domingo, 16 de marzo de 2008

Un americano discreto. Sidney Pollack



Se trataba de una película claustrofóbica, densa, llena de humo de tabaco y de sudor, de esas que no se puede ver durante el verano, en un cine con la refrigeración estropeada, sin romper a sudar como un desesperado.

“Danzad, danzad malditos”(1969) se desarrollaba en un salón de baile, durante los duros años de la gran depresión que sacudió a los Estados Unidos, y por contagio al resto del mundo, a principios del siglo pasado. Trabajaban un por aquel entonces casi desconocido Michael Sarrazin, y la prácticamente también debutante Jane Fonda. Al parecer, en aquella época, eran muy comunes en Estados Unidos los concursos de baile, que se desarrollaban al amparo de una sencilla regla: quien más tiempo aguantase bailando, se llevaba un premio en metálico. Así de fácil.

Con tan modestos planteamientos iniciales, Sydney Pollack tuvo la maestría de encerrar todo el universo humano entre las cuatro paredes de una sala de baile. Personajes desesperados compiten, hasta la extenuación de muchos de ellos, por llevarse un premio que para la gran mayoría supone poder seguir adelante con sus vidas. Jamás una actividad tan supuestamente alegre como la de bailar se convirtió en algo patético. Pasan horas, días, y ninguna de las parejas quiere rendirse. Pollack nos muestra un completo y erudito catálogo de miserias humanas saliendo a la luz a causa de la necesidad. El espectador se siente identificado con los tristes personajes que nos muestra el director. Personajes que no se resignan a dejar de mover los pies, tal es su necesidad. Recuerdo que a todos nos impactó este título, por lo que tenía de crítica a la sociedad norteamericana de una determinada época. Creo que era una de las escasa ocasiones en las que los americanos no se pintaban a sí mismos como los reyes del mambo, y eso sorprendía a un público que trataba de encontrar en el cine algo más que la mera diversión.

Algo de critica política, aunque en esta ocasión bastante edulcorada, nos mostraba también el director en “Tal como éramos”(1973), título inolvidable, en gran parte gracias a la canción que se escuchaba durante todo el metraje, que se hizo famosa y perdura aún en nuestros días. Por una vez, y sin que sirva de precedente, no he podido resistirme a colocarla como sintonía principal de la página, aunque solo sea durante el tiempo que se mantenga la misma en primer lugar del blog.

Hubbell (Robert Redford) es el típico estudiante rico, guapo y bien vestido de una importante universidad de Estados Unidos. Inteligente, atlético, alto, rubio, es capaz de despertar gracias a un relato que escribe, el interés de Katie (Barbra Streisand), una estudiante no tan agraciada, comprometida más o menos políticamente, que se tiene que pagar los estudios trabajando de camarera en una cafetería frecuentada por sus compañeros estudiantes. Lo que a priori parecería una relación condenada al fracaso, dado el carácter antagónico de sus protagonistas, se convierte en una historia de amor, que utiliza algún que otro recurso político que podría considerarse subversivo en el contexto universitario en el que se desarrolla la acción. Redford cambia algunos de sus frívolos planteamientos, y llega a casarse con Katie, a pesar de la animadversión que hacia la chica sienten tanto su familia como los amigos. El matrimonio, que parece funcionar perfectamente engranado al principio, se va desmoronando poco a poco. Un gran título en el que destacan las actuaciones de los dos protagonistas, dos auténticos actorazos que han pasado a la historia del séptimp arte por méritos propios. También es curiosa la aparición, como amigo izquierdista de Katie, de un jovencísimo James Woods, hoy también sin ninguna duda un actor de referencia.

Más o menos en 1977 se estrena en España “Los tres días del cóndor”(1975), protagonizada de nuevo por Robert Redford. Para muchos, la película es el mejor Thriller político que se haya rodado jamás, y puede que no les falte parte de razón.

Turner, el personaje interpretado por Redford, vuelve una mañana de comprar comida a la oficina en la que trabaja, una especie de gabinete de lectura de obras de literatura que es en realidad una tapadera de una sección de la CIA destinada a descubrir mensajes cifrados del enemigo en los libros traducidos al inglés. El hombre se encuentra con que alguien ha asesinado brutalmente a todos sus compañeros, y huye desesperadamente de su propia muerte, para tratar de aclarar el misterio que encierra lo que ha ocurrido.

En la película juegan un importante papel las actuaciones de Faye Dunaway, que pasa a convertirse de rehén en amante de Redford, y Max Von Sidow, el implacable asesino que persigue a Redford para eliminarle. La película es trepidante, ágil, sin apenas momentos de respiro. Un gran título que recomiendo encarecidamente a todo el que le gusten las tramas políticas complejas, con un organismo incriminado, la CIA en este caso, que jamás ha defraudado cuando se ha asomado a la gran pantalla.

