viernes, 4 de enero de 2008

Sueños de un clarinetista




¿Cuando dejó de interesarme de verdad el cine de Woody Allen, que pasó de ser un icono para mi, a uno más de la lista de directores americanos del montón?. ¿Cuando comencé a transformar mi veneración en simple curiosidad, en ese "veo esta película si no hay nada mejor"?.



Creo que el desencuentro data más o menos del año 1987, cuando se estrenó en España "Días de radio", y se produjo ante la desilusión que me causó el hecho de que la primera escena del film de Woody Allen relatara, casi al pie de la letra, la misma historia que una antigua película española, "Historias de la radio", que se parecía de antemano desde el mismo título. Se trata de la historia de un ladrón, que en ese momento está robando una casa, y contesta cuando llama por teléfono el presentador de un concurso radiofónico, con tan mala suerte que el ladrón, interpretado en la película española por un jovencísimo Angel de Andrés, conoce la respuesta a la pregunta que le formula el otro. La misma historia, en el mismo orden, rodada con más medios pero con el mismo argumento. No pude evitar la decepción que me había causado uno de mis directores hasta aquel momento favoritos.


Después de esta película vino la época de "Alice", "Otra mujer", "Escenas en una galería"... Títulos que parecían haber sido rodados por alguien muy diferente. A veces he sospechado incluso que Allen pudo tener negros que rodaran por el... No sé como describirlo. Una sensación muy extraña que traté de quitarme acudiendo emocionado al estreno de "El enigma del escorpión de jade". Imposible llegar hasta el final, y creo que fue la primera vez que me ocurrió.



Algo tan simple como aquello, provocó el que Woody Allen pasara a convertirse en uno más del montón. Me había estado desilusionando bastante antes, con esa especie de "Remember Bergman" que se instaló en su cerebro y que le empujó a dirigir títulos como "Interiores", "Recuerdos" o "Septiembre". De vez en cuando, intercalaba entre esas profundidades títulos tan interesantes como "Zelig", "La rosa púrpura del Cairo" o "Hanna y sus hermanas", una soberbia comedia en la que nos damos el gustazo de contemplar una de las mejores interpretaciones de Michael Caine. Sin embargo, ni siquiera esas obras llegaban a alcanzar, a mi juicio, la esplendorosa genialidad de´los primeros títulos, desde "Bananas" hasta "La última noche de Boris Grushenko" pasando por joyas como "Toma el dinero y corre" y, sobre todo, una película que representó durante mucho tiempo, y representa todavía, uno de mis pilares del cine: "Sueños de un seductor".



Me cuesta describir la sensación que nos produjo esa película, de 1972, al grupo de amigos que la vimos, allá por 1976 o 1977, en un cine lleno de humo (creo que era el único de Madrid en el que se permitía fumar), cerca de la ribera del manzanares, que se llamaba cinestudio Griffit, con una h intercalada en algún lugar que no recuerdo y que, por tanto, he optado por eliminar. Solo el comienzo de la misma, con un Woody Allen alucinado mientras contempla por enésima vez el final de "Casablanca", película de la que conoce de memoria los diálogos, merece pasar por sí sola a los anales de la gran pantalla.



Vista hoy, podría pensarse que "Sueños de seductor" ha envejecido mal, y puede ser que así sea en lo que se refiere a ambientación, vestuario, formas de actuar... Pero sin embargo, mantiene intacta su carga vital, y podría constituir, incluso hoy en día, un decálogo del perfecto solitario que quiere dejar de serlo.


Resultan cómicos, patéticos, tristes, alegres y en muchas ocasiones compartidos por uno mismo, los desesperados intentos que hilvana el personaje interpretado por Woody Allen para caer bien a las mujeres. Resulta entrañable la inestimable complicidad de una guapísima Diane Keaton, que se preocupa tanto de la estabilidad emocional de su amigo, que termina enamorándose de el. A destacar también las esporádicas apariciones de la imponente figura de Bogart, vestido con la gabardina que lucía en Casablanca, que se desespera la mayoría de las veces ante la inoperancia, la timidez y la incapacidad amatoria de Allen.



Una gran película, en definitiva, tejida con unos mimbres de genialidad que ya despuntaban, aunque de una forma no tan clara, en títulos como "Bananas" o "Toma el dinero y corre", la patética historia, rodada en forma de documental, del incompetente delincuente Virgil Starkwell, personaje magistralmente interpretado también por Woody Allen. A través de entrevistas a sus padres, que aparecen en pantalla ridiculamente disfrazados con narices y gafas de broma, y a sus más allegados, se va desengranando una trayectoria vital que pasa de la mediocridad al más profundo patetismo. Un argumento que nos trae a la memoria en cierto modo la famosa frase de Groucho Marx: "Hemos alcanzado desde la nada las más altas cimas de la miseria".



Puede que a Woody Allen, un indiscutible genio, le perdiera en cierto modo su veneración a los genios, y me explico: no se puede imitar a Bergman sin caer en la pedantería, y jamás se puede, ni se podrá, tratar de imitar a Fellini, el inalcanzable, un indudable icono cinematográfico del que hablaré en una próxima entrada. Woody Allen se ha perdido en su propia genialidad. Puede que el reto, que considero pretencioso y ligeramente absurdo, de sacar una película por año, ayuda poco a recuperar la grandeza perdida. Puede también que la posibilidad de contar con inabarcables presupuestos para sus películas, los actores del momento y todos los medios a su alcance, coarten también la agudeza creativa que demostró en sus primeras películas, de presupuesto muy limitado pero más vivas.


No sé en realidad lo que me ocurre con Woody Allen, pero lo que sí puedo manifestar, completamente convencido, es que disfruté más con "El dormilón" que con "Match Point", y grito esto a los cuatro vientos, consciente de que pueden recaer sobre mi las iras de los admiradores incondicionales de este singular director, que sin duda lo es, pero más en sus comienzos que en la actualidad.



Uno de los motivos que me han inspirado esta entrada, ha sido sin duda la maravillosa acuarela de Carmen que la preside. Desde que me la envió, no he dejado de darle vueltas al tema. Carmen, te dedico, pues, estos comentarios. Creo incluso que hemos visto alguna película de Allen juntos, y no sé si estarás de acuerdo con mi visión. Me gustaría conocer vuestra opinión al respecto.