martes, 29 de enero de 2008

El maestro del humor negro. Roman Polanski


A muchos de los que hayáis estado en Eurodisney (y no digamos a la minoría que haya tenido la fortuna de visitar Disneyland en Orlando) os habrá fascinado, por encima de muchas otras atracciones, la llamada Phantom Manor, en castellano “La mansión de los fantasmas", en la que el viajero se embarca en un macabro viaje poblado de fantasmas, esqueletos, novias ensangrentadas, pianistas enloquecidos y muertos vivientes en general. En uno de los escenarios más conseguidos, se puede ver, en un gran salón, a un incierto número de parejas, de rostros cadavéricos y ataviados con ropas ajadas, bailando al ritmo de un sugerente vals. No me cabe duda de que el tétrico baile está inspirada en la escena cumbre de la película que supuso la puerta de Roman Polanski para acceder al universo de Hollywood: “El baile de los vampiros”(1967), protagonizada por el propio Polanski y una bellísima Sharon Tate, que poco más tarde se convertiría en su esposa.

“El baile de los vampiros” es probablemente la primera desmitificación del cine de vampiros, rodada en una época en la que hacían furor las películas que la Hammer le dedicaba al tema. El subtítulo “perdone, pero sus dientes están en mi cuello” ya apuntaba, antes de verla, al marcado sentido del humor de la cinta. Las andanzas de Ambrosius y su ayudante, el mismísimo Polanski, a la búsqueda de vampiros a los que eliminar con la consabida estaca clavada en el corazón, constituye un entrañable homenaje a todo un género que, a partir de entonces, ya no nos produciría tanto miedo. La presencia de Sharon Tate, en la plenitud de su belleza, contribuye sin ninguna duda a elevar la calidad de la película. La sugerente música de Krzystof Komeda, amigo inseparable de Polanski hasta su muerte en accidente de tráfico en 1969, la cuidada ambientación y el destartalado vestuario de los vampiros asistentes al baile en cuestión, convierten esta película en un producto difícil de olvidar para cualquiera que lo haya visto.

Rodó Polanski a continuación “La semilla del diablo”(1968), uno de sus títulos más emblemáticos y polémicos. Rodada íntegramente en el famoso edificio Dakota, sobre el que se han escrito miles de páginas de parapsicología y misterio y que sirvió a su vez como escenario para el asesinato de John Lenon, nos cuenta la terrorífica aventura de Rosemary, interpretada por una jovencísima Mía Farrow, a la que toda una secta de ancianos vecinos del mismo edificio se encarga de preparar, sin que ella misma se de cuenta, para ser la madre del mismo diablo, o más bien de su hijo. Para ello, los ancianos (la mujer anciana es Ruth Gordon, la de “Harold y Maude”) no dudan en contar con la connivencia del marido de Rosemary, Guy, sin duda el mejor papel interpretado por John Cassavetes en toda su carrera de actor. La grandeza del film reside en la capacidad de Polanski para crear horror sin mostrar horror, ni al psicópata ni al asesino de turno. Únicamente la claustrofóbica sensación de amenaza obsesiva y constante que sufre la protagonista, al parecer sin ningún motivo aparente (su marido le llega incluso a insinuar que está perdiendo por completo la cabeza). Una narración perfecta, sin estridencias ni aceleraciones innecesarias, sin grandilocuentes efectos truculentos, pero capaz de despertar en nosotros la insoportable sensación de creciente paranoia que está sufriendo la protagonista. Una característica, la de claustrofobia y ambiente amenazante, muy propia de casi todo el cine de Polanski.

Al año siguiente del estreno de esta película, en 1969, Polanski sufrió el suceso probablemente más trágico de toda su existencia: el asesinato de Sharon Tate, embarazada de ocho meses, y un grupo de amigos, a manos de Charles Manson y sus alucinadas seguidoras. La prensa americana se cebó en el director, que durante la masacre estaba presentando una película en Londres. Culpaban al grupo en general de consumir drogas y beber alcohol, y algún titular decía incluso “se lo han buscado”. Ante tan deprimente perspectiva, Polanski decidió volver a Europa, donde rodó unos cuantos títulos antes de volver por la puerta grande, en 1974, con “Chinatown”, un soberbio homenaje al cine negro de todos los tiempos, con Jack Nicholson, Faye Dunaway y el mismo John Huston interpretando el papel de villano especulador. Polanski se reservaba un curioso papelito, de matón de pequeño tamaño. Es memorable la escena en la que le raja la nariz a Jack Nicholson con su navaja.

