martes, 27 de mayo de 2008

Un cineasta en la cima de la madurez. Otto Preminger

Me ocurre algo curioso con este director de origen judío, uno de los primeros en burlar la férrea censura cinematográfica de Estados Unidos. He estado rebuscando en mi memoria para tratar de transmitiros, como suelo hacer a veces la sensación que tuve al ver una película suya en tal o cual sala, y he llegado a la conclusión, por la que me arriesgo a que me llevéis directamente a la hoguera, de que no he visto ni una sola de las películas del amigo Preminger en pantalla grande, y os puedo asegurar que he visto casi todas.

Video o DVD. Ese es el formato en el que me he reencontrado con un director que mantenía olvidado desde hacía bastantes años. Recordaba la sensación que me había causado “Buenos días, tristeza”, al verla en algún programa de la 2, seguramente “La clave” del gran Jose Luis Balbín, o esa mutilada “Carmen Jones” (lo de mutilada lo sé porque dispongo de la versión íntegra) que nos debió de regalar algún programa de cine club que haya pasado a mejor vida. También he visto “Anatomía de un asesinato”, que me parece una joya, y “Laura”, que también, pero ocurre lo de siempre, que por razones de tiempo, espacio y misericordia para con mis lectores, voy a limitarme a hablar de los cuatro títulos que más me han cautivado de este amante de los planos largos, tal y como le definen en la Wikipedia.

“Carmen Jones”(1954) nos cuenta la famosa historia de Carmen, la tabaquera creada por Merimée en 1845 y convertida en ópera por Bizet treinta años más tarde, allá por el año 1875. Es precisamente la música de Bizet, soberbiamente adaptada por Oscar Hammerstein II, la que se puede escuchar a lo largo de toda la película. La eterna historia de la seductora Carmen se traslada en esta ocasión a Lousiana, en el sur de los Estados Unidos, a una fábrica de paracaídas que abastece al ejército, en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Carmen se convierte por arte de magia en Carmen Jones, una operaria de la fábrica encarnada por la bellísima actriz de color Dorothy Dandridge, a la que alguno recordareis porque su tumultuosa vida personal fue llevada al cine.

En esta ocasión, el pobre ser humano que cae en sus redes no se llama Jose, sino Joe, un soldado de infantería encarnado por el ya entonces famoso Harry Belafonte. La película cuenta con un ritmo trepidante, unos números musicales tan buenos o incluso mejores que los de “West Side Story”, por poner un ejemplo, y una interpretación que roza la perfección. Las situaciones cómicas, trágicas y siempre sugerentes que provoca la pareja en su entorno casi siempre militar, no dejan indiferente a nadie. Lógicamente, el personaje que causa la ruina de Joe no es un torero, sino un boxeador, Husky Miller, correctamente interpretado por Joe Adams.
Carmen Jones devora con su presencia cualquier otra consideración. Su romanticismo, voracidad sexual, perversidad, egocentrismo y necesidad de jugar con el sexo opuesto, conforman un personaje que consiguió, gracias a su grandeza, la primera nominación al oscar que se le concedía a una actriz de color.

Tengo que confesaros sin ningún pudor que “Buenos días, tristeza”(1958) podría estar entre mis diez películas favoritas, si es que en algún momento de locura me planteara tener que elegir solamente diez películas favoritas. Parece mentira que una historia tan simple como la de los deseos de una adolescente de separar a su padre de su amante, se pueda retorcer tanto como para convertirse en uno de los mayores monumentos de la historia del cine.

Basada en la novela de Francoise Sagan del mismo título (creo que por mi casa circulaba un ejemplar de aquellos que con tanto mimo publicaba la Editorial Reno), que al parecer había levantado cierta polvareda cuando se publicó, la película, que comienza en blanco y negro en un oscuro y neblinoso rincón de París, nos narra los turbios manejos de Cecile, una adolescente interpretada por Jean Seberg, para separar a su padre, Raymond (magistral David Niven. En su salsa. Posiblemente, el mejor papel de toda su vida), de Anne (también excelente interpretación de Deborah Kerr), una amiga que los visita en el transcurso de unas vacaciones de verano en la Riviera francesa.

