viernes, 28 de marzo de 2008

Actor duro, director emotivo. Clint Eastwood


Lo sé. Soy consciente de buscarme las iras de muchos de vosotros, incluso familiares directos, por no colocar en esta entrada ningún comentario de “los puentes de Madison”, posiblemente la película más famosa, como director, de nuestro amigo Clint Eastwood, pero es que no puedo con ella, y lo siento mucho, de verdad. No me parece de recibo tener que dar explicaciones a unos hijos de algo que se hizo con total y absoluta libertad en el pasado, y eso es lo que me parece que trata de hacer ver la película, partir de una premisa que para mi ya es equivocada: coño, si Meryl Streep decidió enrrollarse con el fotógrafo, ya era mayorcita, la mujer, y sus hijos habrían hecho mejor en tratar de mejorar sus propias vidas que en cuestionar la vida de la madre, y punto pelota. Y además, me dio mucha pena del pobre Clint, allí, medio llorando en su camioneta, el pobre, con lo duro que había sido hasta entonces...

Bueno, fuera de bromas, creo que Clint Eastwood es mejor director que actor, y sobre todo de aquellas películas en las que no aparece. Me explico: cada vez que se dirige a sí mismo, se reserva un papel de tipo casi perfecto, emotivo, sincero, padrazo y todos los adjetivos en esta línea que os podáis imaginar, y con esa cara que parece tallada con formón, resulta un poco surrealista, siempre bajo mi modesta opinión, repito, interpretar ese tipo de papel.

Creo que solo existe una película, gran película, por cierto, en la que Eastwood abandona esa faceta ligeramente melosa para convertirse en un director de cine egoísta, obsesivo, frívolo y con un punto bastante marcado de soberbia. Se trata de “Cazador blanco, corazón negro”(1990). Basada en una magnífica novela de Peter Viertel, la película nos cuenta el rodaje de “La reina de Africa”, uno de los mayores éxitos de John Huston. Clint, que interpreta al director, se las ingenia para convencer a la productora correspondiente y llevarse a Africa a todo un equipo, actores incluidos, con la excusa de localizar exteriores adecuados para su película. Al parecer, John Huston montó todo ese circo con la única idea de cazar un elefante. Asistimos así a la desesperación de los actores, Humprey Bogart, Lauren Bacall, que le acompañaba, y Audrey Hepburn (muy solidamente interpretada por Marisa Berenson), que ven como, día tras día, y tras esgrimir Huston las más peregrinas excusas para no rodar esa jornada (lluvia, sol, viento o todos juntos), John Huston se escapa del campamento de rodaje para conseguir su ansiado trofeo.

Una de las cosas que más sorprende de esta película es la paciencia. La paciencia de los actores, la paciencia del equipo de rodaje, la paciencia de los guías locales, frente a una persona, John Huston, que se pasa lo que le digan los demás por sus partes más nobles. Cuesta creer que alguien tenga que soportar tantas vejaciones, tantos desplantes y tantas tonterías, en definitiva, como las que utiliza el inteligente director para alcanzar su meta. La película acaba con una tragedia, que al parecer le deja traumatizado, hasta el punto de sentarse en su silla de director y gritar, por fin, la esperada palabra: “rodando...”.

Alguien ha dicho alguna vez que “Un mundo perfecto”(1993) es probablemente la peor película de Clint Eastwood. También se ha repetido hasta la saciedad que es el mejor trabajo de Kevin Costner, así que una cosa compensa la otra. Resulta fascinante la relación establecida entre el asesino fugado, Buth Haynes (Kevin Costner) con un niño de seis años, perteneciente a una de esas extrañas familias (al parecer, no tan extrañas en los EEUU) en las que es pecado comerse una mazorca de maiz. Costner le hace vivir al niño todo lo que le robaron a el cuando tenía su edad. “Un mundo perfecto” resulta así una fábula sobre la amistad entre una persona mayor y un niño que está disfrutando como una fiera de su aventura policíaca. La sensación de peligro que se tiene desde fuera, donde todos piensan que el recluso fugado se va a cargar en cualquier momento al pobre niño, se convierte en emotividad en estado puro cuando la perja aparece en escena. También es de destacar en esta película que, aunque Clint Eastwood aparece interpretando a un policía, su papel no es ni mucho menos uno de los principales, lo cual resulta de agradecer.

“Mystic River”(1993) es una película dura. Muy dura, diría yo. Jimmy (Sean Penn), Dave (Tim Robins) y Sean (Kevin Bacon) son tres amigos de infancia que se reencuentran, empujados por las circunstancias, después del asesinato de la hija de uno de ellos, Jimmy. Sean, que es policía, es el encargado de investigar tan macabro suceso, y entra de nuevo en contacto con los otros dos. A Dave, la infancia le jugó una mala pasada. Mientras jugaba con sus otros dos amigos al béisbol en las calles de un barrio bajo de Boston, dos individuos le raptaron para mantenerle oculto durante varios días en un sórdido sótano y someterle a toda clase de vejaciones sexuales. Dave no consiguió recuperarse nunca del todo de tan brutal suceso, y esto es algo que tienen muy claro sus otros dos amigos.

Si algo me causó auténtico pavor en esta película, fue el personaje interpretado por Marcia Gay Harden, una actriz que se me estomaga desde que la vi en esta película interpretando el papel de esposa de Dave. Se puede decir sin ningún tipo de duda, que es la absurda actitud de esta mujer la que desencadena la tragedia en todo su esplendor. Una actitud enfermiza, a mi parecer, que antepone el que dirán, o esa estúpida lealtad al grupo que mantienen algunas personas por encima de los intereses de los más allegados. Sin vislumbrar siquiera el salvaje deseo de venganza de Jimmy, se atreve esta buena mujer a insinuar que su marido es culpable, basándose en indicios más que dudables, y desconfiando, por encima de todo, de la palabra de su marido. Una actitud que siempre he visto como autodestructiva y sumamente peligrosa para el que tiene la suerte de encontrarse con una personalidad así. Parecida, sin ir más lejos, a la que mantiene sin duda vuestro pasajero en el coche, cuando otro tipo se salta un stop y está a punto de embestiros. Seguro que vuestro acompañante os culpa a vosotros de la situación. ¿Me equivoco?. Pues la actitud de esta buena mujer es algo así, pero llevado al paroxismo.

“Banderas de nuestros padres” y “Cartas desde Iwo Jima”, ambas del 2006, representan sin dura el alegato contra lo absurdo de la guerra más sólido que haya visto en mucho tiempo. En la primera, se nos narra la encumbración pública de tres supuestos héroes de guerra, que lo único que han hecho ha sido colocar una bandera de recambio en lo alto de la colina más alta de la isla de Iwo Jima, porque al político de turno que visita la isla se le antoja colocar en su rancho la original, de la que no existía foto. Los tres hombres, que han visto morir a sus mejores amigos en tan absurda batalla, se ven desbordados por los acontecimientos, por cuatro comerciantes de vidas humanas a los que lo único que les importa es mostrar a los tres soldados, como si de una atracción de circo se tratara, para recaudar el dinero procedente de la venta de los bonos de guerra correspondientes. Es de destacar la actuación del soldado indio, que tiene que vivir a cada momento el desprecio por su raza, y revivir los sangrientos episodios vividos en la isla.

En “cartas desde Iwo Jima” se nos cuenta la misma batalla, pero desde el punto de vista japonés. Un equipo de arqueólogos encuentra, enterradas en la arena, cartas de soldados que participaron en el conflicto. A través de las mismas, descubrimos la personalidad del general Kuribayashi (Ken Watanabe), que conocía la forma de actuar de las fuerzas americanas debido, principalmente, a que había estudiado en una escuela militar americana durante los tiempos de paz. A través de las cartas, descubrimos el heroísmo, la camaradería, el coraje y la compasión que embargaba a los soldados japoneses que tiñeron la arena de la isla con su sangre. Recuerdo en especial la escena del izado de la famosa bandera por parte de los americanos, que en esta película se ve desde lejos, desde el punto de vista japonés, sin darle la más mínima importancia. La película parece encaminada a mostrarnos que los japoneses también eran seres humanos, y que vivían, morían, lloraban y se destripaban con la misma tristeza que las víctimas del otro lado. Cuesta sobreponerse a la visión de una carnicería que duró más de cuarenta días, con casi treinta mil muertos entre americanos y japoneses, por un trozo de tierra, en definitiva, que podría tener algún valor estratégico, pero que en ningún caso compensaba el gran derroche de vidas humanas que costó.

martes, 25 de marzo de 2008

Rafael Azcona, descanse en paz

Escuchando la radio, me he enterado de que ayer murió Rafael Azcona de un cáncer de pulmón. En el mismo noticiario, el comentarista hace alusión a una entrevista que le hicieron hace un par de años, en la que el gran guionista hablaba de la muerte: “no pienso en mi muerte, por la misma razón que esgrimían los griegos: porque cuando estoy vivo, no estoy muerto, y cuando esté muerto, no estaré vivo, por lo que resulta una tontería pensar en mi muerte. No es un tema que me preocupe. Les preocupará a los que se queden, porque les habré dejado un muerto, y a ver qué hacen con el...”.

Una típica respuesta de este hombre, maestro del humor negro, fiel pintor de la España negra que le tocó vivir en la segunda mitad del siglo veinte, tanto en sus novelas como en sus más de ochenta guiones cinematográficos, para directores tan reputados como Marco Ferreri, Carlos Saura, Fernando Trueba o el mejor Berlanga. Ochenta guiones filmados, porque se dice que los escritos y rechazados por la censura de la época superan con mucho esa cifra.