“Lunas de hiel”(1992) está basada en la novela del mismo título de Pascal Bruckner. En el claustrofóbico ambiente (otro más) de un crucero en navidades, Nigel y Fiona (Hugh Grant y Kristin Scott Thomas) conocen a Mimi (Emmanuelle Seigner). Desde el primer momento, Nigel cae atrapado por la magnética belleza de la mujer. Cuando la acompañan al camarote, conocen al marido, Oscar (Peter Coyote), quien, después de retar a Nigel para que trate de ligarse a su mujer, procede a contarle la extraña historia de su relación, basada en una irrefrenable pasión inicial, la posterior saturación y aburrimiento, que hace que Oscar acabe repudiando a Mimi, el accidente que clava a Oscar en una silla de ruedas y la absoluta dependencia posterior de su mujer, que disfruta restregándole por la cara todos sus ligues, en una especie de venganza-humillación plagada de desdenes y perversiones cada vez más subidas de tono. Un canto al sado-masoquismo más salvaje, visto desde una perspectiva que cabalga a caballo entre la ironía y la más absoluta desvergüenza. Un ridículo Oscar, pasado de todo, trata de empujar al pobre Nigel, con el simple propósito de divertirse, al abismo de locura que ha presidido su vida durante los últimos años. El estilo, la clase y la inocencia de la pareja formada por Nigel y Fiona contrasta profundamente con la podredumbre humana en que se han convertido Oscar y Mimi. A destacar la abigarrada ambientación y barroquismo de las escenas más fuertes, así como el cinismo y la crueldad presentes en todo el relato de Oscar. Nigel es incapaz de sustraerse al embrujo de la historia que le están contando, y se inventa noche tras noche peregrinas excusas para acudir, como un enfermo, al camarote de la depravada pareja. Uno de los pocos casos en los que la película es muy superior a la novela, que sin ser mediocre, no llega ni de lejos a igualar la magia de Polanski.

Me cuesta trabajo hablar de “El pianista”(2002), una de las películas sobre el holocausto judío más duras que haya visto nunca. El mero hecho de recordar algunas de las escenas más trágicas de la historia del cine me provoca un gran desasosiego. Nada que ver con “La lista de Schindler”, de Spielberg, a pesar de que muchos se empeñan en compararlas. “La lista” se deja llevar a veces por el sentimentalismo intrínseco de su director, y relata la tragedia desde un punto de vista bastante más maniqueo que el del director polaco. En “El pianista”, el maligno Polanski consigue transmitirnos la sensación de la normalidad del mal, la sensación de que las cosas que sucedieron estaban perfectamente orquestadas, hasta el punto de que los judíos ni siquiera sospechaban la malignidad de lo que les estaba ocurriendo. Los testigos asienten incrédulos a las mayores injusticias, como si todo aquello no fuera con ellos. La aparente normalidad del horror más absoluto es algo que ningún otro director ha conseguido con la maestría que desarrolla Polanski en este título. En una especie de trágico guiño a la película de Spielberg, un prisionero judío espera pacientemente, con la inocencia de un cordero, el tiro de gracia que finalmente le suelta un soldado alemán al que se le había encasquillado la pistola.

“El pianista” recoge muchos de los recuerdos de infancia del propio Polanski. En una nefasta decisión, la familia decidió refugiarse en Cracovia, huyendo de París, con la equivocada esperanza de mantenerse a salvo. Su propia madre murió en un campo de concentración, y el propio Polanski sufrió en sus carnes los horrores de aquella enloquecida época. Con la frialdad de un cirujano, Polanski exorciza sus propios fantasmas, y los comparte con nosotros. En alguna entrevista dijo que le había costado muchísimo rodar ciertas escenas, de tan vivos como mantenía los recuerdos, pero que le había venido muy bien para su paz interior compartir sus recuerdos con los espectadores.

No quiero extenderme más. He comentado las películas que más me han impresionado de este gran director, dejándome en el tintero títulos tan sugerentes como “El cuchillo en el agua”(1962), “Repulsión”(1965), “Cul de sac”(1968) o “El quimérico inquilino”(1976), considerada por muchos admiradores como su mejor película. Podría seguir escribiendo durante un buen número de páginas, pero correría el riesgo de aburriros, y creo, sinceramente, que la entrada sirve perfectamente como semblanza de este gran director polaco.

viernes, 25 de enero de 2008

El hombre de las dos caras. Ken Russell



Posiblemente una de las escenas más sugerentes de la historia del cine: Los dueños de la mina salen en su coche, un magnífico descapotable antiguo, de color blanco, con asientos de cuero teñido de rojo. Impecablemente vestidos, circulan despacio, se podría pensar que adrede, entre dos filas de obreros de rostro ennegrecido por el polvo de la mina, sudorosos y vestidos de negro. La riqueza y la pobreza, el poder y el trabajo duro, la luz contra la oscuridad, merced al genio de un director capaz de sorprendernos y fascinarnos, o de despertar nuestro odio más visceral, a partes iguales, y en ocasiones en el mismo título. Ken Russell, nacido en 1927, creador de joyas como “Mujeres enamoradas”(1970), a la que pertenece la escena descrita, “La pasión de vivir”(1970), “Una sombra en el pasado”(1974), “Tommy”(1975) o “Prisioneros del honor”(1993), y creador también de productos tan infumables, o de difícil catalogación, por ser un poco piadoso, como “Gothic”(1987), “Lisztomanía”(1975), “La guarida del gusano blanco”(1989) o “Salomé”(1988). La muestra viviente de que el genio no tiene porqué estar reñido con la insolencia visual más salvaje.

