viernes, 11 de enero de 2008

El fabricante de sueños




Charo, amiga, disculpa por haber cambiado, aunque sea transitoriamente, la música que le pusiste a mi blog, pero es que la entrada lo requiere.

Podrían citarse varias razones para odiar, aunque sea cordialmente, a Silvio Berlusconi. Una de ellas podría ser su aspecto, siempre perfectamente trajeado, de latin-lover en decadencia, con ese pelito tipo Mario Conde, repeinado y pegado al cráneo. Otra, sin duda, mezclada también con una buena dosis de envidia, podrían ser las mujeres de las que se rodea, a cual más espectacular. Podría odiársele también por su filosofía televisiva (a mi no hay quien me quite de la cabeza que las Mamachicho son las grandes y primeras culpables de la bazofia en la que ha acabado convirtiéndose la televisión en este país), por su forma semi ilegal de llevar los negocios, por ese estar siempre rozando los límites de la transparencia política, por su marcada tendencia hacia la más retrógrada, cerrada y arcaica ideología medio fascista italiana...

Yo, sin embargo, le odio, y de una manera ciertamente nada cordial, por haber permitido la publicación en primera plana, en uno de los periódicos de su imperio, de aquella famosa y tristísima fotografía del gran Fellini en su lecho de muerte, allá por el año 1993 (Dios mío, más de veinte años han pasado ya...).

Es difícil expresar lo que representan las películas de Fellini para cualquiera al que le guste soñar. Imágenes fascinantes, coloristas... Historias que rozan el surrealismo...Sueños, en definitiva, plasmados en celuloide por un maestro de la imaginación.

Sus primeras películas trataron de acercarse al neorrealismo imperante en la época. Resultaba difícil ser considerado un artista si no se adoptaba la forma de hacer de Cinecittá. A pesar de eso, ya se detecta en todos ellos (“El jeque blanco”, “Los inútiles”, “Almas sin conciencia”) una personal manera de realizar, de contar la historia. Lejos estaban todavía los delirios oníricos de sus películas posteriores, pero ya se dejaba ver una perfecta ironía, un reírse de lo tradicional, de lo considerado como respetable en aquella sociedad, filosofía que no le abandonaría en ningún momento a lo largo de toda su carrera. Se podrían citar, como muestras de esto, las memorables interpretaciones, posiblemente las mejores de toda su carrera, de Alberto Sordi, como Fernando Rivoli en “El jeque Blanco”, y como Alberto en “Los inútiles”.

Resulta inolvidable, en la primera, su primer encuentro, subido en aquel larguísimo columpio, con Wanda, la muchacha provinciana interpretada por Brunella Bovo, tan perdidamente enamorada de su héroe de fotonovela, que corre a buscarle en plena luna de miel. Inolvidable resulta también su actuación de calzonazos, marido temeroso de una esposa que le exige a gritos explicaciones sobre la estrafalaria actitud de conquistador que ha exhibido hasta el momento ante Wanda. De la segunda, destacar su logradísima inutilidad, llevada al paroxismo cuando recibe la paliza de los albañiles de la carretera, o cuando llora como un niño a causa de su hermana. Ya en “El jeque blanco” aparece, en el papel de prostituta, la incomparable y expresiva Giulietta Massina, la mujer de su vida, hasta el punto de que murió muy poco después de que lo hiciera Fellini.

¿Y que decir de “La Strada”, dirigida por Fellini en 1954?. Una auténtica joya cinematográfica, con un guión redondo, perfecto, una fotografía incomparable, la monumental música de Nino Rota, del que hablaré más adelante, y esa logradísima y única atmósfera mezcla de cruda realidad y fantasía que baña la pantalla desde el principio hasta el final. Recuerdo una entrevista que le hicieron a Anthony Quinn en un programa de televisión, hacia el final de su carrera. El presentador le pidió que le hablara de algún momento importante de su vida. Anthony Quinn contó lo siguiente: “Estaba en la cima de mi fama. Había rodado títulos tan conocidos como “el mundo en sus manos”, “Viva Zapata” o “La isla de los corsarios”. A mi camerino vino a verme un hombre alto, bastante rudo. Me dijo que casi no tenía dinero para pagarme, pero que quería que leyera su guión. Aquel hombre era Federico Fellini, y La Strada era su película”.