Resulta curioso nuestro acercamiento como aficionados al mundo del cine. No creo equivocarme si afirmo que lo primero que nos llama la atención son los actores, las actrices. Haced la prueba con vuestros padres, por ejemplo. Ellos, para los que el cine representaba cuatro o cinco horas de evasión, recuerdan con placer a Hedí Lamarr, Clark Gable, Gary Cooper, Greta Garbo... Es raro encontrarse una persona de más de setenta años que sea capaz de nombrar un par de directores de cine. El culto al director se produjo mucho después de esta etapa, allá por la transición, cuando empezaron a proliferar las revistas de cine más analíticas (hasta entonces existía “fotogramas” y algunas más, dedicadas en su mayor parte al culto al actor). Me estoy refiriendo, por supuesto, al aficionado medio, entre los cuales me considero. Seguro que los expertos y críticos estaban a un nivel mucho más elevado. Ya éramos capaces de discutir con nuestros padres, y de demostrarles su ignorancia porque no sabían, por ejemplo, una cosa tan sencilla como que “La reina de Africa” la había dirigido un tipo llamado John Huston.

Ocurre como con todos los órdenes de la vida. Unos se quedan en la superficie, y solo saben de hablar de actores, más o menos guapos o más o menos terroríficos. Otros profundizan un poco más, y se empollan la vida y milagros de los directores que más les gustan. Pues bien, amigos, todavía no me encontrado con nadie, ni siquiera a nivel de revistas especializadas, que le dedique una sola línea al verdadero artífice de nuestra fascinación por el séptimo arte, que no se debe a los actores, a pesar de que tengamos nuestros preferidos, o a los directores, más o menos irregulares en función de su ubicación geográfica, de su presupuesto o de su compromiso con tal o cual compañía, que le obliga de vez en cuando a realizar productos de consumo ante la necesidad de hacer caja. No, amigos. Nuestra fascinación por el cine, al menos en mi caso, viene dada por la calidad de las historias que se nos cuentan, y esa parte, la de escribir la historia, se debe a los que pasan más desapercibidos en los títulos de crédito, a los que se han colocado en estos tiempos más o menos de actualidad por al huelga que mantienen en EEUU para que se reconozcan sus derechos: a los guionistas, esos grandes desconocidos.

Rafael Azcona consiguió sobrepasar por méritos propios la barrera del anonimato impuesto por la profesión que había elegido. De la mano de Marco Ferreri, que le encargó en 1958 el vitriólico guión de la película “El pisito”, entró por la puerta grande en el mundo del cine.

Si no habéis visto “El pisito”(1958), os la recomiendo encarecidamente. Rodolfo (Jose Luis López Vázquez) quiere casarse con su novia, Petra (Mary Carrillo), pero debido a que no tienen ni un duro para comprarse un piso, decide, de común acuerdo con Petra, casarse con una anciana enferma, Doña Martina, y esperar a que muera para quedarse con todo su patrimonio. Así de sencillo. La única manera de soportar una película que reflejara la cruda realidad y las situaciones surrealistas que se podían producir en la España profunda de la época, era a través del sentido del humor, cáustico y negro, pero sentido del humor al fin y a la cabo, y Rafael Azcona andaba sobrado en ese sentido.

Mientras colaboraba para “La codorniz”, la revista satírica políticamente incorrecta de la época, a la que había entrado de la mano de su amigo Mingote, Rafael escribió, un par de años más tarde, otro de sus grandes guiones, “El cochecito”(1960), película en la que un desquiciado Don Anselmo (el siempre magnífico Pepe Isbert) quiere a toda costa comprarse un cochecito de inválido, porque unos cuantos amigos suyos pensionistas tienen uno. Resulta grotesca la pirueta imaginativa mediante la cual Rafael Azcona es capaz de mostrarnos a un grupo de inválidos que discriminan a un pobre anciano por no serlo, porque puede andar perfectamente. Ante tamaña humillación, Don Anselmo empieza a vender todas las posesiones de la familia, que no accede a su extraña petición, para comprarse un último modelo, y será capaz de llegar bastante más lejos para satisfacer su capricho. Una patética situación, resuelta de nuevo con la desbocada imaginación y sentido del humor del guionista logroñés.

Llegamos con nuestro pequeño homenaje a “El verdugo”(1963), de la que afirmo sin ninguna duda que se trata de la mejor película del cine español de todos los tiempos. Nos encontramos de nuevo ante las penurias económicas, ante la imposibilidad de comprarse un piso de Jose Luis (Nino Manfredi) y Carmen (Emma Penella). Cuando son obligados a casarse al haber sido descubiertos en la intimidad, Amadeo, verdugo de profesión, le propone a Jose Luis solicitar su plaza cuando el se jubile, con lo que tendrá derecho a un piso. Jose Luis, que trabaja en una funeraria, acaba aceptando, aunque no muy convencido. Resulta inolvidable en la que Jose Luis va a comprarse una camisa, y Carmen le pregunta la talla de cuello. “No la sé”, responde Jose Luis. Ella mira a su padre, y le pregunta “padre, ¿qué talla de cuello tiene Jose Luis?”. El veterano verdugo le echa una mirada experta al cuello de su yerno, y dice “una cuarenta y dos...”.

Memorable también la escena en las cuevas del Drach, en Mallorca, cuando la guardia civil busca a Jose Luis para su debut mientras suena la música procedente de las barcas en el estanque, o la escena en el patio de la cárcel, con un verdugo bastante más abatido que su propia víctima...Toques de humor negro, en definitiva, que cuesta comprender que burlaran la censura de la época, tal era el soterrado ataque a las bases fundamentales de una sociedad anclada en la penuria y en los valores patrios más rancios.

Quiero comentar, por último, una película magistral, injustamente olvidada en todas las filmografías de berlanga, hasta el punto de que creo que ni siquiera ha sido editada todavía en DVD. Se trata de “Vivan los novios”(1970), en la que Leo (Jose Luis López Vázquez), un empleado de banca que vive y trabaja en Burgos), se traslada a un pueblo de la Costa Brava (creo que es Sitges, pero no estoy muy seguro), acompañado de su madre, para casarse con Loli (Laly Soldevilla), dueña de una tienda de artículos de playa. Viendo el ambiente, el bueno de Leo decide que, antes de casarse, le apetece correrse una aventurilla con cualquiera de las macizas turistas que le salen a cada momento al paso. Resulta patética la forma de deambular de este buen hombre, con su traje, su corbata y sus zapatos de charol, en medio de biquinis y bañadores cortos.

Tratando de tener su aventura, acompaña a Pepito (Jose María Prada) a llevar una paella a un yate de lujo, y cuando vuelve, se encuentra con que su pobre madre ha muerto. Hecho un mar de lágrimas, y sin duda sin ser muy consciente de lo que hace, se deja llevar por Loli y su hermano, que ya han hecho todos los preparativos para la boda, y deciden entre todos meter a la muerta en una bañera con hielo hasta que acabe la boda, y después, tirarla al mar y declarar que se ha perdido.

Inolvidables y surrealistas personajes, como el sacerdote (Luis Ciges), el hermano amnésico (Manuel Aleixandre) o el jefe de Leo, que se ve envuelto en el enredo sin quererlo, conforman uno de los mejores títulos del maestro Berlanga.
No soy precisamente un enamorado del cine español de actualidad. Creo que he colocado en esta entrada cuatro títulos que considero sinceramente de lo mejorcito de nuestra cinematografía. Os sorprendería saber que películas que marcaron gran parte de nuestra transición, como “Pim, Pam Pum fuego”, “Ay, Carmela”, “Mi hija Hildegart”, “Un hombre llamado Flor de Otoño”, “El anacoreta”, “La miel” o “La escopeta nacional” se deben a su vitriólica pluma. Y antes de la transición, películas tan inquietantes como “La gran comilona”, “Tamaño natural”, “Peppermint frappe” o “Ana y los lobos”, también son de el. Podéis encontraros con Rafael Azcona a través de un libro recopilatorio que sacó Alfaguara, “Estrafalario 1”, que recogió los guiones de “El pisito” y “El cochecito”, y una de sus novelas, “Los muertos no se tocan, nene.

Angeles González Sinde, directora nacional de cinematografía, lo expresaba muy bien en una entrevista para la radio esta misma tarde. “Rafael Azcona escribía además desde la libertad, desde elegir el tema que le diera la gana. Escribía a su manera, nunca a la manera de nadie”.

Rafael Azcona, descansa en paz estés donde estés, y échate unas risas a costa de los que nos quedamos aquí, tristes y huérfanos de tu gran sentido del humor.

sábado, 22 de marzo de 2008

Los maestros de lo sorprendente. Joel y Ethan Coen


Escribo esta entrada empujado por los acontecimientos vividos desde hace varias semanas, desde el estreno, concretamente, de la última película de los hermanos Coen. Si, esa, la del oscarizado Bardem, “No es país para viejos”, en la que precisamente, lo mejor es la actuación de Bardem interpretando a Chigurh, un psicópata asesino que camina por encima del bien y del mal, repartiendo vida o muerte según los designios de una moneda.

No voy a decir que la película sea mala, que no lo es, y ni siquiera me importa demasiado que deje tantos cabos sin atar que la gente, cuando sale del cine, se puede tirar tres o cuatro horas elucubrando sobre qué pasa con la pasta y otros detalles que no quiero revelar para no destripársela al que no la haya visto todavía. Eso es bueno, porque que una película fomente la comunicación entre las personas es bueno, no vamos a engañarnos, y la noche que la vi yo, por ejemplo, se improvisó en el pasillo de salida de la sala un comité de interpretaciones a cual más descabellada. Y es que la incomprensión provoca la amistad fulminante entre los que no comprenden.

Tampoco voy a decir que sea lenta, árida, espesa e inaguantable, porque no lo es, aunque a veces se piensa eso cuando ves que Tommy Lee Jones llega a un lugar en el que haya un anciano. Ese momento supone, con implacable seguridad, la antesala de un repentino discurso inacabable e incomprensible. Sobre todo el último, que según las leyes de la cinematografía universal debería ser el más revelador y sin embrago es el más críptico.