Otra escena de “Mujeres enamoradas” que me entusiasmó fue la que muestra a Alan Bates (desde “Zorba el griego se convirtió en uno de mis actores preferidos) y a Jennie Linden, en lo que parece ser una cordial tarde de merienda en el campo. Los amantes discuten, hasta el punto de que la mujer abandona a Alan Bates, que se apoya abatido en el coche. Al momento vuelve ella, con unas flores rojas en la mano. “¿No son preciosas?”, le dice a Alan Bates mientras se las entrega, como si no hubiera pasado nada. ¿Se puede idear un modo más simple de reflejar el amor?. “Mujeres enamoradas” es posiblemente una de las películas más sensuales que se hayan rodado nunca. Ken Russell consigue explorar, de una manera magistral, el romanticismo y la sexualidad femeninas, contándonos la historia de dos mujeres que se sorprenden cada día, a medida que van descubriendo lo que son capaces de experimentar en el terreno del amor. Basada en la novela de D.H Lawrence del mismo título, uno de sus mayores logros consiste en la perfecta ambientación de la época en que se desarrolla.

Perfectamente ambientada también resulta la corta en cuanto a duración “Prisioneros del honor”, protagonizada por Richard Dreyfus y Oliver Reed, y que nos cuenta un caso militar que conmocionó Francia allá por el año 1890. El oficial del ejército francés Alfred Dreyfus, al parecer de origen judío, es acusado de pasar información a los alemanes, y después de un juicio rápido y absurdo, es condenado y trasladado a la isla del Diablo. A raíz de la famosa carta que Zola publicó en un famoso periódico, y que tituló “Yo acuso”, se reanuda una investigación, en la que el abogado Picquart tendrá que enfrentarse a las reticencias del alto estado mayor por mostrar la verdad. Una estupenda historia, reflejo de una época en la que el antisemitismo empezaba a hacer su aparición.

¿Y que decir de “Tommy”, estrenada en 1975 en olor de multitudes?. Esa película marcó un antes y un después en el panorama del cine musical de todos los tiempos. Las escenas protagonizadas por Elton John y Tina Turner, entre otras muchas, deberían ser de obligada visión para los que disfrutan de la buena música. La impactante música de los Who, la riqueza visual que despliega Ken Russell en todas las escenas, la fascinante historia del niño que se queda ciego, sordo y mudo cuando contempla un horrible crimen, y el barroquismo que impregna toda la película, contribuyen a levantar una auténtica catedral de la cinematografía de todos los tiempos. Por aquella época solo se hablaba de “Jesucristo Superstar”, merecedora por si sola de una entrada en exclusividad, y de “Tommy”. “Quadrophenia”, otro mito musical, que comparte con “Tommy” el privilegio de contar con música de los Who, llegaría a España mucho más tarde. La participación de Roger Daltrey en “Tommy” le debió servir a Ken Russell para rodar, muy poco después, y contando con el mismo autor, una especie de despropósito en el que se muestra de forma distorsionada y más bien surrealista la vida del compositor Franz Liszt, versión viaje de peyote.

Ken Russell salpica con sugerentes piezas musicales sus dos biopics de Tchaikovsky y Mahler, “La pasión de vivir” y “Una sombra en el pasado", respectivamente. En esta ocasión, y en ambas películas, el director demuestra su maestría, al mezclar ambientaciones perfectas con las extrañas escenas oníricas que salpican toda su producción.

Sugerente y fascinante también el título “Un viaje alucinante al fondo de la mente”, la única incursión de Ken Russell en el género de Ciencia ficción, en la que un debutante William Hurt interpreta a un científico obsesionado con explorar el lado más oscuro de la mente, ya sea a base de elementos como la cámara de vacío, que se puso de moda a partir de entonces en los gimnasios más elitistas, o a base de consumir medicamentos y barbitúricos de alto poder alucinógeno. Nada mejor que el estado alterado de la mente para desarrollar de nuevo, a toda máquina, la desbocada imaginación visual del director. Un título de impactante desenlace, en el que el científico encarnado por Hurt soporta experiencias que hacen que la locura parezca una bendición.

Otro viaje a la locura y a los desenfrenos sentimentales más intensos lo constituye “La pasión de China Blue”, protagonizada por una Kathleen Turner en plenas facultades físicas y mentales, y el siempre estrambótico Anthony Perkins, en el papel de sacerdote que combate el pecado sumergiéndose de lleno en el. Tanto la música como las luces y las sombras de esta película son dignas de recordar. Las escenas en las que la esporádica prostituta seduce al inquisidor están perfectamente resueltas. Pura poesía visual.

Existe otra película digna de mención en esta entrada, pero os remito a la colosal crítica que de la misma hace mi buen amigo Andrés Pons en su libro “El terror según Pons”. Tan memorable es la reseña, que yo, sin haberla visto, después de leerla estoy deseando conseguirla. Se trata de “Los demonios”(1971), basada en el libro “Los demonios de Loudon", de Aldoux Huxley, en la que se narran los acontecimientos que ocurrieron en Loudon, y que terminaron al parecer con las murallas de la ciudad destruidas y el clérigo Grandier abrasado por las llamas.

Un director barroco, genial y polémico a partes iguales, que rechazó el guión de “La naranja mecánica”, cediendo el placer de rodarla a Stanley Kubrick. Puede gustar, escandalizar, disgustar o encantar, pero lo que nadie puede negarle es que jamás ha sido capaz de provocar indiferencia.