Las escenas en blanco y negro del inicio de la película contrastan fuertemente con la historia que se nos narra mediante flash backs, en cinemascope y en color. De la sórdida frialdad de un París invernal pasamos de un salto a la calidez y luminosidad de un verano en la Riviera francesa. Estamos hablando de una sociedad basada en el lujo, en el despilfarro, en la decadencia, en el aburrimiento, en la patía y en las ganas de divertirse. Raymond es un hombre de negocios, y Cecile una adolescente cuya ocupación preferida consiste en juguetear con los jóvenes del pueblo y con los hijos de familias tan adineradas como la suya. Las actividades que desarrollan los protagonistas, enmarcadas siempre por el calor, el agua y la arena de la playa privada que poseen en la Riviera, son siempre del mismo tipo: deportes acuáticos, excursiones en velero, veladas con bailes de moda, comidas en el club náutico, bailes de salón... En ese ambiente romántico, divertido y altamente superficial, Raymond comienza a cortejar a Anne, una amiga de toda la vida que en realidad ha venido para desconectar de su trabajo por una temporada. Por nada, por simple aburrimiento, o por alguna razón oculta que puede que se me escape, Cecile se pone como meta destrozar el incipiente romance que está viviendo su padre. Para ello no duda ni un momento en utilizar a la anterior amante de Raymond, una escultural belleza sin la clase y el glamour de Anne, pero bastante más sensual. Finalmente, la treta de Cecile da resultado, el cretino de Raymond, en el fondo un bon-vivant sin criterio ni personalidad, cede a sus instintos de macho latino, y es entonces cuando sobreviene la tragedia.

Uno de los logros más innegables de la película es precisamente ese, el presentar la tragedia en toda su crudeza, como un mazazo, como si en un ambiente tan idílico, despreocupado, indolente y sensual como el que se nos ha presentado hasta el momento, resultara imposible que sucediera algo así. Cecile se queda traumatizada, con la conciencia abatida por lo que ha hecho, y la imagen vuelve a la realidad, a la triste realidad en que se ha convertido su vida, de nuevo en blanco y negro. La película acaba con la adolescente mirándose al espejo y saludando a la tristeza que desde aquel verano se ha apoderado para siempre de su alma. Dicen que Jean Luc Godard, un simple crítico por aquel entonces, se quedó tan prendado de la interpretación de Jean Seberg, que la eligió para su primera película, “Al final de la escapada”.

“El cardenal”(1963) constituye sin duda una de las mejores muestras de la carrera que tiene que seguir un humilde sacerdote para llegar a lo más alto del escalafón eclesiástico. El personaje, encarnado por un correcto aunque ligeramente acartonado Tom Tryon, rememora desde el Vaticano sus comienzos en la religión católica.

Después de estudiar en Estados Unidos, el joven sacerdote interpretado por Tom Tryon se traslada a Austria, lugar en el que conoce a Romy Schneider (guapísima en el momento en el que se rodó la película) y se medio enamora de ella, hasta que su vocación consigue imponerse. Vive primero en Austria el terror de los nazis, en una magistral escena de multitudes en la que una estudiante interpreta el “Ave María” de Schubert mientras los nazis se dedican a vapulear sacerdotes, y revive después el terror cuando, de vuelta a los Estados Unidos, es azotado sin misericordia, hasta quedar casi medio muerto, por el Ku Kux Klan, la extrapolación de las salvajadas nazis al otro lado del Atlántico.

La película, mostrando un gran respeto hacia la Iglesia católica, refleja también la dualidad de las decisiones que tiene que tomar un hombre con la ambición de llegar a lo más alto de su carrera, para lo que no duda en anteponer a sus intereses personales, materiales e incluso familiares, intereses más elevados, religiosos, filosóficos o incluso psicológicos, que le conducirán al manto cardenalicio que le colocan al final de la película. Un título correcto, sentido, que adolece a veces de cierta lentitud, y que muchos piensan que se podría haber resuelto en un par de horas, y no en las tres horas y media que dura.

En “Exodo”(1960) se nos narra la fundación del estado de Israel. Independientemente de la historia tergiversada que se nos presenta, hay que reconocer que se trata de una gran película, con una soberbia interpretación de Paul Newman y Sal Mineo y una Eva Marie Saint que no consigue en ningún momento quitarnos de la cabeza la idea de su eterna bondad. La banda sonora se convirtió en todo un clásico, y la actitud de los casi setecientos refugiados que deambulaban por el barco como sardinas en lata, en todo un monumento a la tenacidad y a la solidaridad humanas. Otra cuestión muy diferente es que no se refleje en la película la traición de los británicos a los árabes, a los que habían tenido como aliados para luchar contra Turquía, y a los que no les quedaba más remedio que mentir para calmar las pretensiones de los judíos ingleses y norteamericanos, que habían financiado con sus fortunas los ejércitos de ambos países en las dos guerras. Tampoco se hace mención en la película a que fueron en realidad los sionistas los que introdujeron poco a poco en Palestina, no los judíos como raza. Quedémonos, pues, con la parte romántica, con los ojos de Eva Marie Saint (bueno, vale, y con los de Paul Newman) y con esa música eterna que todos llevamos grabada en el alma.