La película no es mala, no, pero no admito, ni de lejos, lo que se ha escuchado y se ha leído incluso en varias revistas: que es la mejor de los hermanos Coen. Pues no. No lo es. De hecho, no se les acerca a las demás ni a la suela de los zapatos. El único mérito, que tienen otras muchas películas, es haber encontrado un personaje tan desconcertante y siniestro como Chigurh, y nada más. Hay otras muchas películas de los Coen, por no decir todas, bastante más interesantes que “No es país para viejos”. Me gustaría poder hablar de todas ellas, pero voy a destacar las que son, para mi gusto, las cuatro mejores:

“Sangre fácil”(1983) supone el mítico debut de los hermanos Coen. Recuerdo su pase en los cines Alphaville, en versión original, con el título en inglés, “Blood simple”, que es el título por el que la recordamos todos los que la vimos en aquella ocasión. La historia es simple, al menos en sus inicios: el dueño de un negocio (aquí descubrí a Dan Hedaya, todo un catálogo de recursos interpretativos) sospecha que su mujer (otro descubrimiento para la posteridad, Frances Mc Dormand), le engaña con un empleado, y le encarga a un detective que investigue (otro gigante de la interpretación, M. Emmet Walsh. Es imposible olvidar la desesperada risotada que lanza cuando le atrapa el brazo esa ventana de madera). Con esos mimbres, aparentemente simples, los hermanos Coen fueron capaces de tejer una completa sinfonía de sorpresas. Recuerdo que la sala se llenó de risas (provocadas por los magistrales toques de humor negro), de silencios (provocados por los momentos de auténtico terror), pero, por encima de todo, de exclamaciones de sorpresa ante los inesperados giros que sufría la historia. Una concatenación de mentiras, engaños, situaciones inverosímiles, por parte de todo el mundo, que provocaron en los que la vimos la admiración inmediata hacia la pareja de hermanos que habían sido capaces de crear aquella maravilla.

“Arizona Baby”(1987), “Muerte entre las flores”(1990), “Barton Fink”(1991) o “El gran salto”(1994) son dignos representantes de la filmografía de los hermanos, mucho más interesantes que el título que ha provocado esta entrada. Los hermanos Coen siguen demostrando, título tras título, su buen hacer, pero es sin duda con “Fargo”(1995) cuando, para mi gusto, vuelven a alcanzar la gloria. Lo confieso, siempre he sido un admirador de William H. Macy, que en esta película interpreta al marido mediocre de una mujer cuyo padre tiene una gran fortuna. Al hombre se le ocurre simular un secuestro, para lo cual contrata a la pareja de descerebrados posiblemente más sugerente de la historia del cine: mis también admirados Steve Buscemi y Peter Stormare, este último en concreto en la misma línea que Bardem, pero con más garra. Una pareja que, por su poca cabeza, complican la a priori tan sencilla operación, dejando tras de si un rastro de cadáveres. Al otro lado, de nuevo una colosal Frances McDermond, en el papel de policía embarazada, que quiere resolver el caso cuanto antes para volver a casa junto a su marido. Resulta impresionante la ambientación, el frío, la nieve y los giros inesperados de la trama, de nuevo soberbiamente resueltos por la desatada imaginación de los dos hermanos. Como impresiones grabadas a fuego, me gustaría resaltar los gritos de Buscemi a su socio para que deje de hacer el psicópata, en una transmutación macabra de Pepito grillo con un Pinocho de más de dos metros de altura al que le fascina la sangre.

En “El gran Lebowski”(1995), los Coen abandonan su lado macabro, y se centran en una comedia con mucho humor negro y sorprendentes personajes. El Nota, un personaje de Los Angeles medio indigente y que parece que siempre está fumado (Jeff Bridges en, posiblemente, la mejor interpretación de toda su carrera), es confundido por dos gangsters por un tal Jeff Lebowski, un hombre de negocios que es clavadito a el. Le dan una paliza y se mean en su alfombra. El pobre Nota busca a Lebowski para que le pague la alfombra, y este le encarga que encuentre a su mujer, a la que al parecer han secuestrado. La delirante actuación del Nota para encontrar a la mujer de Lebowski, las situaciones surrealistas que se provocan, los inolvidables personajes de la bolera (John Goodman como el típico veterano desquiciado de Vietnam, que ve “charlis” por todas partes, y John Turturro, interpretando de forma magistral a un jugador de bolos hispano, con redecilla en la cabeza incluida, y una forma de moverse de las que crean admiración), conforman una sátira descarnada del modo de vida americano, que es en definitiva lo que desea uno encontrar cuando acude a ver una película de los hermanos Coen.

Quiero terminar esta entrada con “Ladykillers”(2004), que si bien se trata de un remake de “El quinteto de la muerte”, no puede negarse que posee el sello indiscutible de los hermanos Coen.

Tom Hanks interpreta a un engolado profesor de música (demasiado engolado, se podría decir), que alquila la casa de una anciana de color, con la sana intención de cavar, desde el sótano de la misma, un túnel que le permita llegar hasta el casino situado en la orilla del río para saquearlo. Para ello, contacta con una banda de personajes, a cual más extravagante y surrealista (un oriental que parece directamente sacado de “el puente sobre el río kwai”, un negro rapero, un fortachas descerebrado y el más curioso, un individuo experto en todo, casado con una walkiria, que sufre de vez en cuando ataques de cagalera. Toda la banda se aloja en casa de la vieja para cavar el túnel, y mientras lo hacen, ponen música, para disimular. Cuando la vieja descubre sus intenciones, tienen que eliminarla, y ahí es cuando la película alcanza su punto álgido.

Se puede respirar desde el patio de butacas el ambiente sureño americano, perfectamente reflejado en la pantalla. Un continuo sonido Gospel, la tranquilidad casi desquiciante de la gente de esa zona, y las magistrales escenas desde el puente, hacen de este título un placer para los sentidos. Hasta el relamido Tom Hanks, que borda a la perfección su papel de profesor amanerado y exquisito, logra convencer a los que le odiamos cordialmente, como es mi caso.

En serio, los hermanos Coen son muy buenos directores, y los que os habéis acercado a su cine a través del oscar de Bardem tenéis que saber que ese no es, ni mucho menos, el mejor cine de los Coen. Merece la pena acercarse a ellos, a través de los cuatro títulos mencionados o a través de los demás, que son tan buenos como los comentados, aunque personalmente me haya decidido por estos cuatro.

Como podéis comprobar, Juan y Carmen han vuelto de sus merecidas vacaciones, y con inspiración renovada y aumentada, a tenor de las magníficas acuarelas que han preparado para esta entrada. Los hermanos Coen resultan más favorecidos bajo la mirada de Juan que al natural, y el engolado profesor de “Ladykillers” que ha pintado Carmen parece que va salir del papel para darnos una clase. Muchas gracias a los dos.

jueves, 20 de marzo de 2008

Películas de jazz

La ciudad está vacía, la gente se ha ido de vacaciones. Estoy sin colaboradores. Se me han escapado todos a disfrutar de unos días de descanso. La situación no puede ser más triste. Ni siquiera estoy seguro de que alguien lea esta entrada. Son días de retirada, de viaje, de jubileo, de visita al pueblo, a la playa o a cualquier país lejano. Para los que nos quedamos, los tambores comienzan a redoblar al ritmo lento de la Semana Santa. Días que invitan a la reflexión, al recogimiento, a encontrarse con el lado religioso de las cosas, a revisitar esas películas de romanos en technicolor que tanto nos fascinaban, a volver a ver a los cristianos entonando cánticos mientras los leones de Hollywood les contemplan antes de devorarlos. Todas las cadenas de televisión, casi sin excepción, bombardean su programación con temática sacra. Para muchos, lo más probable es que seáis testigos de las magníficas procesiones que se pueden contemplar en el punto más remoto de un país que bulle, que vibra con estas fiestas de devoción y sentimiento.

Para los que os quedáis, bien porque tengáis que trabajar, porque tengáis que ahorrar, porque lo que queréis es descansar, o simplemente porque no tenéis ni pizca de ganas de montar un operativo de viaje para cuatro míseros días que tenemos, que es mi caso, he pensado escribir hoy sobre un tema tranquilo, a ritmo lento, en un ambiente dominado por la oscuridad, un vaso de buen Whisky y el humo del tabaco. Colocad en el CD un buen disco de jazz, y dejaos llevar por la música. Esta entrada, amigos, se desarrolla a ritmo de jazz.

“Alrededor de la medianoche”(1986), dirigida por el maestro Bertrand Tavernier, al que sin duda debería dedicarle una entrada en exclusividad, nos cuenta la vida de un músico de jazz, interpretado por Dexter Gordon, y un admirador incondicional, interpretado por Francois Clouzet. Tanto el músico como su admirador se conocen cuando ambos atraviesan un momento vital muy delicado, con problemas de alcohol y en plena decadencia en el caso del músico, y al borde de la indigencia el personaje interpretado por Clouzet.

Dexter Gordon llega a París contratado para tocar en un club de Jazz. Se aloja en una destartalada pensión, y está tan desorientado, que hasta el dinero que le pagan por tocar tiene que ser administrado por una amiga, que de vez en cuando le compra una botella de alcohol para mantenerle sedado y tranquilo. Clouzet, que se ha enterado de la llegada de su ídolo, tiene que escucharle a través de la ventana del club donde toca. Ya que no dispone ni del dinero que vale una entrada. Con tan patético comienzo se teje una de las historias más conmovedoras que haya visto nunca, que trasciende la temática del jazz para elevarse por encima de sus protagonistas. A medida que avanza la película, tanto uno como el otro, en una excelente simbiosis de ayuda mutua y de admiración por parte de Clouzet hacia el maestro, consiguen ir remontando sus vidas poco a poco, desde las más altas cimas de la miseria hasta alcanzar una trayectoria decente.
Asistimos con verdadera tristeza a las constantes recaidas del músico, provocadas la mayor parte de las veces por el alcohol. “Estoy cansado de todo menos de la música”, declara en una ocasión Dexter Gordon.

