martes, 22 de enero de 2008

El ladrón de fotogramas. Francois Truffaut


Es muy posible que los puristas critiquen la forma en que me enamoré del cine de Truffaut. No fue con “Los 400 golpes”(1959), la película que constituye la carta de presentación del movimiento denominado como Nouvelle Vague, sin duda una joya interpretada por su actor fetiche, Jean Pierre Leaud, que por aquel entonces tenía 14 añitos. La película, al parecer autobiográfica, nos narra las andanzas de Antoine Doinel, iniciador de una saga de otros cuatro títulos que serían siempre interpretados por el mismo actor. Doinel, al que no quiere ni su madre, va dando bandazos hasta terminar en un centro de menores, del que se escapa un buen día para ver el mar.

Tampoco fue “Jules et Jim” (1962), me duele confesarlo, aunque reconozco que se trata de una gran película, con una debutante Jeanne Moreau repleta de vitalidad, y los dos amigos, uno francés y el otro austriaco, que se enamoran de ella sin perder el respeto el uno por el otro. Recuerdo la escena en la que uno de los amigos, o la propia Jeanne Moreau, le dice a Oscar Werner “por favor, siga usted observando y analizando. El mundo está muy necesitado de personas que se dediquen a observar”. Una gran frase, sin duda.

No, no fueron estas las películas que me enamoraron del cine de Truffaut. Estas las he visto más recientemente, apenas hace tres o cuatro años. Tampoco fue “El pequeño salvaje”, título que nos pusieron en una sesión matinal en el colegio, con la intención de que escribiéramos un trabajo para la clase de lengua. La mayoría de los chavales sentíamos una gran desazón al comprobar que el niño protagonista de la película, se escapaba de nuevo al bosque, a pesar de los esfuerzos del profesor, interpretado por el propio Truffaut, para civilizarle en cierto modo.

La que me fascinó, por encima de todas estas, fue una película que puede incluso pasar sin pena ni gloria por las reseñas que se hagan de la filmografía del director francés. Se trata de “La piel dura”(1976). Un film atípico, en el que los protagonistas son niños de un colegio de la ciudad francesa de Thiers, con sus vivencias, su problemas, los maltratos a los que son sometidos, sus ilusiones, sus risas, sus lágrimas, sus primeros escarceos con el amor...En la versión escrita de la película, Truffaut nos dice: “La piel dura quisiera plantear esta pregunta: ¿Por qué se olvida tan frecuentemente a los niños en las luchas que emprenden los hombres?».

Hay en esta película una escena magistral, que muestra la fisura entre el mundo de los adultos y el de los niños. La maestra cita un pasaje de "el Avaro", de Moliere. “Al ladrón, al ladrón, al asesino, al criminal”, y se lo hace repetir a uno de los alumnos más talluditos. Este recita sin nada de arte, de forma plana, sin ninguna entonación. “Al ladrón, al ladrón, al asesino, al criminal”. La maestra se enfada, y recita la frase como debe de hacerse. Le hace repetir de nuevo al alumno, y este vuelve a hacerlo en estilo monocorde, como cansado, sin ninguna gana. En ese momento llega otro profesor, y la maestra sale de la clase con el. El alumno soso le dice a sus compañeros “Os voy a demostrar como lo recitaría un buen actor”, y el muy bellaco nos regala entonces una interpretación perfecta, llena de sentimiento, con la entonación perfecta y con pasión de buen actor. El motivo para no hacerlo bien delante de su maestra, había sido simplemente no quedar en ridículo delante de sus compañeros.

En otra escena, un niño de dos años se cae desde un noveno piso y sale completamente ileso. Dos personas que han visto el suceso lo comentan más o menos así:

- Los niños están en peligro constante.
- No lo crea. Un adulto hubiera muerto en la caída, pero un niño no, porque un niño es como una roca. Tropiezan por la vida sin hacerse daño. Son inocentes, y eso les permite tener la piel dura. Son más fuertes que nosotros.

“Fahrenheit 451”(1966) también me marcó bastante. La vi en uno de los espacios de “La clave”, aquel mítico programa presentado por Jose Luis Balbín, del que nunca más se supo, y que tanta falta nos haría en estos tiempos que corren a los que hemos renegado completamente de la televisión. La película está basada en una novela de Ray Bradbury, escritor de ciencia ficción del que desde entonces me convertí en rendido admirador. El nombre de la película hace referencia a la temperatura, en grados Fahrenheit, a la que arde el papel, y nos muestra, en clave de ciencia ficción, una triste sociedad futura, dominada por la represión y la vigilancia policial continua, en la que los libros están prohibidos, hasta el punto de que existe un cuerpo de bomberos, al que pertenece el personaje interpretado por Oscar Werner, dedicado a descubrir librerías clandestinas de particulares y quemarlas, en actitud inquisitorial, a la vista de todo el mundo. Resulta impresionante la escena de la anciana que se autoinmola con sus libros, al preferir morir antes que perderlos, o la de los hombres-libro paseando en el bosque del final, aprendiéndose cada uno un libro de memoria para que la literatura no desaparezca en la negrura del olvido.