Esta vez tenemos el privilegio de poder admirar dos magníficas acuarelas de Carmen y Juan Valdivia, nuestros colaboradores habituales. Gracias a vosotros, amigos de Hispacuarela, este blog se viste de gala cada vez que se renueva (y olé...).

martes, 20 de mayo de 2008

Películas de jazz. Segunda parte



Siguiendo los acertados deseos de mi amigo Victor Hugo Escalante, no me queda más remedio que comenzar esta entrada hablando de la película “El hombre del brazo de oro”(1955), de Otto Preminger, un gran director al que probablemente dedicaré la próxima entrada. La película, protagonizada por Frank Sinatra en el que probablemente representa el mejor papel de su carrera, está rodada en un contundente blanco y negro, y aunque no esté plenamente dedicada al jazz, es merecedora de figurar en una antología dedicada a este género musical, tanto por su soberbia banda sonora, firmada por Elmer Bernstein, como por la profesión que quiere ejercer Frankie Machine, el personaje interpretado por Frank Sinatra, que es nada más y nada menos que la de trompetista de una orquesta de Jazz.

Frankie Machine vuelve a su barrio, situado en una zona marginal de Chicago, después de pasar una temporada en una clínica de desintoxicación. Su esposa, interpretada por Eleanor Parker, vive atada a una silla de ruedas, al parecer debido a un accidente del que tuvo la culpa su propio marido. Poco a poco, y ante la falta de oportunidades, asistimos a la paulatina decadencia vital de Frankie, que retoma su afición al póker, y sobre todo su aparentemente perdida adicción a las drogas, concretamente a la heroína, hostigado por el camello del barrio, un engominado personaje llamado Louie, que le dice “la adicción a las drogas solo se cura con más droga”.

Al fracasar en una prueba de trompeta que se le presenta debido a que no ha descansado nada, Frankie se derrumba como persona, y decide desintoxicarse en casa de la que fuera su amante, una escultural Kim Novak. Las escenas de la ansiedad que le provoca el mono de heroína fueron censuradas en su época por su extrema crudeza. Un gran título incluso para los no muy aficionados a Frank Sinatra, que interpreta en esta ocasión a un hombre consumido por sus propias circunstancias vitales, ciertamente dramáticas. Una película inclasificable entre el drama y el cine negro, pasando por una especie de neorrealismo a la americana bastante entrañable.

“El trompetista”(1950), de Michael Curtiz, gran amante del jazz, nos cuenta la aventura vital de Rick Martin, interpretado por Kirk Douglas, un trompetista vocacional que da sus primeros pasos prácticamente en la niñez, poco después de quedarse huérfano. La película narra la vida de un trompetista real, Bix Beiderbecke, que sentía verdadera pasión por el instrumento que tocaba. Para contar la historia, Curtiz nos regala la presencia de un narrador de lujo, el famoso músico Hoagy Carmichael, que interpreta al amigo íntimo de Rick Martin.

Rick acompaña con su trompeta las canciones a la cantante Jo Jordan, interpretada por la estrella musical Doris Day, que se mueve como pez en el agua por cualquier tipo de escenario. La cantante tiene una amiga fatal, como no podía ser menos, ínterpretada por una bellísima Lauren Bacall, que vive su momento de romance con el músico. Se trata de otra película en blanco y negro, como debe ser cualquier película de jazz de la época que se precie. También existen conexiones entre este tipo de cine musical y el cine negro, sobre todo cuando Rick toca en el club de unos delincuentes. No es que se trate de una película famosa, ni del mejor papel de Kirk Douglas, pero es seguro que no dejará indiferente a ningún amante del jazz. Los números musicales, muy numerosos tienen gran calidad.

Prometí la semana pasada escribir de otra película de Scorsese que omití totalmente a sabiendas de la entrada dedicada a tan insigne director. Se trata de “New York, New York”(1977), protagonizada por Robert de Niro en el papel del inolvidable Jimmy Doyle, y Liza Minnelli en el papel de la inolvidable Francine Evans. La pareja se conoce el mismo día en que acaba la Segunda Guerra Mundial, y decide unir sus vidas, no sin cierta reticencia inicial de Francine, a la que acosa sin ninguna piedad y con bastante pesadez el implacable Jimmy. Los diálogos obsesivos que protagoniza la pareja recuerdan bastante a los que se mostraban en “Toro salvaje” entre el boxeador y su mujer o su hermano. No creo que exista nadie en el mundo que no haya terminado odiando la cargante machaconería de Robert de Niro en estas dos películas. El rifi-rafe protagonizado con el siempre grandioso Lionel Stander es digno de figurar en la zona más alta del altar a situaciones surrealistas en el cine.

Independientemente de la dolorosa personalidad de los dos protagonistas, que se van desuniendo sin remedio desde el mismo momento en que deciden unirse, hay que destacar la soberbia capacidad musical tanto de uno como del otro. Se ha dicho muchas veces que Robert de Niro tocaba personalmente el saxo en la película, pero al parecer no fue así. La personalidad de quein tocaba el instrumento puede albergar alguna duda, no existe ninguna con respecto a la soberbia voz de Liza Minelli, que para mi gusto superó incluso con este título a la Sally Bowles de “Cabaret”.