La película recuerda en cierto modo a la ya comentada “Amadeus”, en el sentido de que es Clouzet, en este caso, el único que parece disfrutar de la grandeza de ese gigante del jazz que siempre ha sido Dexter Gordon. La música, impresionante, se llevó el Oscar a la mejor banda de sonora, y había sido compuesta por el gran Herbie Hancock, que aparece en persona en el film tocando el piano. Un impresionante homenaje a la amistad que no defrauda a quien lo contempla, basado en las vidas reales de Bud Powell y su gran admirador Francis Paudras.

“Bird”(1988), dirigida por Clint Eastwood, nos narra la vida del genial saxofonista Charlie Parker, del que el actor y director americano siempre se ha confesado un rendido admirador. En esta ocasión, Eastwood no echa mano de un reconocido jazzmen para interpretar el papel del saxofonista. Al principio pensó en contratar a Richard Prior para el papel, pero finalmente eligió, y muy acertadamanete, a un por aquel entonces desconocido Forest Withaker (“El último rey de Escocia”, “El camino del samurai” o “juego de lágrimas”, por citar unas cuantas), que interpretó a un Charlie Parker inconmesurable en su arte pero de una extrema fragilidad como persona.

Eastwood se vale de continuas vueltas al pasado, regresos al presente y más vueltas al pasado dentro de otras vueltas al pasado. No importa en absoluto. La película conforma un kaleidoscopio perfectamente comprensible, en la que música del genial músico lo impregna todo. A pesar de sus patéticos comienzos, Charlie Parker fue capaz de desarrollar un estilo personal imposible de imitar por ningún otro músico de jazz. Si “Alrededor de la medianoche” trataba sobre todo de la amistad, “Bird se desarrolla en el plano sentimental a través de la relación del músico con su esposa, Chan Parker, en cuyo libro de memorias se basa al parecer el largometraje. Prematuramente muerto a causa de su adicción a las drogas, al alcohol y al sobrepeso, asistimos a la atormentada caida en picado de un genio que murió con apenas treinta y cuatro años. Aparte de las escenas musicales, magistrales, hay que destacar la conseguida ambientación, siempre sugerente, y las escenas a cámara lenta de los platillos de batería volando, que marcan los diferentes episodios de los que se compone la película.

“All that jazz”(!979), dirigida por Bob Fosse, el famoso coreógrafo de “Cabaret”, es una película que nos muestra el espectáculo dentro del espectáculo. Roy Scheider interpreta a un intransigente director de escena, un coreógrafo al borde del colapso físico, que necesita medicarse para soportar la tensión diaria. Su vida familiar se ve siempre afectada por su trabajo, que le absorbe al máximo. Asistimos al primer casting del espectáculo que está preparando. Una escena inolvidable, remarcada por la canción “On Broadway”, interpretada por George, del que me confieso rendido admirador a partir de entonces. Número tras número, asistimos a la inevitable decadencia del coreógrafo, que sufre una patología de corazón que le lleva a la muerte. La película recuerda mucho en su planteamiento a “8 y ½”, de Fellini, y mantiene también esa ambigüedad entre lo cómico y lo trágico hasta el mismo final. A lo largo de toda la película, hemos asistido a sus conversaciones con la muerte, una mujer fascinante, vestida de época, interpretada por la siempre acertada Jessica Lange, que parece admirar también al coreógrafo.

La escena que cierra la película es de una belleza que trasciende los límites de la pantalla. Un número musical sugerente, perfectamente coreografiado, con un magnífico Ben Veeren como maestro de ceremonias (da la impresión de que Bob Fosse, como ya le ocurriera en “Cabaret”, siente una debilidad especial por los maestros de ceremonias”). Hay quien dice que Bob Fosse, que murió de un infarto en 1986, había realizado un film biográfico en el que fue capaz de anticipar su propio e inevitable final.

Quiero comentar por último una película que, si bien puede no estar a la altura de las que he comentado hasta ahora, resulta imprescindible como homenaje al jazz clásico. Se trata de “Nace una canción”(1948), dirigida por Howard Hawks como remake de su anterior película “Bola de fuego”, e interpretada por Danny Kaye y Virginia Mayo.

Cuando la policía está persiguiendo a su novio, un reconocido gangster, la cantante de un cabaret se refugia en una mansión, en la que un grupo de chiflados, encabezados por Danny Kaye, pretende escribir una enciclopedia universal de la música. La cantante se encarga de la difícil tarea de mostrarles todo lo relacionado con los ritmos modernos, y para ello no duda en traer a la mansión a personajes tan inmortales como Benny Goodman, Tommy Dorsey, Louis Armstrong, Lionel Hampton, Charlie Barnet, Mel Powell, Hugh Herbert o Steve Cochran, entre otros. Una comedia ligera en la que lo de menos es la insustancial relación amorosa que inevitablemente se va entretejiendo entre Virginia Mayo y Danny Kaye, para desesperación y desasosiego del gangster que bebe los vientos por la cantante.

Cuatro títulos, en definitiva, que sin duda dibujan una buena panorámica de esa inmortal música que siempre nos ha fascinado a unos cuantos.

Feliz Semana Santa.

domingo, 16 de marzo de 2008

Un americano discreto. Sidney Pollack



Se trataba de una película claustrofóbica, densa, llena de humo de tabaco y de sudor, de esas que no se puede ver durante el verano, en un cine con la refrigeración estropeada, sin romper a sudar como un desesperado.

“Danzad, danzad malditos”(1969) se desarrollaba en un salón de baile, durante los duros años de la gran depresión que sacudió a los Estados Unidos, y por contagio al resto del mundo, a principios del siglo pasado. Trabajaban un por aquel entonces casi desconocido Michael Sarrazin, y la prácticamente también debutante Jane Fonda. Al parecer, en aquella época, eran muy comunes en Estados Unidos los concursos de baile, que se desarrollaban al amparo de una sencilla regla: quien más tiempo aguantase bailando, se llevaba un premio en metálico. Así de fácil.

Con tan modestos planteamientos iniciales, Sydney Pollack tuvo la maestría de encerrar todo el universo humano entre las cuatro paredes de una sala de baile. Personajes desesperados compiten, hasta la extenuación de muchos de ellos, por llevarse un premio que para la gran mayoría supone poder seguir adelante con sus vidas. Jamás una actividad tan supuestamente alegre como la de bailar se convirtió en algo patético. Pasan horas, días, y ninguna de las parejas quiere rendirse. Pollack nos muestra un completo y erudito catálogo de miserias humanas saliendo a la luz a causa de la necesidad. El espectador se siente identificado con los tristes personajes que nos muestra el director. Personajes que no se resignan a dejar de mover los pies, tal es su necesidad. Recuerdo que a todos nos impactó este título, por lo que tenía de crítica a la sociedad norteamericana de una determinada época. Creo que era una de las escasa ocasiones en las que los americanos no se pintaban a sí mismos como los reyes del mambo, y eso sorprendía a un público que trataba de encontrar en el cine algo más que la mera diversión.

Algo de critica política, aunque en esta ocasión bastante edulcorada, nos mostraba también el director en “Tal como éramos”(1973), título inolvidable, en gran parte gracias a la canción que se escuchaba durante todo el metraje, que se hizo famosa y perdura aún en nuestros días. Por una vez, y sin que sirva de precedente, no he podido resistirme a colocarla como sintonía principal de la página, aunque solo sea durante el tiempo que se mantenga la misma en primer lugar del blog.

Hubbell (Robert Redford) es el típico estudiante rico, guapo y bien vestido de una importante universidad de Estados Unidos. Inteligente, atlético, alto, rubio, es capaz de despertar gracias a un relato que escribe, el interés de Katie (Barbra Streisand), una estudiante no tan agraciada, comprometida más o menos políticamente, que se tiene que pagar los estudios trabajando de camarera en una cafetería frecuentada por sus compañeros estudiantes. Lo que a priori parecería una relación condenada al fracaso, dado el carácter antagónico de sus protagonistas, se convierte en una historia de amor, que utiliza algún que otro recurso político que podría considerarse subversivo en el contexto universitario en el que se desarrolla la acción. Redford cambia algunos de sus frívolos planteamientos, y llega a casarse con Katie, a pesar de la animadversión que hacia la chica sienten tanto su familia como los amigos. El matrimonio, que parece funcionar perfectamente engranado al principio, se va desmoronando poco a poco. Un gran título en el que destacan las actuaciones de los dos protagonistas, dos auténticos actorazos que han pasado a la historia del séptimp arte por méritos propios. También es curiosa la aparición, como amigo izquierdista de Katie, de un jovencísimo James Woods, hoy también sin ninguna duda un actor de referencia.

Más o menos en 1977 se estrena en España “Los tres días del cóndor”(1975), protagonizada de nuevo por Robert Redford. Para muchos, la película es el mejor Thriller político que se haya rodado jamás, y puede que no les falte parte de razón.

Turner, el personaje interpretado por Redford, vuelve una mañana de comprar comida a la oficina en la que trabaja, una especie de gabinete de lectura de obras de literatura que es en realidad una tapadera de una sección de la CIA destinada a descubrir mensajes cifrados del enemigo en los libros traducidos al inglés. El hombre se encuentra con que alguien ha asesinado brutalmente a todos sus compañeros, y huye desesperadamente de su propia muerte, para tratar de aclarar el misterio que encierra lo que ha ocurrido.

En la película juegan un importante papel las actuaciones de Faye Dunaway, que pasa a convertirse de rehén en amante de Redford, y Max Von Sidow, el implacable asesino que persigue a Redford para eliminarle. La película es trepidante, ágil, sin apenas momentos de respiro. Un gran título que recomiendo encarecidamente a todo el que le gusten las tramas políticas complejas, con un organismo incriminado, la CIA en este caso, que jamás ha defraudado cuando se ha asomado a la gran pantalla.