Y por último, y con el fin de no extenderme demasiado, quisiera hablar de otra gran película, de las que crean afición, de las que muestran, con gran respeto y admiración, el cine dentro del cine. “La noche americana”(1973), interpretada por el propio Truffaut, Jacqueline Bisset, Jean Pierre Leaud, Jean Pierre Aumont, Valentina Cortese y una debutante Nathalie Baye que hace el papel de script. La película es el personal homenaje de Truffaut a una forma de hacer cine que se perdió con el cierre de los grandes estudios, en este caso el de Niza, escenario en el que se habían rodado numerosos títulos de la producción francesa. Con gran respeto, el director toma las riendas del rodaje de “Os presento a Pamela”, la última película que se filmará en ese lugar. Jean Pierre Leaud interpreta el papel de Alphonse, un actor tan inmaduro como el personaje al que da vida en la película. Truffaut es Ferrand, el director de esta caótica orquesta de personajes, secundarios, cámaras, ayudantes de atrezzo, peluqueras, maquilladoras...Una vorágine, un mundo en el que se producen enamoramientos, infidelidades, disgustos, tropiezos...Todo un catálogo de emociones, en definitiva.

Jean Pierre Aumont, en una de sus mejores interpretaciones, por no decir la mejor de su carrera, borda el papel de Alexandre, un experimentado actor, caballero con clase, perfectamente vestido y todavía galán, que no causa ningún problema, sino más bien todo lo contrario, al estresado Ferrand. Siempre tiene una palabra amable para todo el mundo. Acoge en sus brazos a Severine, una eclipsada y decadente estrella interpretada por Valentina Cortese, a la que se le olvidan los diálogos y la disposición de las puertas en el escenario.

Todo se desboca cuando aparece Julie, una joven actriz interpretada por Jacqueline Bisset, para asumir el papel de Pamela, la novia de Alphonse, que en la ficción se enamora de su padre, Alexandre, y de la que, en la realidad, se enamora el propio Alphonse, a pesar de saber que está casada con un psicólogo inglés. En una de las bravatas más memorables de la historia del cine, Alphonse se niega a rodar, motivo por el que Julie se acuesta con el, en un intento de calmarle. Alphonse se toma la reacción de la chica como una declaración de amor, y no se le ocurre otra cosa mejor que telefonear al marido de Julie para decirle que se olvide de su mujer, que se ha enamorado de el. Esta es una de las múltiples historias que sazonan esta película coral, llena de anécdotas y entrañables guiños cinéfilos, como la escena en la que Truffaut nos muestra unos libros que hablan de Buñuel, Dreyer, Lubitsch, Bergman, Godard, Hitchcock, Rosellini, Howard Hawks y Bresson, sin duda un homenaje a sus directores preferidos. Otra referencia cinéfila, que aparece de vez en cuando como pesadilla recurrente de Ferrand en blanco y negro, es la formada por la sucesión de escenas en las que un niño armado con un palo que parece ser un pincho de sereno, camina por la noche en una ciudad solitaria. Es hacia el final de la película cuando descubrimos que se dirige a un cine de barrio, para robar, a través de la celosía metálica de la entrada, los fotogramas colgados en un corsho, a la antigua usanza, de una película que constituye por si misma la esencia del séptimo arte: “Ciudadano Kane”. Cuando consigue su objetivo, huye corriendo del lugar.

Al hacerse la fotografía de grupo, la mujer del encargado de atrezzo, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, cosiendo sentada en una silla de paja como una anónima parte del paisaje, pierde los nervios y tacha a todo el equipo, sin excepción, de guarros y pervertidos.

Digna de recordar es también la confesión de Julie a su marido, que vuela desde Londres a su lado cuando recibe la estúpida llamada de Alphonse diciendo que Julie se ha enamorado de el. El psicólogo escucha con gran entereza la explicación de Julie, en el sentido de que no ha tenido más remedio que acostarse con Alphonse para salvar la película.

Una gran película, que debería ser asignatura obligada para todos los amantes, estudiantes y estudiosos del séptimo arte y que, incompresiblemente, como otras muchas películas comentadas en este blog, todavía no ha sido editada en DVD.

Hay otras muchas películas de Truffaut. Su extensa filmografía es digna de revisión, pero para mi gusto, bastan estas tres películas para elevarle a la categoría de sumo sacerdote del séptimo arte.

En esta ocasión he tenido la gran suerte de contar con dos acuarelas, una de Juan Valdivia y otra de Carmen. Muchas gracias a los dos.