Gracias a Juan Valdividia por las dos acuarelas que ilustran este artículo. El reto era complicado, pero la maestría de Juan es capaz de superar cualquier obstáculo que se le ponga por delante.

martes, 22 de enero de 2008

El ladrón de fotogramas. Francois Truffaut


Es muy posible que los puristas critiquen la forma en que me enamoré del cine de Truffaut. No fue con “Los 400 golpes”(1959), la película que constituye la carta de presentación del movimiento denominado como Nouvelle Vague, sin duda una joya interpretada por su actor fetiche, Jean Pierre Leaud, que por aquel entonces tenía 14 añitos. La película, al parecer autobiográfica, nos narra las andanzas de Antoine Doinel, iniciador de una saga de otros cuatro títulos que serían siempre interpretados por el mismo actor. Doinel, al que no quiere ni su madre, va dando bandazos hasta terminar en un centro de menores, del que se escapa un buen día para ver el mar.

Tampoco fue “Jules et Jim” (1962), me duele confesarlo, aunque reconozco que se trata de una gran película, con una debutante Jeanne Moreau repleta de vitalidad, y los dos amigos, uno francés y el otro austriaco, que se enamoran de ella sin perder el respeto el uno por el otro. Recuerdo la escena en la que uno de los amigos, o la propia Jeanne Moreau, le dice a Oscar Werner “por favor, siga usted observando y analizando. El mundo está muy necesitado de personas que se dediquen a observar”. Una gran frase, sin duda.

No, no fueron estas las películas que me enamoraron del cine de Truffaut. Estas las he visto más recientemente, apenas hace tres o cuatro años. Tampoco fue “El pequeño salvaje”, título que nos pusieron en una sesión matinal en el colegio, con la intención de que escribiéramos un trabajo para la clase de lengua. La mayoría de los chavales sentíamos una gran desazón al comprobar que el niño protagonista de la película, se escapaba de nuevo al bosque, a pesar de los esfuerzos del profesor, interpretado por el propio Truffaut, para civilizarle en cierto modo.

La que me fascinó, por encima de todas estas, fue una película que puede incluso pasar sin pena ni gloria por las reseñas que se hagan de la filmografía del director francés. Se trata de “La piel dura”(1976). Un film atípico, en el que los protagonistas son niños de un colegio de la ciudad francesa de Thiers, con sus vivencias, su problemas, los maltratos a los que son sometidos, sus ilusiones, sus risas, sus lágrimas, sus primeros escarceos con el amor...En la versión escrita de la película, Truffaut nos dice: “La piel dura quisiera plantear esta pregunta: ¿Por qué se olvida tan frecuentemente a los niños en las luchas que emprenden los hombres?».

Hay en esta película una escena magistral, que muestra la fisura entre el mundo de los adultos y el de los niños. La maestra cita un pasaje de "el Avaro", de Moliere. “Al ladrón, al ladrón, al asesino, al criminal”, y se lo hace repetir a uno de los alumnos más talluditos. Este recita sin nada de arte, de forma plana, sin ninguna entonación. “Al ladrón, al ladrón, al asesino, al criminal”. La maestra se enfada, y recita la frase como debe de hacerse. Le hace repetir de nuevo al alumno, y este vuelve a hacerlo en estilo monocorde, como cansado, sin ninguna gana. En ese momento llega otro profesor, y la maestra sale de la clase con el. El alumno soso le dice a sus compañeros “Os voy a demostrar como lo recitaría un buen actor”, y el muy bellaco nos regala entonces una interpretación perfecta, llena de sentimiento, con la entonación perfecta y con pasión de buen actor. El motivo para no hacerlo bien delante de su maestra, había sido simplemente no quedar en ridículo delante de sus compañeros.

En otra escena, un niño de dos años se cae desde un noveno piso y sale completamente ileso. Dos personas que han visto el suceso lo comentan más o menos así:

- Los niños están en peligro constante.
- No lo crea. Un adulto hubiera muerto en la caída, pero un niño no, porque un niño es como una roca. Tropiezan por la vida sin hacerse daño. Son inocentes, y eso les permite tener la piel dura. Son más fuertes que nosotros.

“Fahrenheit 451”(1966) también me marcó bastante. La vi en uno de los espacios de “La clave”, aquel mítico programa presentado por Jose Luis Balbín, del que nunca más se supo, y que tanta falta nos haría en estos tiempos que corren a los que hemos renegado completamente de la televisión. La película está basada en una novela de Ray Bradbury, escritor de ciencia ficción del que desde entonces me convertí en rendido admirador. El nombre de la película hace referencia a la temperatura, en grados Fahrenheit, a la que arde el papel, y nos muestra, en clave de ciencia ficción, una triste sociedad futura, dominada por la represión y la vigilancia policial continua, en la que los libros están prohibidos, hasta el punto de que existe un cuerpo de bomberos, al que pertenece el personaje interpretado por Oscar Werner, dedicado a descubrir librerías clandestinas de particulares y quemarlas, en actitud inquisitorial, a la vista de todo el mundo. Resulta impresionante la escena de la anciana que se autoinmola con sus libros, al preferir morir antes que perderlos, o la de los hombres-libro paseando en el bosque del final, aprendiéndose cada uno un libro de memoria para que la literatura no desaparezca en la negrura del olvido.