Muy poco después, o incluso quizás un poco antes, se estrenó en España “Yakuza”(1975), un intenso thriller dedicado a la hasta entonces desconocida mafia japonesa, protagonizado por un Robert Mitchum que, si bien en aquella época comenzaba un cierto declive, es capaz de llenar la pantalla todavía con su presencia. El acierto de esta gran película, que a pesar de la época en que fue rodada no ha envejecido en absoluto, lo constituye, a mi modo de ver, el enfrentamiento entre dos culturas aparentemente antagónicas, la japonesa y la norteamericana, representadas cada una de ellas por el actor Ken Takakura, que interpreta al ex yakuza Tanaka Ken, y el mencionado Robert Mitchum, en el papel de Harry Kilman.

Un hombre de negocios americano, interpretado por Brian Keith, contrata los servicios de Harry Kilman, para que vuelva a Japón, después de muchos años de haber estado allí, para que rescate a su hija, secuestrada por la yakuza, la mafia japonesa. Harry se reencuentra con Tanaka Ken, que le ayuda en su trabajo, y Eiko (Kisi Keiko), la hermana de Tanaka, con la que Harry había mantenido una historia de amor que a punto había estado de acabar en matrimonio. La nostalgia y los recuerdos de Harry, gran conocedor de la cultura japonesa, se entremezclan con una trama sugerente y peligrosa, en la que intervienen los tatuados personajes hasta entonces desconocidos en Europa. Como contrapunto a la respetuosa y nostálgica actitud de Harry, actua Richard Jordan, en el papel de su joven ayudante, que desconoce completamente todo lo que le rodea, y que está acostumbrado a trabajar con los métodos americanos. No se puede decir precisamente que “Yakuza” sea un título de acción trepidante. En este sentido, es posible que tenga bastante más vigor “Los tres días del cóndor”. Sin embargo, las pocas escenas de acción están perfectamente conseguidas, y resultan ciertamente inolvidables. La destreza de los guerreros yakuza, entre los que destaca muy por encima de todos ellos Tanaka Ken, entronca directamente con el cine de artes marciales de calidad (Bruce Lee y Bruce Lee, para qué vamos a engañarnos) que hacía furor en las salas de estreno de aquella época. El secreto que guarda la trama, que se desvela cuando todo ha terminado, es una de las mejores bazas de este título, que llega al clímax en el momento en que Harry le pide disculpas a Tanaka Ken por algo que había ocurrido en el pasado.

Resulta curioso, pero acabo de darme cuenta de que Sydney Pollack rodó los cuatro títulos comentados en el corto lapso de tiempo de seis años. Teniendo en cuenta que este buen hombre lleva dirigiendo películas desde 1966, y que sigue rodando, casi me atrevería a asegurar con autoridad que su época dorada se encuentra comprendida entre 1966 y 1975, en la que rodó estas cuatro joyas del séptimo arte. Decir también que no se trata precisamente de un director en el que destaquen rasgos distintivos, y esa es posiblemente su maestría. Títulos correctos, legendarios y de indudable fuerza. Cine en estado puro en el que al director, lo que menos le ha preocupado, ha sido precisamente dejar su firma, centrando más bien su labor en dirigir a la perfección guiones de gran valor.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Nostalgia de Italia. Francis Ford Coppola


Resultaba impresionante Marlon Brando repartiendo favores entre sus amigos y familiares en “El padrino”(1972). A los espectadores nos parecía mentira lo que se podía conseguir con un par de algodones metidos en la boca, una voz rota, y unas dotes interpretativas que rompían cualquier molde. La película parecía amable, comenzaba con una boda, en una gran familia de norteamericanos de origen italiano. La música de Nino Rota flotaba en el ambiente.

De repente, el primer mazazo: un director de cine, que se niega a darle un papel a un protegido de Don Vito Corleone, se despierta una buena mañana embadurnado de sangre: alguien ha metido en su cama la cabeza cortada de su caballo preferido. Recuerdo especialmente esa primera escena, y la de la muerte de Luca Brassi, un gorila al servicio de Don Vito al que asesinan sus rivales después de clavarle la mano en la barra de un bar. Las escenas violentas tienen una importancia capital para justificar el enorme éxito de la película, pero “El padrino” no es solo un catálogo de sangre derramada con más o menos profusión, algo a lo que hasta el momento no nos tenían todavía acostumbrados las producciones americanas. No. “El padrino” fascinaba porque representaba una determinada manera de hacer las cosas. Cuando Vito Corleone otorgaba un favor, el favorecido le besaba la mano, le hacía una reverencia, le elogiaba...Pero también entraba en deuda con el. Vito Corleone sobrvivía a base de otorgar favores y recibir favores, pasando por encima de quien hubiera que pasar para conseguir sus objetivos.

El guionista tuvo buen cuidado de presentarlo como un personaje en cierto modo entrañable. Mafioso, si, pero sin mojarse en el negocio de las drogas, que le parecía despreciable. Una larga película que se hace corta, tan memorable es la interpretación de Brando. Es digna de mención la cadena de asesinatos que se relata en el último tramo, con tres escenas cruzadas que crearían escuela, y que constituirían un recurso que Coppola utilizó también en las otras dos partes. La segunda parte, estrenada un par de años después, tuvo tanto o más éxito que la primera, seguramente gracias a las magníficas actuaciones de Robert De Niro, que interpreta a Vito Corleone en su juventud, y del siempre acertado Al Pacino, como el hijo que sigue con la estirpe mafiosa. En esta segunda parte es digno de mención también el papel de John Cazale, el hermano pequeño de Al Pacino, que siente la tentación, y para su desgracia la sigue, de hacer negocios por su cuenta. Después de muchos años se rodó una tercera parte, pero que no llegó, ni de lejos, a tener el éxito y el interés de las dos primeras.

Apocalipsis Now”(1979) empezaba con el ruido de los helicópteros, que se iba diluyendo al tiempo que “The end”, de los Doors, se adueñaba del cine. La escena de los helicópteros se funde con la primera aparición de Willard (Martín Sheen), que permanece como a la espera en la habitación de un hotel en Saigón. Una escena memorable, sin duda. No recuerdo otro principio de película que me haya impresionado más. Ni que decir tiene que a partir de aquel momento me convertí en un devoto fan del grupo musical.

Basada, aunque muy lejanamente, en “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad (leí la novela, que se desarrolla en el Congo, y a mi entender no tiene la fuerza de la película), nos cuenta la historia de Willard, una especie de apagafuegos del ejército norteamericano, que se interna en las selvas de Vietnam para encontrar al coronel Kurtz (Marlon Brando), un disidente iluminado que ha creado su propio ejército y se deja adorar por los nativos. Willard. Durante el viaje, con una tripulación a caballo entre la drogadicción y un pánico terrible a todo lo que se mueva, Willard se va transformando en otra persona, muy similar a la que tiene que encontrar y matar. La llegada a los dominios de Kurtz, con los nativos observando, los ahorcados y las cabezas cortadas sobre la escalera de piedra, conforma una atmósfera entre irreal y macabra de gran impacto visual. La figura de Dennis Hopper, que hace de periodista trastornado, ayuda a paliar en cierto modo el terror de los primeros momentos, al convertirse en improvisado eslabón entre Willard y sus hombres y la tribu de nativos que rodea a Kurtz.

Una de las escenas más memorables de esta película la protagonizó Robert Duvall, interpretando un general americano que bombardea una aldea vietnamita mientras los altavoces atronan con la música de las walkirias de Wagner. Willard asiste incrédulo a una conferencia sobre surf del desquiciado general, al que no parece importarle lo más mínimo la destrucción que está creando a su alrededor. La frase “me gusta oler a Napalm por la mañana” pasará sin duda por méritos propios a la enciclopedia universal de frases infames. También es destacable la escena de Willard disfrazado de asesino, y el discurso fatalista de Kurtz, con el que intenta justificar en cierto modo su forma de actuar.

Por extraño que resulte, sin duda alguna, lo que más me gustó de “Corazonada”(1982) fue la música, del siempre genial Tom Waits, y sobre todo cuando una música tan sugerente como la suya se combinaba con los felinos movimientos de una por aquel entonces deslumbrante Nastassia Kinski, que interpretaba a una actriz de circo que se medio enamora de Frederic Forrest. La película es un experimento de luz y color, una comedia ligera en la que una pareja (Frederic Forrest y Teri Garr) rompe sus relaciones un 4 de Julio y se dedican a vagar por la ciudad. Frederic conoce a Nastassia, y Teri a Raul Julia, un actor del que prácticamente me ha gustado todo lo que ha hecho, hoy tristemente desaparecido. Nastassia y Raul Julia, de vida más bohemia y menos convencional que la de la pareja que ha roto, embarcarán a los otros en el mundo de la noche, en una parcela que les resultaba desconocida hasta el momento de separarse. Se tildó a la película, a mi juicio muy injustamente, de fracaso comercial. Me gustó en su momento, y estoy convencido además de que va ganando con el tiempo. Coppola se arruinó al parecer con este título –siempre me ha hecho gracia esa definición. Ya me gustaría a mi vivir “la ruina” de un tipo como el Coppola-, pero se recuperó rapidamente. Nastassia no volvió a estar jamás tan guapa como en esta ocasión. Parecía mentira que una belleza de ese calibre pudiera proceder del actor posiblemente más feo de la historia del cine, el siempre irregular Klaus Kinski.