Como escenas memorables, mencionar aquella en la que Robert De Niro toca en un club de músicos de color. Nunca he podido, ni leyendo los títulos de crédito, conseguir saber quienes eran los músicos que le acompañaban en esa escena, pero no creo haber vuelto a ver tocar jamás a un pianista con la agilidad en los dedos que tiene el que aparece ahí. Otras dos escenas memorables son las que muestran las diferentes interpretaciones de la canción New York New York, compuesta por De Niro (en la película). Sobria y contenida la del saxofonista, y grandiosa y musical la de Francine, como sus personalidades, diferentes y muy alejadas la una de la otra, pero convergentes en la dosis de arte de su alma. Jimmy y Francine se separan, pero en el fondo se quieren. Existe un final alternativo en el que vuelven a unirse, pero yo me quedo, sin ninguna duda, con el final oficial, puede que más triste, pero infinitamente más sugerente.

Y quiero finalizar con “Calle 54”(2000), de Fernando Trueba, que no siendo una película de jazz puro, supone una buena muestra, por no decir la mejor, de lo que representa el conocido como jazz latino o jazz fusion.

A la desaparición de las salas de sesión continua en Madrid le siguió muy de cerca la proliferación, como si de setas se tratara, de minúsculas salas en galerías comerciales, agrupadas sin orden ni concierto, con nefastas condiciones sonoras y una pantalla poco más grande que la que se puede comprar uno hoy en día en cualquier establecimiento en el que vendan televisiones de plasma. A la sala se entraba por una parte y se salía, a la puta calle, por una puerta situada normalmente junto a la pantalla. Fue el paso intermedio entre las mencionadas salas de seión continua y las grandiosas salas actuales, con su Dolby Surround y sus enormes pantallas, posiblemente las más grandes de Europa (he estado ya en ocho cines que presumen de tener la pantalla más grande de Europa, vaya usted a saber porqué).

Pues bien, fue en una de esas cutre-salas en la que vi, un domingo por la noche (estaba solo en el cine), el sentido homenaje de Fernando Trueba a toda un género musical, representado por músicos tan prestigiosos y sugerentes como Cachao, Gato Barbieri, Eliane Elías, Michel Camilo, Chano Domínguez, Bebo Valdés, Chucho Valdés, Paquito de Rivera, Patato, Puntilla, Jerry González o el mismísimo Tito Puente. Trueba nos introduce en cada una de las piezas musicales mediante una breve entrevista con el músico en cuestión, en la que este nos revela aspectos más o menos interesantes de su vida y de su obra. Si algo se desprende de la película, es el gran amor que siente Trueba hacia este tipo de música, que al parecer conocía y devoraba desde principios de los años ochenta. A pesar de la mala calidad del sonido, acabé tan enamorado de este tipo de música que no he dejado de escucharla desde entonces.




Tenemos hoy el placer de poder disfrutar de dos magníficas acuarelas, la primera del ya habitual Juan Valdivia, que representa una escena de "Round Midnight", y la segunda de Carlos León Salazar, que ya ilustró la entrada sobre Homprey Bogart con una magnífica escena de casablanca. Estas dos acuarelas han viajado a la exposición de Hispacuarela que se celebrará en Junio en Puerto de Santa María, en Cádiz. Os invito a visitarla a todos los que tengáis ocasión. La gran calidad de todos los artistas de Hispacuarela lo merecen. Gracias a los dos por vuestra colaboración y por vuestro arte.

viernes, 16 de mayo de 2008

Cine español. La soledad


No puedo. Juro por lo más sagrado que lo he intentado, pero no hay manera. Traté de reconciliarme con el cine español actual (y subrayo lo de actual) con “La mala educación”, de Almodóvar, que me recomendó una compañera de trabajo, y volví a tener una recaída. La visión de mi admirado Quinet de “La plaza del diamante” (Lluis Homar), retozando con un tío, apasionado y sudoroso, en un destartalado sofá, y el sempiterno ataque a la Iglesia, oportunista, chapucero y hoy en día siempre de moda, a costa de unos cuantos de sus miembros, tan viciosos como muchos de los directores de cine que los denuncian, hicieron que volviera escarmentado a mi estado de espectador de todo tipo de películas excepto españolas.

He vuelto a intentarlo con “La soledad”, de Jaime Rosales, recientemente ultragalardonada, aplaudida y bendecida en los últimos premios Goya. Hasta hoy me había resignado. Mi actitud era de simple pasividad ante un mal que nos está corroyendo poco a poco, pero con la visión de esta película he decidido que ya está bien, que ya es hora de enterrar para siempre ese cadáver cansino y machacón en el que se ha convertido el cine español (repito: actual).