“Amarcord”, otro fascinante título, de nuevo con una espectacular puesta en escena, en esta ocasión en color. Fellini nos muestra sus recuerdos de infancia en Rímini, en un caleidoscopio inagotable de vivencias y anécdotas, que despiertan en el espectador sus propios sueños infantiles. Un entrañable maestro, que trata de darle a su relato una pátina de respetabilidad, continuamente bombardeada por las gamberradas de un jovencísimo Alvaro Vitali y compañía, se convierte en el improvisado cicerone de este viaje a los recuerdos. A destacar, sin duda, la majestuosidad del pavo real en la nieve, y también el paso del trasatlántico entre las barquichuelas.

“8 y ½”, según los críticos una especie de autobiografía cinematográfica, sazonada también con los elementos surrealistas que acompañarían todas sus producciones. “Casanova”, la particular versión del mito compuesta por un genio. “Roma”, con el inolvidable pase de modelos de trajes eclesiásticos “in crescendo”, amenizado por el fiel Nino Rota...

No soy capaz de concebir el cine de Fellini sin la música de Nino Rota. A veces me parece increíble, escuchando esa música, que de un cerebro humano pueda surgir tan sugerente mezcla de notas. El genio de Nino Rota, más conocido sin duda por haber compuesto la música de “El padrino”, que por su inmortal colaboración con el genio de Fellini, iguala, e incluso supera en muchas ocasiones, al de su compatriota y para muchos rival, Ennio Morricone, de música más sencilla de digerir, más pegadiza, más orquestal incluso...Pero mucho menos fascinante. Las extrañas melodías del “Casanova”, inencontrables en disco, cinta de casette o cd, estuvieron grabadas durante mucho tiempo, después de ver la película, en mi cerebro. La música de “La Strada”, “8 y ½” o “Amarcord”, merecería trascender la mera catalogación de banda sonora, y ser recordada durante toda la eternidad como pieza clave de la música universal, con mayúsculas. Rota, que acompañó al maestro desde “El jeque blanco”, compuso la banda sonora de otras películas bastante famosas, tales como “En el nombre del padre”, “Muerte en el Nilo”, “Guerra y paz”, “El gatopardo” y “A pleno sol”, por nombrar unas cuantas. Murió en el 79. Sus continuadores con Fellini, en títulos como “Y la nave va” o “Ginger y Fred”, se vieron obligados, sin conseguirlo, a tratar de imitar el personal estilo del compositor.

Existe abundante y muy interesante bibliografía sobre Fellini. La biografía que escribió John Baxter en 1993, publicada por Ediciones B, la de Chris Wiegand para Taschen, con un exhaustivo recorrido por su filmografía... Personalmente, la semblanza que más me cautivó fue la que escribió Vilallonga, que viajó a Roma en 1963 para hacer un reportaje sobre Fellini, que acababa de rodar “8 y ½”, y al parecer se hicieron tan amigos, que el maestro le ofreció un papel en “Giulietta de los espíritus”, junto a la sin par Giulietta Massina. Vilallonga escribe lo siguiente en la presentación de su libro: “tuve, entonces, el honor y la dicha de escuchar, durante horas, al único auténtico genio que he conocido en mi vida”. En el interior, Fellini le jura y perjura que es incapaz de inventar, que lo único que sabe hacer es interpretar sus propios recuerdos con más o menos acierto. La visión que nos muestra Vilallonga del genio, es la de un individuo travieso, irónico, mentirosillo, infiel a su mujer, la Massina, que al parecer estaba completamente al día de las correrías de su acompañante. Una especie de niño grande que no estaba dispuesto a madurar, y con una gran facilidad de medios, en aquel momento, para trasladar a la gran pantalla su inagotable universo imaginativo. Se trata de un libro corto, directo, fascinante, con mucho diálogo, que se lee prácticamente de una sentada. Os lo recomiendo.

Sin duda entenderéis, después de haber leído esta entrada, la causa de mi animadversión hacia un personaje de la catadura de Berlusconi.


La magnífica acuarela que preside esta entrada es de Juan Valdivia, un estupendo acuarelista y mejor persona, amigo y compañero de pintura de Carmen, la que dibujó a Woody Allen. Es un verdadero honor para este blog contar con la colaboración de estos artistas.