Quiero comentar por último “Cotton Club”(1984), un gran título ambientado en los cabarets de jazz norteamericanos de principios de siglo. Richard Gere interpreta a un trompetista que, gracias a que ha entrado a formar parte de la plantilla del holandés, un gangster de baja estofa, después de salvarle la vida, conoce a los empresarios del famoso Cotton Club, en el que actúan artistas de la talla de Duke Ellington y otros muchos. Al mismo tiempo, se complica la vida con Diane Lane, la chica del holandés, una bella mujer que quiere abrirse paso en el mundo de la canción. A medida que avanza el metraje, la trama mafiosa va cediendo su lugar cada vez con más frecuencia a los números en el Cotton Club. Cuando el debutante Nicolas Cage, que hace de hermano de Richard Gere, decide formar su propia banda y rapta al socio bajito del club (Bob Hoskins. El alto es Fred Gwynne, el que interpretaba a Herman Monster. La pareja de socios es posiblemente lo mejor de la película), se suceden un rosario de escenarios a cual más violento, en el que Coppola vuelve a utilizar su recurso preferido, mostrando en paralelo planos de violencia extrema con planos del genial Gregory Hines bailando un claqué inolvidable. La coreografía creada por este hombre y su hermano también es digna de mencionar. La escena de la reconciliación entre los dos hermanos Hines es sin duda una de las más emotivas que se hayan rodado nunca. Como maestro de ceremonias en el Cotton Club podemos ver al maestro, Tom Waits, tan buen actor como cantante. Ante tanta figura emblemática, la presencia de Richard Gere pasa apenas de puntillas. Los recuerdos que se guardan de esta película, al menos por mi parte, no suelen incluirle, por mucho que fuera el mismo Gere el que tocaba la trompeta que mantiene pegada a sus manos desde el principio hasta el final.

Como final, mencionar "Drácula"(1992), posiblemente la versión más fidedigna de la obra original de Bram Stoker. La película, protagonizada por Gary Oldman, Anthony Hopkins, el casi imprescindible Tom Waits y hasta una casi debutante Mónica Bellucci, recrea a la perfección, en un ambiente neogótico de gran colorido, las andanzas del eterno conde. Bastante más alegre que "nosferatu", la película se mantiene fiel a un estilo propio que trata de alejarse tanto de la versión clásica del mito como de la versión que hizo la Hammer en Inglaterra. De drácula es precisamente la magnífica ilustración quye preside esta entrada, dibujada por Cristóbal, así como la que recrea al inolvidable Vito Corleone. Mi más sincero agradecimiento a este artista, compañero de Juan y Carmen, del que ya pudísteis ver hace poco la ilustración de Farinelli.

domingo, 9 de marzo de 2008

Nuevo blog con comentarios y críticas de películas

Estaba ya un poco cansado de enviaros a una página bastante extraña para que leyerais los comentarios y críticas de películas. Resultaba bastante complicado dejar comentarios, volver al blog, no dejarse embrujar por la publicidad exagerada que se mostraba en la misma...Así que me he liado la manta a la cabeza y he creado otro blog, con este mismo estilo, dedicado a la crítica y comentarios de películas que me han gustado o me han horrorizado. A la izquierda, en la sección "Otros blogs del acompañante", he pegado el enlace correspondiente.
Películas de ayer, de hoy y de siempre, que iré recuperando, a razón de dos por día, para no agobiaros, de la página que he mencionado antes. He eliminado también los enlaces que tenía a esa página, y he puesto simplemente un listado con las películas que lleve comentadas hasta el momento, que de momento serán las mismas que antes, hasta que crezca la lista otra vez.
A partir de ahora, las críticas también podries leerlas en la página de Muchocine, que me ha permitido convertirme en colaborador, lo que supone para mi un gran honor. A la izquierda teneis un enlace con las películas que he comentado en ese portal hasta el momento. Creo que en ese portal npo se permiten comentarios a las críticas, pero como también van a aparecer en el blog, no ocurre nada.
Os invito a visitar el nuevo blog y a que dejeis vuestros comentarios, que siempre serán bien recibidos y me servirán, sin duda, para mejorar.
Un abrazo a todos los que me soportais.

viernes, 7 de marzo de 2008

Rompiendo las conciencias. Lars Von Trier


En 1995, los directores daneses Lars Von Trier, Thomas Vinterberg y Soren Kragh-Jacobsen crearon el movimiento DOGMA 95, en el que fijaban una serie de pautas para realizar cine. Dichas pautas, que los directores recogieron en un decálogo al que denominaron “voto de castidad”, son las siguientes:

El rodaje debe realizarse en exteriores. Accesorios y decorados no pueden ser introducidos (si un accesorio en concreto es necesario para la historia, será preciso elegir uno de los exteriores en los que se encuentre este accesorio).
El sonido no debe ser producido separado de las imágenes y viceversa. (No se puede utilizar música, salvo si está presente en la escena en la que se rueda).
La cámara debe sostenerse en la mano. Cualquier movimiento -o inmovilidad- conseguido con la mano están autorizados.
La película tiene que ser en color. La iluminación especial no es aceptada. (Si hay poca luz, la escena debe ser cortada, o bien se puede montar sólo una luz sobre la cámara).
Los trucajes y filtros están prohibidos.
La película no debe contener ninguna acción superficial. (Muertos, armas, etc., en ningún caso).
Los cambios temporales y geográficos están prohibidos. (Es decir, que la película sucede aquí y ahora).
Las películas de género no son válidas.
El formato de la película debe ser en 35 mm.
El director no debe aparecer en los créditos
En “Rompiendo las olas”(1996), el propio Lars Von Trier se salta a la torera el mandamiento número 5, al colgar del cielo dos descomunales campanas irreales que tañen el sacrificio de Bess, personaje interpretado por la entonces debutante Emily Watson, actriz con unos magníficos recursos interpretativos, no precisamente bella pero ciertamente muy expresiva.

En la película, Bess se enamora de Jan (Stellan Skarsgard), un joven que trabaja en una plataforma petrolífera. Pese a la oposición de la familia y los amigos, Bess y Jan se casan, y el vuelve a su trabajo, en el que sufre un accidente que le deja paralítico. Cuando vuelve, sin poder levantarse de la cama, le hace una extraña petición a Bess: le ayudaría mucho a curarse si ella se acostara con otros hombres y le contara sus experiencias. Tan grande es el amor que siente Bess por Jan, que accede a su petición, provocando el rechazo de todo el pequeño pueblo del norte de Escocia en el que viven. A ella no le importan ni los insultos ni el desprecio al que la someten. Jan no se preocupa por deshacer el error confesando que es el quien le ha pedido a Bess que actúe así. Al final, cansada tanto del desprecio como del maltrato psicológico de su marido paralítico, Bess se autoinmola acudiendo a un barco del que sabe de sobra que no va a salir viva. Cuando Jan se da cuenta de lo mucho que la quería, ya es demasiado tarde. Una gran película, que produce sin duda una gran desazón en el alma, a la que contribuyen la perfecta ambientación en las frías y nebulosas tierras escocesas y la soberbia interpretación de la actriz, su marido y el pueblo en el que viven.

La angustia que me produjo “Rompiendo las olas” me parecía lo suficientemente seria como para olvidarme para siempre de este director, pero al ver el vídeo de la canción “I've Seen It All”, canción perteneciente a la película “Bailando en la oscuridad”(2000) interpretada por Bjork, no pude sustraerme a verla. Aquí os dejo el enlace de la escena en cuestión. No me negareis que es impresionante:
http://www.youtube.com/watch?v=62pLY5zFTtc

Creo que nunca me ha impactado más una película. Lars Von Trier consigue una extraña y personal mezcla, utilizando números musicales de bellísima factura, y que solo existen en la imaginación de Selma, el personaje que interpreta Bjork, con una historia brutal, oscura y demoledora. Selma, una emigrante danesa que trabaja en una cadena de montaje, que se está quedando ciega aunque intenta disimularlo, se evade de su rutinario trabajo imaginando un mundo musical en el que ella es la absoluta protagonista. Un mundo musical que surge de los sonidos cotidianos que salpican su vida. La fábrica, los trenes...Selma tiene un hijo, que corre el riesgo de quedarse ciego si no se somete a una costosa operación cuando llegue a una determinada edad. Para ello, Selma se ha pasado toda la vida ahorrando, sacrificándose para juntar el dinero necesario. Los acontecimientos se desbordan, y la tragedia se cierne sin piedad sobre la al parecer indefensa e inocente Selma. Hasta el mismo final, Selma no deja de imaginarse esos fascinantes números musicales. Un final impactante, desolador, brutal. Con toda seguridad, el final más impactante, desolador y brutal que jamás se haya visto en una sala de cine. La crudeza de la película, rodada en estilo documental, se atenúa solamente en los números musicales, en los que la pantalla se llena del color que no puede percibir Selma más que gracias a su desbordante imaginación. Os juro que estuve sentado en mi butaca durante bastante tiempo después de que se encendieran las luces de la sala, y que no era el único. La gente, con unos rostros que reflejaban una gran tristeza, se miraban unos a otros desconcertados ante lo que acababan de ver. La primera y la única vez que me ha ocurrido algo así. A pesar del puñetazo a la conciencia que me acababa de dar el amigo Lars, infinitinamente más poderoso que el de “Rompiendo las olas”, decidí que a partir de entonces se iba a convertir en una referencia cinematográfica.

“Dogville”(2003) se filmó en un gigantesco hangar, en el que no se construyó un solo decorado. Las viviendas, las calles, las casas, la iglesia, no son más que rayas blancas pintadas en el suelo, sobre las que se ha dispuesto un escueto mobiliario. Exactamente igual que el actual anuncio de Vodafone, sin ir más lejos. El creativo de turno no se ha calentado mucho la cabeza que digamos para exponer una idea que muchos creen de lo más original. Grace (magnífica Nicole Kidman) llega al villorrio huyendo de un gángster. Pide cobijo, y consigue la ayuda incondicional de Paul Bettany, que se convierte en el portavoz de la chica ante los demás vecinos del pueblo. Ella, agradecida, se ofrece para realizar pequeños trabajos para la comunidad. Una comunidad que poco a poco se permite el lujo de abusar de Grace, en una especie de chantaje social, amenazando con denunciarla a la policía y al gángster que la busca si no accede a las cada vez más duras y humillantes imposiciones de los habitantes de Dogville. El personaje interpretado por Paul Bettany, al principio conciliador, va retorciendo su conciencia hasta convertirse en un auténtico ser despreciable. Como anécdota, deciros simplemente que jamás he soportado que se mate a un niño en una película...Excepto en esta (bueno, y en “¿Quién puede matar a un niño?”. Los dos únicos casos).