Resulta cuando menos curiosa la situación. Nuestros mayores, inmersos indudablemente en una forma de vida bastante más precaria que la nuestra (posguerra, cartilla de racionamiento, oración diaria y hambre), acudían al cine con verdadera ilusión, para intentar librarse durante un par de horas (o bastantes más en los cines de sesión continua) de la sordidez de sus vidas, de la mediocridad de todo lo que les rodeaba. Y no solo eso: eran capaces de disfrutar, además, con películas como “Calabuch”, “Plácido”, “Los jueves, milagro”, “La caza”, “El cochecito”, “El pisito” y otras muchas que no coloco porque la lista sería interminable. Eran capaces de disfrutar de un cine inteligente, brillante, dotado de un gran sentido del humor, sarcástico, agradable.

Ahora no. Aquella etapa de oro del cine español se acabó, como se acabó el imperio en 1898 cuando perdimos Cuba, y como se acaba todo en este país, con una marcada, implacable y recurrente tendencia a la decadencia en cualquiera de sus manifestaciones artísticas. Ahora no se va a ver una película española para evadirse uno, no señor. Ahora se va al cine a sufrir, a que le recuerden a uno la sordidez de su vida, la imposibilidad de intentar asomar la cabeza para ser un poco más feliz, porque te la cortan, la mediocridad de una existencia anodina, absurda, cuya máximo acercamiento a la felicidad consiste únicamente en gastarte una pasta en una entrada para ver una película tan triste como “La soledad”.

El sentido de tragedia griega arrasa los países mediterráneos desde tiempo inmemorial. Disfrutamos con la muerte, con la sangre, con la desgracia del prójimo. No se puede explicar de otro modo el éxito de películas como esta, a menos, claro está, que el éxito no sea tal, que el público esté en realidad tan cansado de este tipo de películas, que la única manera de revitalizarlas sea inundarla de premios, por alguna oscura razón que se me escapa. “Habrá que ir a verla”, hemos pensado millones de pardillos no escarmentados que hemos acudido a las salas como moscas cuando se ha repuesto. Pardillos que salíamos del cine con el rostro triste, en silencio, como en una procesión de fracasados a los que se les ha restregado su fracaso por la cara.

No voy a despotricar ahora contra el sórdido recurso, tan mezquino como cruel, de utilizar la muerte de un niño para provocar la tristeza infinita del espectador. Es algo que nunca he podido soportar, y posiblemente uno de los motivos principales por los que mi postura ante “La soledad” no sea todo lo objetiva que debería ser. En otras ocasiones me hubiera salido simplemente del cine, pero en esta ocasión me mantuve firme. Había decidido darle otra oportunidad al cine español, y traté de aguantar como un campeón.

Asistí, tras la brutal escena del autobús, completamente inesperada (no sabía de qué iba la película) a todo un catálogo de desgracias, narradas además con un ritmo absurdo, lentísimo, provocador de bostezos interminables y ansiedad cinematográfica. No entendí en absoluto (pobre de mi) la razón de la utilización por parte de Rosales del recurso, tan retrógrado como pretendidamente innovador, de dividir en dos la pantalla en determinadas escenas, con tan mala suerte en algunas ocasiones, que durante momentos interminables no sucedía nada en ninguna de las dos ventanas. A destacar, en este sentido, la muerte de Antonia, la madre de las tres hijas, una escena innecesariamente larga que al principio no se entiende. Una novedad, según los críticos, que están empezando a seguir el surrealista camino de los críticos de arquitectura, que se alejan de la realidad para sumergirse de lleno en el mundo de la fantasía y del mamoneo corporativista y sectario. Un recurso que ya funcionaba, y dejó de funcionar, en las primeras películas de Brian de Palma, en las que tenía un sentido, puesto que en las dos ventanas sucedía algo.

Como muestra de la tensión acumulada en la sala, diré que se escuchó una carcajada nerviosa ante la única muestra de humor de toda la película, sutil y muy de agradecer en medio de tanta mierda: a la muerte de la madre, las tres hijas, Manolo (posiblemente el personaje más sensato y feliz de toda la trama) y el marido de Elena, están sentados a una mesa, y una de ellas, Nieves, la del cáncer de colon (no os preocupéis. En esta película se cura, pero ya veréis como en la próxima se le reproduce. Es la máxima de este tipo de cine. Nadie, repito, nadie puede levantar cabeza, porque te la cortan) dice “pues a mi siempre me ha giustado ese cuadro”, y todos se ríen, porque al parecer el cuadro es horrible. Ya podía haberle dedicado Rosales al cuadro alguna de sus ventanitas chorras, porque no se ve en ningún momento.