Muy poco después, o incluso quizás un poco antes, se estrenó en España “Yakuza”(1975), un intenso thriller dedicado a la hasta entonces desconocida mafia japonesa, protagonizado por un Robert Mitchum que, si bien en aquella época comenzaba un cierto declive, es capaz de llenar la pantalla todavía con su presencia. El acierto de esta gran película, que a pesar de la época en que fue rodada no ha envejecido en absoluto, lo constituye, a mi modo de ver, el enfrentamiento entre dos culturas aparentemente antagónicas, la japonesa y la norteamericana, representadas cada una de ellas por el actor Ken Takakura, que interpreta al ex yakuza Tanaka Ken, y el mencionado Robert Mitchum, en el papel de Harry Kilman.

Un hombre de negocios americano, interpretado por Brian Keith, contrata los servicios de Harry Kilman, para que vuelva a Japón, después de muchos años de haber estado allí, para que rescate a su hija, secuestrada por la yakuza, la mafia japonesa. Harry se reencuentra con Tanaka Ken, que le ayuda en su trabajo, y Eiko (Kisi Keiko), la hermana de Tanaka, con la que Harry había mantenido una historia de amor que a punto había estado de acabar en matrimonio. La nostalgia y los recuerdos de Harry, gran conocedor de la cultura japonesa, se entremezclan con una trama sugerente y peligrosa, en la que intervienen los tatuados personajes hasta entonces desconocidos en Europa. Como contrapunto a la respetuosa y nostálgica actitud de Harry, actua Richard Jordan, en el papel de su joven ayudante, que desconoce completamente todo lo que le rodea, y que está acostumbrado a trabajar con los métodos americanos. No se puede decir precisamente que “Yakuza” sea un título de acción trepidante. En este sentido, es posible que tenga bastante más vigor “Los tres días del cóndor”. Sin embargo, las pocas escenas de acción están perfectamente conseguidas, y resultan ciertamente inolvidables. La destreza de los guerreros yakuza, entre los que destaca muy por encima de todos ellos Tanaka Ken, entronca directamente con el cine de artes marciales de calidad (Bruce Lee y Bruce Lee, para qué vamos a engañarnos) que hacía furor en las salas de estreno de aquella época. El secreto que guarda la trama, que se desvela cuando todo ha terminado, es una de las mejores bazas de este título, que llega al clímax en el momento en que Harry le pide disculpas a Tanaka Ken por algo que había ocurrido en el pasado.

Resulta curioso, pero acabo de darme cuenta de que Sydney Pollack rodó los cuatro títulos comentados en el corto lapso de tiempo de seis años. Teniendo en cuenta que este buen hombre lleva dirigiendo películas desde 1966, y que sigue rodando, casi me atrevería a asegurar con autoridad que su época dorada se encuentra comprendida entre 1966 y 1975, en la que rodó estas cuatro joyas del séptimo arte. Decir también que no se trata precisamente de un director en el que destaquen rasgos distintivos, y esa es posiblemente su maestría. Títulos correctos, legendarios y de indudable fuerza. Cine en estado puro en el que al director, lo que menos le ha preocupado, ha sido precisamente dejar su firma, centrando más bien su labor en dirigir a la perfección guiones de gran valor.

4 comentarios:

  1. Soy una enamorada de las comedias románticas, aunque para algunos sean consideradas un género menor. Así que me quedo con "Tal como éramos", y esa escena de los dos, frente a frente, cada uno a un lado de la calle... Y sus miradas... Se me quedó grabada esa imagen. Y la canción, por supuesto...
    Todo un descubrimiento este blog. Me alegra haberlo encontrado. Con su/tu permiso, seguiré visitándolo.

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  2. Hola Felix.
    Tremendas reseñas que has hecho.
    Mejor que un crítico de cine. Felicidades.

    ¿Los tres días del cóndor?, cada vez que la veo es como si fuera la primera vez.

    Pero ahora te voy a pedir un favor. Sé que tampoco es una película reciente, pero me gustaría mucho leer un artículo tuyo dedicado a “Tesis” de Alejandro Amenábar. Bueno, sucede que es mi favorita, por eso la recomiendo.
    Saludos y un abrazo bien grande.

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  3. Buffff, nostalgia me ha traido esta canción divinamente cantada por Bárbara, la he bailado tantas veces¡¡¡, me encantó la película aunque no me enamoré de Redfor como mis amigas, les dije toda chula: no es mi tipo ja ja, mi tipo. En danzad malditos danzad me sentí prisionera, angustiada, además eso aquí no sucedía, por entonces era todavia niña y la vi a escondidas y me impactó para siempre, jamás me he presentado a un concurso de baile... En fin, tiempos pasados.

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  4. Tienes razón, Vivian, esa escena es una de las mejores de la película. La mirada de la Streisand tiene un encanto especial, y en esta película se demuestra.
    Gracias, marilyn. Por el momento no tenía pensado hablar de Tesis, pero tomo nota. Me gustó mucho, de hecho, la que más me gustó de Amenabar, así que algún día le dedicaré una entrada, tenlo por seguro.
    Tiempos pasados, Isabel, marcados por esas sesiones de cine en sesión continua, con la merienda y la botella de agua. Esa sensación que teníamos es la que estoy tratando de recuperar en parte con este blog, que se alimenta con los comentarios de personas como vosotras. Gracias a las tres.

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