Y por último, y con el fin de no extenderme demasiado, quisiera hablar de otra gran película, de las que crean afición, de las que muestran, con gran respeto y admiración, el cine dentro del cine. “La noche americana”(1973), interpretada por el propio Truffaut, Jacqueline Bisset, Jean Pierre Leaud, Jean Pierre Aumont, Valentina Cortese y una debutante Nathalie Baye que hace el papel de script. La película es el personal homenaje de Truffaut a una forma de hacer cine que se perdió con el cierre de los grandes estudios, en este caso el de Niza, escenario en el que se habían rodado numerosos títulos de la producción francesa. Con gran respeto, el director toma las riendas del rodaje de “Os presento a Pamela”, la última película que se filmará en ese lugar. Jean Pierre Leaud interpreta el papel de Alphonse, un actor tan inmaduro como el personaje al que da vida en la película. Truffaut es Ferrand, el director de esta caótica orquesta de personajes, secundarios, cámaras, ayudantes de atrezzo, peluqueras, maquilladoras...Una vorágine, un mundo en el que se producen enamoramientos, infidelidades, disgustos, tropiezos...Todo un catálogo de emociones, en definitiva.

Jean Pierre Aumont, en una de sus mejores interpretaciones, por no decir la mejor de su carrera, borda el papel de Alexandre, un experimentado actor, caballero con clase, perfectamente vestido y todavía galán, que no causa ningún problema, sino más bien todo lo contrario, al estresado Ferrand. Siempre tiene una palabra amable para todo el mundo. Acoge en sus brazos a Severine, una eclipsada y decadente estrella interpretada por Valentina Cortese, a la que se le olvidan los diálogos y la disposición de las puertas en el escenario.

Todo se desboca cuando aparece Julie, una joven actriz interpretada por Jacqueline Bisset, para asumir el papel de Pamela, la novia de Alphonse, que en la ficción se enamora de su padre, Alexandre, y de la que, en la realidad, se enamora el propio Alphonse, a pesar de saber que está casada con un psicólogo inglés. En una de las bravatas más memorables de la historia del cine, Alphonse se niega a rodar, motivo por el que Julie se acuesta con el, en un intento de calmarle. Alphonse se toma la reacción de la chica como una declaración de amor, y no se le ocurre otra cosa mejor que telefonear al marido de Julie para decirle que se olvide de su mujer, que se ha enamorado de el. Esta es una de las múltiples historias que sazonan esta película coral, llena de anécdotas y entrañables guiños cinéfilos, como la escena en la que Truffaut nos muestra unos libros que hablan de Buñuel, Dreyer, Lubitsch, Bergman, Godard, Hitchcock, Rosellini, Howard Hawks y Bresson, sin duda un homenaje a sus directores preferidos. Otra referencia cinéfila, que aparece de vez en cuando como pesadilla recurrente de Ferrand en blanco y negro, es la formada por la sucesión de escenas en las que un niño armado con un palo que parece ser un pincho de sereno, camina por la noche en una ciudad solitaria. Es hacia el final de la película cuando descubrimos que se dirige a un cine de barrio, para robar, a través de la celosía metálica de la entrada, los fotogramas colgados en un corsho, a la antigua usanza, de una película que constituye por si misma la esencia del séptimo arte: “Ciudadano Kane”. Cuando consigue su objetivo, huye corriendo del lugar.

Al hacerse la fotografía de grupo, la mujer del encargado de atrezzo, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, cosiendo sentada en una silla de paja como una anónima parte del paisaje, pierde los nervios y tacha a todo el equipo, sin excepción, de guarros y pervertidos.

Digna de recordar es también la confesión de Julie a su marido, que vuela desde Londres a su lado cuando recibe la estúpida llamada de Alphonse diciendo que Julie se ha enamorado de el. El psicólogo escucha con gran entereza la explicación de Julie, en el sentido de que no ha tenido más remedio que acostarse con Alphonse para salvar la película.

Una gran película, que debería ser asignatura obligada para todos los amantes, estudiantes y estudiosos del séptimo arte y que, incompresiblemente, como otras muchas películas comentadas en este blog, todavía no ha sido editada en DVD.

Hay otras muchas películas de Truffaut. Su extensa filmografía es digna de revisión, pero para mi gusto, bastan estas tres películas para elevarle a la categoría de sumo sacerdote del séptimo arte.

En esta ocasión he tenido la gran suerte de contar con dos acuarelas, una de Juan Valdivia y otra de Carmen. Muchas gracias a los dos.

viernes, 18 de enero de 2008

Reflexiones de un marxista burgués




Resultaba curioso, y ligeramente inquietante, sortear los grupos de iluminados que clamaban, en la puerta del cine, contra la película que se estaba proyectando, si es que a causa de esta se sentían ofendidos. El pulso se nos aceleraba, la sangre se agolpaba en nuestras sienes, el corazón latía desbocado al pasar al lado de los ofendidos, que no hacían nada sino gritar, pero que te miraban con un odio visceral que helaba la sangre en las venas.

Algunos nos sentíamos en cierto modo culpables, sin saber muy bien porqué. ¿Cómo se nos podía haber ocurrido ir a ver una película que socavaba las bases fundamentales del orden y de la moral, la religión y algunos de los valores más profundos de la sociedad?. No teníamos, ni de lejos, ideales políticos, ni de un signo ni de otro, aunque la reciente legalización del partido comunista, y la calma que siguió a ese suceso, nos hacía escamarnos, llegar a pensar, en un alarde de insolencia, que tal vez la izquierda no fuera el camino más directo al infierno.