En otra escena terrible, cuando Adela ha vuelto al pueblo a pasar unos días, se confiesa con Pedro, su ex, y le dice que se siente culpable por haber ido a Madrid. Pedro le dice que sí, que el también la ve como culpable. En ningún momento se plantea ninguno de los dos que los culpables puede que no sean ellos, sino los terroristas que han colocado la bomba precisamente en ese autobús. Esta filosofía es muy común en este tipo de películas. No se demoniza al creador del mal, sino al mediocre personaje que, en un intento de sacar la cabeza, se ha colocado en el lugar preciso y en el momento adecuado para que su vida se vaya a la mierda en un instante. Algo parecido sucede con Elena, la hermana mayor. Su modesto intento de levantar la cabeza (comprarse un piso en Torrevieja) es celebrado por su familia tachándola de egoísta, perversa y lianta, buscando además la complicidad del espectador, como si de la mala de “La gata sobre el tejado de cinz” se tratara.

Resumiendo: el cine español es una institución colocada ahí para recordarnos, película tras película, que nuestra existencia es una auténtica mierda, y que si pensamos que el dinero que nos gastamos para evadirnos durante un par de horas de nuestra cruda realidad está bien gastado, vamos dados. Películas como “La soledad” son las que llenan las salas en las que se emiten películas como “Harry Potter” o “La guerra de las galaxias”.

El cine español es un consorcio de amiguetes, de gente guapa, que diciéndose de izquierdas, controlan las subvenciones a su antojo, y juegan desde su Olimpo particular a interpretar los papeles de los pobres mortales que caminamos por el mundo, con todas nuestras miserias, nuestras tristezas y nuestros patéticos futuros. Con una visión más o menos fatalista, más o menos exagerada, y más o menos anodina, pero basada siempre en esa lacra de tragedia griega que nunca somos, ni seremos capaces de poder sacarnos de encima. La posibilidad de reflejar esa misma situación de la inteligente manera en que se hacía en los gloriosos tiempos del cine de Berlanga o Saura se ha esfumado ante esa afición de los directores actuales a recrearse en una forma de vida muy alejada de su torre de marfil. La moda empezó con películas como “Los lunes al sol” o “El bola”, por no mencionar todas las apologías y homenajes a la delincuencia callejera, y sigue con títulos más recientes, como “Pudor” o el comentado en esta entrada. Podría decirse incluso que las incursiones anteriores a los infiernos de la mediocridad (”Los lunes al sol” y “El bola”) gozaban al menos de cierto sentido del humor la primera y de un ajustado catálogo de valores familiares (los que muestra la familia del amigo del protagonista) la segunda. Hasta eso se ha perdido.

Desengañémonos. La tendencia está clara. Es la que premia esa supuesta Academia, y no hay vuelta atrás. Una enrevesada pirueta de la imaginación de algún miembro con poder, vinculado a esa institución o ajeno a ella, no lo sé, ha decidido que lo mejor para olvidarnos un momento de nuestra mediocre existencia es mostrárnosla con toda su crudeza, y ante una actitud tan absurda como esa, el único camino sensato es renunciar a llenar las salas en las que se proyecten películas como esta. Luego dirán que si la cuota, que si tal, que si cual, pero la realidad, la pura realidad, es que hoy en día estamos a años luz de países de nuestro entorno, como Francia, Italia o incluso Alemania, a la hora de hacer cine.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Dialogos de Carmencitas


He decidido recopilar en un libro quince de los dieciséis relatos escritos hasta el momento en mi blog “Los relatos del acompañante”. Los amigos de BUBOK brindan la oportunidad de publicar tu libro a tu gusto, controlando la portada, el tamaño, el tipo de papel...Creo que el resultado es lo bastante digno como para comprarlo, y a un precio asequible. La forma de pago también es una novedad, pues se puede pagar con cualquier tarjeta, y también mediante el sistema Paypal.

Los relatos van desde el primero, “Dulce Navidad”, publicado en Diciembre de 2007, hasta “Amaretto sensual”, que apareció en Marzo de este año. He utilizado uno de los relatos, “Al viento le pregunto”, dividiéndolo en dos partes y modificándolo ligeramente, para añadir a la recopilación una presentación y un epílogo. Hay una dedicatoria especial a Edda, fiel lectora de mi blog, que con sus inteligentes comentarios y sus apreciadas palabras de ánimo me ha animado cada semana a seguir con el blog.

La dirección para comprar los libros es la siguiente:

http://felixon.bubok.es/

También tenéis la opción de leer los relatos, gratis, en el blog, cuya dirección es la siguiente:

http://relatosdefelix.blogspot.com/

Aunque lo más seguro es que, cuando leáis un par de relatos, estaréis deseando comprar el libro.

domingo, 11 de mayo de 2008

Cine en estado puro. Martin Scorsese


Por razones que no vienen al caso, he tenido bastante abandonado este lugar de encuentro para los aficionados al cine durante una corta temporada. Ante la necesidad casi física de retomarlo, he querido dedicar la primera entrada a un maestro, a uno de los más grandes representantes del séptimo arte de todos los tiempos.