“Dogville” forma parte de una trilogía en la que Von Trier trata de reflejar el modo de pensar que a su juicio tienen los norteamericanos. Es imposible no retrotraerse a otros títulos que también muestran la miseria y el oscurantismo que se vive todavía en muchas zonas del interior de EEUU. “Conspiración de silencio”, “Deliverance”...Ni que decir tiene que el director danés se convirtió a partir de entonces en una especie de maldito para los estadounidenses. Cuando le invitaron a visitar el país para que comprobara por si mismo que las cosas no eran tan sórdidas como el las pintaba, Trier alegó que se había basado en la imagen que los americanos habían forjado de si mismos en innumerables películas. Sin embargo, los que le conocen bien saben que se negó a viajar a EEUU porque el buen hombre tiene un pánico cerval a volar.

Quiero comentar por último “El jefe de todo esto”(2006). Von Trier abandona en esta ocasión su vena trágica para demostrar que es también un gran maestro de la más fina ironía. El propietario de una empresa de componentes informáticos quiere venderla a los islandeses. Siempre se ha inventado un ser superior, un presidente de la compañía, residente en Estados Unidos, que le ayudaba para engañar a los empleados cuando tenía que tomar una decisión incómoda. Los islandeses quieren tratar directamente con el director, “el jefe de todo esto”, y al propietario no le queda más remedio que contratar a un actor mediocre para que interprete el papel de ese supuesto presidente. Las situaciones creadas, tanto con los empleados con la compañía como con los compradores de la empresa, superan siempre al actor, que ni tiene ni idea ni sabe como disimular esa circunstancia. Resultan graciosos los ataques de los islandeses a los daneses, de los que dicen que son incapaces de tomar jamás una decisión, y de que demuestran sus pocas luces con risitas nerviosas. El actor, cada vez más perdido, va tomando sin embargo conciencia de su repentino poder, lo que le sumerge en un mar de indecisiones que acabarán afectando a la compañía y a sus empleados.

La película se empieza a ver con cierto recelo. Trier nos tiene acostumbrados a sus repentinos cambios de registro, capaces de convertir un vodevil en una tragedia. Sin embargo, a medida que avanza, nos damos cuenta de que no, de que en esta ocasión no ha tratado otra cosa que filmar una comedia, y que además, le ha salido bordada.

La acuarela que encabeza la entrada, supongo que lo habreis adivinado, es de Juan Valdivia, que sin duda está consiguiendo un estilo propio, muy personal, elegante y que roza la genialidad, para representar a los grandes directores y actores del cine.



Lars Von Trier, sin duda un director de culto que se ha convertido por méritos propios en referencia para todo aficionado al buen cine.

martes, 4 de marzo de 2008

La Gran Música en el cine


Resultaba complicado establecer una selección para esta entrada, encaminada a hablar de películas cuya temática directa fuera la música clásica en alguna de sus facetas, ya fuera contando la vida de un compositor, un cantante o un famoso instrumentista. Tenía bastante recientes en la memoria las dos primeras, pero me costó bastante recordar las dos últimas. El haber hablado ya de “Amadeus” en otra entrada limitaba bastante el campo de acción, y tampoco quería referenciar las dos películas (tres, si contamos la irregular “Lisztomanía”) que les había dedicado Ken Russell a Tchaikovsky y Mahler, por considerar que son versiones muy personales y porque ya les dediqué un comentario cuando hablé del director inglés.

Creo que la selección no defraudará a los que gustan de la música clásica. Distintas voces, distintas épocas, distintos modos de hacer, y un mismo espíritu, que se eleva en cada uno de los protagonistas cada vez que cantan o tocan un instrumento y se atormenta en su contacto con la mediocre naturaleza humana.

“Farinelli”(1994), dirigida por André Corbiau, nos dibuja una completa biografía de Carlo Broschi, famoso castrati italiano cuya magnífica voz se escuchó por muchos escenarios europeos durante el siglo XVIII. Protagonizada por Stefano Dionisi, al que pudimos ver en “Sostiene Pereira”, interpretando el papel de Farinelli, y por Enrico Lo Verso, que encarna a su hermano Ricardo, compositor, la película está llena de referencias y escenas en las que predomina la música de Handel, que descubre en la película al cantante observándole mientras este mide su arte con un trompetista, al que supera con facilidad tanto en potencia como en virtuosismo. La película refleja a la perfección la relación de amor-odio que tuvieron estos dos gigantes de la música, con encuentros y desencuentros influenciados en gran parte por la presencia del hermano de Farinelli, mediocre compositor siempre celoso de la portentosa voz de su hermano.

Película de comienzos duros, que muestra al principio el suicidio de un joven que se suicida arrojándose al vacío porque no puede asumir que le han castrado para que cante como un angel, la trama discurre de una forma perfecta desde la cruda disciplina impuesta por el maestro, el siempre imponente Omero Antonutti, hasta la actuación de Farinelli en las cortes de los principales reyes europeos, entre ellos el de España. Como principales números musicales, llenos de colorido y con un público permanentemente rendido a la grandeza del cantante, podemos destacar el aria “lascia chio pianga”, perteneciente a “Rinaldo”, de Handel, “cara sposa”, de la misma ópera (creo recordar que es en esta escena en la que una asistente a la actuación sufre literalmente un orgasmo provocado por la belleza de lo que está escuchando) o “son qual nave ch´agitata”, compuesta por su hermano Ricardo. La película cuenta también curiosas estrategias amatorias de los dos hermanos, en las que Farinelli conquista con su encanto y su arte a las mujeres y Ricardo remata la faena mientras su hermano abandona el lecho.

“Todas las mañanas del mundo”(1991), dirigida por Alain Coirneau, nos cuenta otra relación de amor-odio entre el mítico maestro de viola de gamba Sainte-Colombe, al parecer el más prestigioso intérprete de este instrumento, y su alumno, un obsesivo Marin-Marais que quiere aprender a tocar a pesar de los continuos desdenes del maestro, un rara avis solitario que no ha podido sobrellevar la pérdida de su esposa, muerta mientras el tocaba para un amigo también moribundo. A partir de ese momento, la muerte se convierte en una de las principales compañías del maestro, que considera la música como la voz de los que no tienen voz, la voz de la naturaleza, del viento entre las hojas, del agua...A través de su viola, Sainte-Colombe se comunica con su esposa muerta, y es su música la que le permite soportar la tragedia del suicidio de su hija, a la que Marais había dejado embarazada antes del que el maestro le echara de su casa al considerarle un buen tañedor de viola, pero un mal músico. Al final de la película, Marais llora cuando Sainte-Colombe se le aparece y reconoce la belleza de su música.

Una magnífica película, llena de referencias a la música de Lully, Couperin, Marin Marais o el mismo Sainte Colombe, interpretadas por el máximo representante actual de la viola de Gamba, el mismo Jordi Savall. La banda sonora es un placer continuo para los sentidos, y la ambientación, tanto en lo que se refiere a las pocas escenas que se desarrollan en la corte como a la sobriedad del retiro del semi ermitaño Sainte Colombe, está también perfectamente conseguida.

“Shine”(1996), basada en hechos reales, nos cuenta la vida de David Helfgott, un pianista australiano que acabó trastornado por la fuerte presión a la que era sometido por su padre, personaje magistralmente interpretado por Armin Mueller-Stahl. Tengo que reconocer humildemente que esta película tiene un especial valor para mi, ya que el actor Geoffrey Rush, que interpreta al pianista, es uno de mis favoritos. Me pareció soberbio como el empresario teatral incombustible y optimista de “Sakespheare enamorado”, y desde ese título no he sido capaz de dejar de seguirle la pista. La interpretación que el actor, también australiano, hace del desquiciado pianista, es digna ya no solo de un oscar, para el que estuvo nominado, sino de figurar para siempre en la zona más importante del altar del séptimo arte. Sus saltos en pelotas en la cama elástica, o sus magistrales interpretaciones en el piano del bar en el que entra a trabajar, provocan en el espectador emociones difíciles tanto de describir con palabras como de olvidar. Como muestra, os dejo este enlace:

http://www.youtube.com/watch?v=y-QrSc_Jw3g


y si la escena no os pone de inmediato la piel de gallina, haceos revisar la circulación, por favor.

La angustiosa presión a la que le somete su padre, que le obligaba a interpretar a Rachmaninov a pesar de que era consciente de que al parecer era un compositor demasiado complicado para un niño, provoca en quien la observa una ansiedad que pide a gritos que la pobre criatura agarre el piano y se lo estrelle al padre en la cabeza. Como piezas importantes interpretadas en la película, cabe destacar la ya mencionada “el vuelo del moscardón” y bastantes piezas del ya mencionado Rachmaninov.

Y por último, y no por ello menos importante, me gustaría comentar la magnífica película “Hillary y Jackie”(1998), dirigida por Arnand Tucker, que nos cuenta la vida de la prestigiosa violonchelista Jacqueline Du Pré, muerta prematuramente a causa de una esclerosis múltiple que cubrió de tinieblas su virtuosismo durante los últimos años de su vida. Magistralmente interpretada tanto por Emily Watson, dando vida a Jacqueline, como por Rachel Griffiths, en el papel de su hermana Hillary, el argumento nos muestra a dos hermanas, una que roza la gloria con los dedos y la otra que, si bien no consigue la fama mundial y el reconocimiento que tiene su hermana, ha logrado convertirse por méritos propios y con un gran esfuerzo en una prestigiosa intérprete de flauta. En un concurso infantil, Hillary gana en el apartado de flauta, y el público aplaude, pero cuando sale al escenario su hermana Jacqueline, campeona en el apartado de violonchelo, el público enloquece, y eso es algo que la pobre Hillary no entiende, y que la marcará para toda la vida.