Desde el patio de butacas se escuchaban las voces, que arreciaban o disminuían en función del estado de los que gritaban. De vez en cuando volvíamos la cabeza, temerosos de que una horda entrara de repente y nos sacara del cine a hostia límpia. Cuando empezó la proyección, se acallaron las voces, apagadas por la gloriosa música del gran Ennio Morricone, que acompañaba una de las presentaciones de película más hermosas que se han visto nunca, con ese cuadro de Pelizza Da Volpedo titulado “El cuarto estado”, que va creciendo al tiempo que aumenta el volumen de la música. Se trataba de “Novecento”, de Bernardo Bertolucci, conocido en todas partes como el marxista burgués. A los cinco minutos de proyección, el miedo había desaparecido para dejar su lugar a la emoción.

“Novecento” nos cuenta la historia de Olmo, interpretado por Gerard Depardieu, y Alfredo, un jovencísimo Robert de Niro, hijos respectivamente de un campesino y del patrón del mismo. Pero resultaría simplista resumir así la historia que cuenta la película. Olmo y Alfredo no son más que una parte muy pequeña de la trama. “Novecento”, la película italiana más cara de la historia, resume nada menos que cuarenta y cinco años de vida, desde 1901 hasta 1945, fecha en la que sucumbe el fascismo en Italia. Bertolucci no trata de hacer historia, sino de crear un mito que se pueda transmitir de generación en generación. Los fascistas son malísimos, como en todas las películas del director, y los trabajadores unos benditos. El abuelo de Alfredo, el gran Burt Lancaster, se suicida cuando interpreta que su mundo se ha acabado, que la soterrada ética existente hasta ese momento entre patrón y trabajadores toca a su fin, tanto por la ambición desmesurada de los primeros como por el inconformismo de los segundos. Se suicida, también, porque al contemplar un baile de campesinas, comprueba, entristecido, que ya no se le levanta, pero bueno, si queremos encontrarle un sentido más poético a su muerte, podemos quedarnos con la primera explicación.

Los personajes de “Novecento” no parecen personajes, sino estamentos. Attila, el fascista, interpretado por un Donald Sutherland al principio medio imbécil, que abraza la doctrina por lo que tiene de poder. Giovanni, el terrateniente, un ser tan ambicioso que monta una farsa terrible para quedarse con las tierras que en realidad le correspondían a su hermano. Leo, el abuelo de Olmo, interpretado por Sterling Hayden, el bracero al servicio de Alfredo, íntegro, fuerte, sensato y luchador, que representa el poder del trabajador. Ada, la mujer de Alfredo, frívola y feliz, Anita la hija de Olmo, la maestra comprometida y solidaria...Todo un kaleidoscopio de personalidades muy bien definidas, sin matices, sin fisuras en su forma de pensar, en un entorno bastante maniqueo, de malos malísimos y buenos empalagosos, excepto en la parte que narra las vivencias de los dos abuelos, que parecen ser los únicos que se respetan mutuamente y saben a ciencia cierta que no pueden vivir el uno sin el otro. Una gran película, llena de escenas memorables, y de un erotismo que hoy podría parecer desfasado, pero muy atrevido en aquella época. Recuerdo todavía con nitidez la escena del acordeonista que se aleja, cuando el tren que se lleva a Olmo ha partido, mientras interpreta la Internacional.

“El conformista”, interpretada por Jean Luis Trintignant, Stefanía Sandrelli y Dominique Sanda, nos cuenta la historia de un individuo con un gran complejo, que se niega a asumir su homosexualidad y que se afilia al partido fascista italiano. De nuevo demoniza Bertolucci a sus fascistas, a través de un personaje psicológicamente en el límite de la locura. Un personaje al que otro le dice, en una frase para la posteridad, “todos quieren ser diferentes y tu quieres ser igual a los demás”. Una película de una crudeza extrema, brutal, pero que no por ello deja de ser una auténtica obra de arte.

Con “El último emperador”, Bertolucci vuelve a manejar astronómicos presupuestos de superproducción para tejer sus historias. Narra la historia autobiográfica de Pu yi, interpretado por un entonces casi desconocido John Lone, el último emperador de China, y fue la primera vez, y creo que la única, que las autoridades chinas permitieron rodar en el interior de la ciudad prohibida de Pequín. Un dramático personaje, que vivió en primera persona los vaivenes políticos de su país, con la llegada de la república, que le obligó a permanecer encerrado en su jaula de oro, un breve periodo de esplendor cuando los japoneses le colocaron como emperador títere de la ocupada Manchuria, y la posterior llegada del comunismo, que le encerró durante un largo periodo de tiempo para que alejara de su mente cualquier pensamiento capitalista. Una película colorista y magnífica, con una cuidad fotografía y llena de los grandes movimientos de masas de los que tanto le gustaban al director. Se dice que en algunas escenas llegaron a participar hasta 19.000 estras. Como no podía ser de otra manera, la película acaparó nueve oscars de la academia en 1987. Una de las imágenes que más me vienen a la cabeza de este film, es la del ojo del cuidador de Pu Yi en la cárcel, asomándose a un agujero de la puerta de madera para vigilarle.