Scorsese es probablemente el único director de todos los que he hablado hasta ahora al que se le queda corta una simple entrada del tamaño de las que suelo escribir para este blog. No hay una sola de sus películas que me haya dejado indiferente, ya sea por su originalidad, por su buena factura, por el sentido del humor y la ironía que desprenden muchos de sus títulos, por la música, por los actores (el De Niro en sus mejores tiempos, Harvey Keitel, el impagable Joe Pesci) o por el conjunto en general. Un director que ataca con su singular profesionalidad cualquier género que se le ponga por delante, que nos depara dosis de poesía, de violencia, de humor y de sorpresa a partes iguales, como solo un maestro sabe hacer.

Taxi Driver (1976) se estrenó en España algo más tarde, en plena transición. Robert de Niro, jovencísimo, representa el papel de un veterano de Vietnam al que una extraña enfermedad, aderezada con algún tipo de patología cerebrel, no le permite dormir, por lo que aprovecha las noches para conducir un taxi y sacar algo de pasta. Como escena memorable de esta película, entre otras muchas, tengo que citar la cara que se le queda a Cibyll Sepherd, jovencísima, cuando nuestro amigo Travis (Robert de Niro) la invita al cine, con total naturalidad e inocencia, a ver una película pornográfica. La chica huye espantada, como no podía ser de otra manera, y Travis la persigue hasta la obsesión (Scorsese ha sabido extraer con singular maestría el lado obsesivo de De Niro, en este y en otros cuantos títulos). Como ella trabaja en la oficina electoral de un candidato a presidente de los EEUU, y no le hace ni puñetero caso al taxista, Travis decide acabar con la vida del candidato, por eso, porque su secretaria no le hace caso.

Resultan sorprendentes muchos de los comportamientos de Travis en esta película. Se recuerda bastante la escena de cuando tira al suelo la televisión, sin aspavientos, simplemente volcándola poco a poco con el pie. Resulta mítica también la escena del ensayo con la pistola, cuando, frente al espejo, repite una y otra vez “¿Me hablas a mi?. ¿Estás hablando conmigo...?”, frases que, según la leyenda, se inventó sobre la marcha el propio Robert De Niro. El caso es que, ya se sabe, un clavo saca a otro clavo, y Travis se enamora de Jodie Foster, posiblemente en el mejor papel de toda su carrera, que trabaja como prostituta bajo la batuta de un Harvey Keitel que, a partir de entonces, se convirtió en uno de mis actores fetiche. Y ocurre lo que tenía que ocurrir. El desquiciado Travis, para liberar a su querida amiga de ese mundillo podrido, se carga a unos cuantos gángsteres de poca monta, y se convierte en héroe urbano de la noche a la mañana. Un gran título, que cuenta con la participación de actores consagrados y de otros que se consagrarían en esta ocasión.

New York, New York (1977) merecería figurar en esta entrada, pero he preferido reservarla para la siguiente, el segundo especial dedicado al cine de jazz de todos los tiempos. Pasamos pues, sin más dilación a “Toro salvaje”(1980), posiblemente la película con el comienzo más poético de todos los tiempos, con Robert de Niro entrenando a cámara lenta como Jake La Motta, mientras suenan los compases de la obertura de “Caballería rusticana”. Inolvidable. Solo por esta épica escena merece la pena ver la película.

Jake La Motta, terriblemente obeso y medio sonado (creo que esta fue la primera ocasión en la que De Niro hizo gala de su extraordinaria capacidad para adelgazar y engordar en función de las exigencias del guión), nos cuenta su vida, sus inicios, sus entrenamientos con la ayuda de su hermano Joey (Joe Pesci), sus neuras con su mujer y sus problemas con la mafia, que le obligaba a amañar combates. Las escenas de boxeo son brutales, magistralmente rodadas mezclando escenas a ritmo normal con tomas a cámara lenta. La sangre y la saliva de los contendientes salpica la pantalla. La película, rodada en un formato que recuerda bastante al documental, representa un duro alegato contra un deporte que debería considerarse más como una carnicería o como una regresión al Imperio romano que como una actividad lúdica. “Toro salvaje” entra por méritos propios en las películas que, denunciando esta salvajada, muestran también su belleza, la fascinación que producen dos hombres dándose puñetazos hasta la extenuación. Personalmente, esta y “Más dura será la caida”, ya comentada, son las máximas representantes de esta tendencia de denuncia.

Habría que haber echado del país a la persona a la que se le ocurrió titular en castellano "After hours”(1985) como “Jo, que noche”. Recuerdo que muchos de mis amigos se echaron para atrás, a la hora de ir al cine a verla, a causa de ese título tan ridículo.