Si en lo profesional Jacqueline ha alcanzado la gloria, es en lo personal en lo que Hillary se lleva las de ganar, ya que se casa con un buen hombre, tiene dos hijas preciosas y vive una existencia feliz en una casa de campo. Jacqueline, que vive toda una serie de altibajos con el pianista Daniel Baremboin, le complicará la vida a su sencilla hermana hasta el punto de arreglárselas, durante una estancia en la casa de Hillary, para acostarse con su marido, contando incluso con el permiso de su hermana. Una tensa situación, como casi todas las provocadas por Jacqueline entre concierto y concierto. Una vida tumultuosa que se rompe de repente cuando se le detecta la esclerosis múltiple que acabó con su vida. Como escena destacada, tanto por su emotividad como por la fuerza musical que tiene, aquella en la que Jacqueline Du Pré interpreta el primer movimiento del concierto para violonchelo de Elgar. Una escena inolvidable, que resulta gratificante para todo el que la contemple, sea o no aficionado a la buena música. No puedo resistirme a colgar el enlace, con la auténtica Du Pré interpretando tan maravillosa música:

http://www.youtube.com/watch?v=L5C99JyP2ns&feature=related

Cuatro personajes inmortales, en definitiva, que a pesar de pertenecer a distintos lugares y épocas, poseen el común deniminador de ser capaces de reconfortar cada día su atormentado espíritu con la inagotable genialidad de su arte musical. Y aquí debe ser donde, inevitablemente, se lance al aire la pregunta: ¿es preciso un espíritu atormentado para crear?. Si alguien tiene la respuesta, que ponga un comentario, por favor.

En esta ocasión contamos con la inestimable colaboración de Cristóbal, creador de la magnífica acuarela que preside esta entrada. Compañero de pinceles de Carmen y Juan, Cristóbal es otro gran artista, al que podéis visitar pinchando el enlace que acabo de colocar en el apartado “Blogs de mis amigos”.

sábado, 1 de marzo de 2008

Entretenimiento en estado puro. Brian de Palma


El truco consistía en lo siguiente: uno se las arreglaba para que la chica de la panda que le gustaba se sentara a su lado en el cine de verano, después de varios subterfugios, apaños o sobornos a los otros diecisiete miembros para que se produjera tan placentera situación. Por supuesto, uno ya había visto la película, “Carrie”(1976), protagonizada por una jovencísima Sissy Spacek, que nos cuenta la historia de una niña con poderes no demasiado bien vista en el inevitable instituto americano de turno. Se trata de la adaptación de una novela de Stephen King que constituye uno de esos extraños casos en los que la película supera con creces al libro, hasta el extremo de llegar a convertirse en todo un clásico del cine de terror. En este caso, el terror venía de la mano de la madre de Carrie, interpretada por una todavía joven Piper Laurie. Una mujer desquiciada e iluminada, temerosa hasta la enfermedad de cualquier cosa que oliera a modernidad, y con la insana manía de encerrar a su hija, cada vez que interpretaba en su perturbada mentalidad que la había ofendido, en un cuartito oscuro con un Jesucristo crucificado cuyos ojos provocaban el terror perpetuo del que los contemplaba.

Perdón, que me he ido del tema. El asunto era ese, colocarse al lado de la chica en cuestión, después, por supuesto, de haber visto previamente la película. “Carrie” tenía la facultad de no provocar nada de miedo en su segunda visión, con lo que uno podía hacerse el machote después de haberse cagado literalmente de miedo en la primera. La película transcurría con sus sobresaltos más o menos importantes, con las locuras de la madre, los desdenes de los compañeros, la inefable amiguita fiel (la por siempre empalagosilla Amy Irving) y la locura de la broma final en la fiesta del instituto, cuando nombran a Carrie reina de la noche con la absurda pretensión de embadurnarla de sangre, lo que despierta, lógicamente sus iras. Así, entre sangre y fuego, llegaba el final, cuando la inefable amiga se acerca a la tumba de Carrie, que ha muerto después de destrozar su casa, al tiempo que suena una música romantiquilla, más propia de un anuncio de compresas. Todo va bien, todo ha terminado. En ese momento, la mano ensangrentada de Carrie surge de la tumba y agarra la de su amiga. Resulta que no era más que una pesadilla, pero una escena tan inesperada provocaba, indefectiblemente, que la chica en cuestión se agarrara como una loca del brazo de uno gritando como una posesa.

Creo no exagerar demasiado si afirmo que más del cincuenta por ciento de las familias españolas cuyos padres tenían por aquella época más o menos 18 años se deben sin duda a la escena final de “Carrie”. A uno no le quedaba más remedio que tranquilizar a la chica en cuestión, acompañarla a su casa, etc. Manolo, un amigo mío, se casó dos años después con la chica que le había roto la camisa al final de la película. La chica se empeñó en llevarle a su casa para coserle la manga, y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Otros, que en un verano dado no habíamos tenido tanta suerte, volvíamos a intentarlo al verano siguiente, y a veces funcionaba. Otras veces no, claro. Alberto se pasó media hora sacándose las uñas que Nieves le había clavado en el antebrazo, sin ninguna misericordia, al contemplar la dichosa escena.

Bromas aparte, considero “Carrie” una gran película, tanto por la tensión que tiene, que no desfallece en ningún momento, como por el tema que plantea, el de los poderes paranormales, que en aquella época constituían toda una novedad. Alguien podría pensar que la película ha envejecido mal, pero cre que, aún hoy, es capaz de despertar más morbo que muchos títulos de terror actuales.

“El fantasma del paraíso”(1974) es anterior a “Carrie”, pero creo recordar que en España se estrenó más tarde. Sobre lo que significa para mi, deciros simplemente que probablemente sea el musical más sugerente que he visto nunca, y que jamás he entendido la inmerecida fama de otros musicales semejantes, como “The Rocky Horror Picture show”, por ejemplo, frente al olvido al que ha sido relegada injustamente esta maravilla del séptimo arte.

Un compositor a caballo entre el rock y la música clásica, Winslow Leach (William Finley), crea una ópera rock basada en la historia de “Fausto”. Un empresario sin escrúpulos, Swan (John Williams), le roba la obra para estrenarla en una sala de conciertos de su propiedad, a la que ha llamado “El paraíso”. Cuando Winslow trata desesperadamente de recuperar su música, su rostro se desfigura, aplastado por una prensa de discos. Comienza entonces a boicotear la sala de Swan, con atentados que rozan el surrealismo y el humor negro a partes iguales, hasta que Swan llega con el a un acuerdo para que deje en paz a Phoenix (Jessica Harper), la estrella del espectáculo. Winslow accede, entre otras razones porque se ha enamorado perdidamente de la cantante.

La película es un sentido homenaje al clásico “El fantasma de la ópera”, revisitado en clave de Rock y con bastantes guiños también al “Fausto” de Goethe. La magnífica banda sonora, con las inquietantes composiciones de Winslow como hilo conductor, la maléfica y retorcida personalidad de Swan, la emotividad de Winslow y la inocencia de Phoenix componen un cuadro inolvidable, una historia inmortal que sin duda dejará huella en el alma del espectador.

Después de estos dos títulos, Brian de Palma rodó dos películas que sin duda recordareis. “Vestida para matar”(1980) nos cuenta las andanzas de un psicópata asesino. Protagonizada por Michael Caine y Angie Dickinson, despertó tantas o más pasiones que la ya por aquel entonces legendaria “Carrie”. En “Impacto”, un técnico cinematográfico interpretado por John Travolta, consigue, gracias a su ciencia, esclarecer un crimen de un personaje importante que se había intentado disfrazar de fortuito accidente. Estos dos correctos thrilers surgieron sin duda como tributo al maestro Hitchcock, al que De Palma adoraba incluso públicamente.

Vino después “El precio del poder”(1983), la epopeya que narra la ascensión desde la miseria hasta las más altas cimas de la riqueza de Tony Montana (Al Pacino), un inmigrante cubano que logra, por méritos propios y sin ningún tipo de escrúpulos, erigirse en uno de los más importantes narcotraficantes de Norteamérica. Desde sus inicios sangrientos en el campo de refugiados cubanos, asesinando a un compatriota en compañía de su amigo inseparable, Manny Rivera, Tony Montana irá subiendo puestos en el escalafón del crimen, aunque para ello tenga que matar, extorsionar, traicionar e incluso enfrentarse abiertamente a todo un cartel de la droga colombiano. Resulta relevante la aparición en el reparto de F. Murray Abraham, famoso desde su participación en “Amadeus”, así como la fascinante belleza felina de Michael Pfeiffer, la chica del gangster al que Manero planta cara hasta hacerse tanto con su imperio como con ella.

En “Doble cuerpo”(1984) me enamoré para siempre de Melanie Grifith. Un estupendo thriler, amenizado con una soberbia banda sonora, en el que el inocente Craig Wesson se ve sumergido, a causa de su repentino enamoramiento de la figura femenina que observa a través de un telescopio, en una complicada trama encaminada a arruinarle la vida y culparle de un crimen que no ha cometido. La claustrofobia que el protagonista siente en ciertos espacios, como túneles o pasos peatonales, contribuye a la configuración por parte del director de angustiosas escenas que parecen desarrollarse a cámara lenta.

“Los intocables de Elliot Ness”(1987) nos cuenta, en clave de leyenda, la historia del grupo de policías capitaneados por el mítico Elliot Ness (Kevin Costner), entre los que destaca un soberbio Sean Connery en uno de sus papeles más acertados. La película está llena de referencias cinéfilas. Es famosa la escena de la escalera de la estación de tren, rodad a cámara lenta, que recrea la famosa escena de la bajada del coche de niño por la escalinata de “El acorazado Potemkin”. A destacar también la desquiciada personalidad de Al Capone (Robert De Niro) y las escenas de extrema violencia que protagoniza.
Brian De Palma, un director de cine en estado puro que raramente defrauda.