña, que yo, sin haberla visto, después de leerla estoy deseando conseguirla. Se trata de “Los demonios”(1971), basada en el libro “Los demonios de Loudon", de Aldoux Huxley, en la que se narran los acontecimientos que ocurrieron en Loudon, y que terminaron al parecer con las murallas de la ciudad destruidas y el clérigo Grandier abrasado por las llamas.

Un director barroco, genial y polémico a partes iguales, que rechazó el guión de “La naranja mecánica”, cediendo el placer de rodarla a Stanley Kubrick. Puede gustar, escandalizar, disgustar o encantar, pero lo que nadie puede negarle es que jamás ha sido capaz de provocar indiferencia.

Gracias a Juan Valdividia por las dos acuarelas que ilustran este artículo. El reto era complicado, pero la maestría de Juan es capaz de superar cualquier obstáculo que se le ponga por delante.