¿No habéis sufrido a veces la pesadilla de tener que llegar a algún lugar y no conseguirlo nunca?. Por lo que sea, por que no funciona el metro, o no funciona el autobús, o se os ha olvidado algo y tenéis que volver a casa...Suele ocurrir cuando tenéis una cita importante al día siguiente a primera hora, y las provoca el miedo a quedarse dormido. Os despertáis jadeando, sudorosos, con la ansiedad a flor de piel...Bueno, pues eso es lo que se muestra perfectamente en la película “After hours”.
Paul (Griffin Dunne), un técnico informático que representa perfectamente al ciudadano medio típico y anodino, tendrá un estrafalario encuentro con la fauna más extraña de la ciudad de Nueva York a raiz de su medio enamoramiento de Rossanna Arquette, que, todo hay que decirlo, en esta película está como para enamorarse de verdad de ella (sin desmerecer para nada a Linda Fiorentino, su amiga, que también sale guapísima). Por una serie de catastróficas desdichas (porque no se pueden definir de otra manera), el bueno de Paul sufrirá en sus carnes la que sin duda se convertirá en la peor noche de toda su existencia. Imposible destacar a un personaje en particular. Todos son surrealistas. Paul es capaz de provocar en el espectador, con auténtica maestría y a causa, sobre todo, de su insultante normalidad cuando se le compara con el resto de personajes que le rodean, la sensación de que no se merece, ni de lejos, nada de lo que le está ocurriendo. Una comedia inteligente, amena, cuya acción arranca de la absoluta tranquilidad hasta subir, in crescendo, hasta las más altas cimas de la locura.

Con “El cabo del miedo”(1991), Scorsese nos demuestra con autoridad que algunos remakes, aunque sea contados con los dedos de una mano, superan con creces a la película en la que se basan. “El cabo del terror”, protagonizada por Gregory Peck en el papel de abogado y Robert Mitchum en el papel de Max Cady (curiosamente, los dos tienen un papel en el remake de Scorsese) es una digna película de cine negro, pero no consiguió despuntar en el universo cinematográfico tanto como lo hizo su secuela.

¿Quién no ha dicho nunca “Abogador...”, influenciado por la imitación de “Cruz y Raya”?. Pues eso es lo que le dice Robert de Niro a un asustado Nick Nolte en una de las escenas más memorables de la película. Resulta difícil olvidar la imagen de Max Cady entrenando en la cárcel, con esos inquietantes tatuajes diseminados por todo el cuerpo, o la escena en la que se agarra a los bajos de la furgoneta del abogado para acompañarle en su huída. Escenas todas ellas ensalzadas por la magistral música, tan terrorífica o más que la de “Psicosis”, que compusieron el tandem de profesionales Bernard Herrman y Elmer Bernstein. A destacar también la actuación de Juliette Lewis, que creo que debutaba en el mundo del cine interpretando el papel de la hija de Nick Nolte. La sensualidad que desprende en la escena del teatro, ante la presencia de Max Cady, mezclada con la inquietud que provoca en el espectador la sensación de catástrofe inminente, es una de las más conseguidas en este tipo de películas. Jessica Lange, que interpreta a la esposa de Nick Nolte, también actúa con la profesionalidad que la caracteriza, mesurada cuando tiene que serlo y aterrada cuando la película alcanza sus puntos álgidos, que son varios y muy bien dosificados.

La última película que quiero destacar en esta entrada es “Infiltrados”(2006), una impresionante muestra de saber hacer, de ese evolucionar como pez en el agua en el género de policías y ladrones, en esta ocasión irlandeses, que ha caracterizado siempre al maestro Scorsese. Protagonizada por Matt Damon y Leonardo Di Caprio, los dos infiltrados, el primero en la policía y el segundo en el grupo mafioso de Frank Costello, el verdadero gigante de toda la película, magistralmente interpretado por el siempre enorme Jack Nicholson.

Cuando Leonardo Di Caprio le dice a Frank Costello, desesperado porque percibe que los tejemanejes del mafioso van a terminar mal, que ya tiene bastante, que ya no necesita más dinero, el bueno de Frank le contesta, lento y pausado, “tampoco necesito follar, y sin embargo me encanta”. Otra de las constantes en la película, la débil frontera que separa a muchos policías de los delincuentes a los que persiguen, es también magistralmente resumida por Frank cuando dice que cuando hay una pistola de por medio, lo de menos es quien la empuñe.

Asistimos al desesperado devenir diario de los dos jóvenes protagonistas, a punto en todo momento de ser descubiertos por policías y mafiosos, y sin saber nada el uno del otro. Una angustiosa película sabiamente aderezada, como en todas las de Scorsese, por títulos musicales independientes, entre los que destaca “The departed tango”, que conforman una banda sonora difícil de olvidar.

Martin Scorsese, un director que sin duda merece un segundo especial, y probablemente un tercero, porque este mago del cine no para de trabajar. La acuarela que preside la entrada es de Carmen, que la tenía preparada desde hace bastante tiempo. Espero que las cosas se normalicen de nuevo a partir de ahora, y que sigamos disfrutando de estas entradas durante el mayor tiempo posible, yo escribiéndolas, Carmen, Juan y los amigos de Hispacuarela ilustrándolas, y vosotros leyéndolas.