En 1990 rodó Bertolucci “El cielo protector”, basada en una novela del mismo título de Paul Bowles, que aparece incluso, en persona, en la última escena de la película. Siento un especial cariño por esta película, que narra el viaje existencial de una pareja, formada por John Malkovich y Debra Winger. La apatía y frivolidad que preside las relaciones de un matrimonio, que trata de encontrar un sentido a su existencia, se troca magistralmente en fascinación, soledad y lucha por la vida cuando muere el Malkovich y su esposa se embarca, en un estado de semiinconsciencia, en un extraño viaje a través del desierto, dejándose llevar por las circunstancias y visiblemente traumatizada por la experiencia que ha vivido al ver morir a su marido. El escenario de la transformación, un semi ruinoso fortín francés situado en medio de la nada, rodeado de la inalcanzable inmensidad del desierto. Siempre me ha fascinado Debra Winger, pero reconozco que esa fascinación me viene precisamente de esta película. Resultan tan asequibles sus reacciones, su debilidad, su indefensión ante los acontecimientos...Una película que pasó casi sin pena ni gloria por los cines de España. Una película que yo me empeñaba en defender ante mis amigos, mientras ellos despotricaban contra ella tachándola de aburrida y pretenciosa.

Una banda sonora fascinante, que mezcla composiciones de Ryuichi Sakamoto, esa especie de músico polivalente, con fascinantes melodías nativas de Marruecos, tan sugerentes que, si te dejas llevar por ellas, por ese ritmo que se te mete en el cerebro, es imposible que no muevas las piernas al compás del paroxismo que muestran varias escenas. John Malkovich, en su estado enfebrecido, suelta el dinero sin medida para que los músicos africanos toquen para el sus instrumentos. Valga una frase que se dice en la película, un aforismo de Kafka que utilizó Bowles en la novela: “A partir de cierto punto, no hay retorno posible. Ese es el punto al que hay que llegar”.

Y la última mención a este gran director es para “El pequeño Buda”, otra demostración de lo bien que se mueve Bertolucci manejando amplios presupuestos y gran número de extras. Protagonizada por Keanu Reeves y Bridget Fonda, se rodó en escenarios naturales y palacios de Nepal. No fue muy mimada precisamente por la crítica, pero no se le puede negar su bella factura, una inmejorable fotografía y una excelente banda sonora, parida de nuevo por el sin par Ryuichi Sakamoto, elevado por méritos propios a la categoría de Nino Rota particular del director italiano. Carmen, que nos honra de vez en cuando con algunas de las acuarelas que presiden estos artículos (de hecho, la de hoy es suya), ha tenido la inmensa suerte de viajar a Nepal, hecho por la cual la envidio profundamente, y a pesar de que la pincho continuamente para que me regale una colaboración literaria en la que nos cuente su experiencia, no hay manera. Carmen, gran admiradora de Bertolucci, piensa que “El pequeño Buda” supuso un giro de Bertolucci hacia el misticismo, cambiando el puño en alto y la política por otra forma de interpretar un mundo que no se entiende desde otra perspectiva, la de la mística. Al parecer, Bertolucci ha hecho mención en alguna ocasión a esta circunstancia, y la película, según nos dice también Carmen, está llena de referencias y símbolos que no se escapan a los que están en esa onda.

Un director de cine con mayúsculas, en definitiva.

martes, 15 de enero de 2008

La búsqueda de la perfección


Corría el año 1978, más o menos a finales del verano. Yo tenía diecisiete años recién cumplidos. Fui con un amigo, o un primo, no recuerdo. Un domingo por la mañana, en un pase especial organizado por el cine Excelsior, una gran sala situada en el centro de la Avenida de la Albufera, desaparecida hace ya bastantes años para alojar diferentes negocios, entre ellos un bingo, un garaje y un supermercado. Posiblemente lo que ocurrió aquella mañana contribuyera a acelerar su ruina.

Anunciaban la película como la antecesora de “La Guerra de las Galaxias”, o algo así. El cine estaba lleno de chavales pequeños, disfrazados de Darth Vader y de Luke Skywalker, emocionados y deseosos de ver a alguien parecido a Chewbaca repartiendo ladridos y puñetazos. El griterío era espectacular cuando comenzaron los títulos de crédito. Un griterío que se fue apagando, progresivamente, hasta convertirse, allá por los veinte minutos, en una interminable sucesión de bufidos, bostezos y murmullos de aburrimiento. A la media hora comenzó a salir gente del cine, y cuando llegó la posiblemente más extraña y enigmática escena de la historia del cine, la del final, solo unos cuantos incondicionales permanecíamos sentados en nuestras butacas. Lo habéis adivinado. Se trataba de “2001, una odisea en el espacio”(1968). Cuando salimos, todavía alucinados por lo que acabábamos de ver, grupos de niños lloraban mientras sus padres sujetaban las espadas láser de plástico que se habían llevado para disfrutar de la película. Recuerdo que pasé bastantes años con ganas de patrocinar una suscripción popular, destinada a erigirle un monumento al crack del marketing que tuvo la genial idea de anunciar la película de Kubrick como la antecesora de “La guerra de las galaxias”.

“2001” debió de ser una de las primeras películas de Kubrick que se pudo ver en España. Si acaso Espartaco, mutilada por la censura, y que no daba una imagen correcta del genial talento del director, debido sobre todo a que Kirk Douglas, el productor, había impuesto su criterio a la hora de realizarla. “2001” supuso una revolución en el cine de Ciencia ficción. Era la primera vez que se veían efectos especiales, tan innovadores en aquella época que ganaron un óscar, pero tímidos antepasados si se los compara con los actuales. También era la primera vez, cuando los ordenadores aún no existían a nivel de uso doméstico, en que se elegía como protagonista a HAL9000, un perverso ordenador que hacía y deshacía, dueño de una voz tan sugerente como la de Hannibal Lecter. HAL se llama así porque IBM se desmarcó del proyecto debido a que la película le hacía un flaco favor al mundo informático, y Kubrick decidió nombrar a su criatura cambiando las tres letras de la marca mundial (IBM) por las letras anteriores a cada una de ellas (HAL). La historia se basaba en un relato corto de Arthur C. Clarke, “El centinela”. El mismo autor participó en el guión conjuntamente con Kubrick, al tiempo que aprovechaba para ampliar el relato y convertirlo en novela. Hacia la mitad del asunto se cansó del maniático Kubrick, y abandonó el proyecto con la misma celeridad con la que lo había hecho IBM.

No se pueden describir con palabras las sensaciones que provoca “2001”. La banda sonora, que abarca desde obras de Strauss hasta la extraña música de Ligeti que acompaña las apariciones del famoso monolito, contribuye también a crear una densa atmósfera cargada de sugerencias inquietantes.

A continuación de “2001” se estrenó en España “La naranja mecánica”(1971), una excelente adaptación de la casi ilegible novela de Anthony Burgess, en la que se contaba la historia de cuatro amigos de buena familia, en un indefinido futuro inglés, que se dedican a joder al prójimo en cuanto se les presenta la ocasión, y del bestial tratamiento al que es sometido uno de ellos, obsesionado por el sexo y por Beethoven, para extirparle de raíz su violenta naturaleza. Memorables los decorados, con tendencia entre futurista y pop art, y la soberbia actuación de Malcolm McDowell, un actor que jamás consiguió llegar después a la altura del personaje que había interpretado en esta película. Y a partir de ahora, os ruego que os fijéis con atención en la fecha que coloco al lado de cada película, que es la de su realización, y que casi nunca coincide con la de su estreno en España, ya que Kubrick era uno de los directores condenados no solo ya por la censura española, sino por la mundial.

Si tuviera que comentar una escena de “La naranja mecánica”, elegiría sin duda el documental de Hitler que le colocan al pobre muchacho, que no puede cerrar los ojos a causa de un artilugio que le han encasquetado, acompañado de la singularísima música de Walter Carlos, el malogrado compositor que interpretaba a los clásicos con un sintetizador. A destacar también la actuación en el escenario, destinada a mostrar los efectos de la terapia.

Si aceptáis un humilde consejo, y queréis revisar esta joya, os recomiendo encarecidamente, aunque no suelo ser muy partidario con otros títulos, que veáis la versión original en inglés, ya que el equipo de doblaje de esta y de “El resplandor”, lo dirigió un iluminado, famosillo o famosete por aquel entonces, que se cargó dicho doblaje, directamente y sin pestañear.

Ya había realizado Kubrick incursiones en el cine de ciencia ficción con “2001” y “La naranja mecánica”, y en el erótico-psicológico, el militar y el cómico-político con “Lolita(1962)”, “Senderos de gloria”(1957) y “Dr Strangelove”(1964), respectivamente, aunque en España, a causa de nuestra bendita censura, todavía no habíamos tenido noticias de estas tres últimas, que habían sido realizadas antes que las dos comentadas hasta ahora. No recuerdo cual de las tres se estrenó primero. Creo que fue “Dr Strangelove”, “Teléfono rojo, volamos hacia Moscú” en castellano y un larguísimo subtítulo en la versión inglesa. Nadie se había atrevido, hasta entonces, a tomarse a chirigota un tema tan serio y tenebroso como la guerra fría. ¿recordáis el asunto?. Un venado piloto de bombardero americano se dirige a Rusia con la intención de soltarles una bomba nuclear. Peter Sellers interpretaba varios tres, entre los que destacaba el del Dr Strangelove propiamente dicho, un extraño tipo mitad humano mitad robot anclado a una silla de ruedas. El cruce de conversaciones entre rusos y americanos, en un vano intento de evitar la tragedia, no tiene desperdicio.

Creo que fue “Senderos de gloria” la siguiente, protagonizada y producida por Kirk Douglas. La película es un duro alegato pacifista y antimilitarista, y narra la ejecución de tres soldados, elegidos aleatoriamente y acusados de cobardía, después de un nefasto ataque desde las trincheras francesas a las alemanas. Al parecer se basó en un hecho real, acaecido en la Primera Guerra Mundial, y refleja de una manera perfecta el contraste entre la tropa, sucia, triste e indefensa en sus trincheras, y el alto mando militar, poderoso, soberbio y seguro en su castillo. Un mando militar que no solo antepone el supuesto honor militar a la muerte de los soldados a su cargo, sino que no duda un momento cuando cree que tiene que aplicar un castigo ejemplar. Los diálogos entre el alto mando, impregnados de un profundo desprecio a la especie humana inferior, provocan la ira de cualquiera que los escuche. Tan duro resultó el ataque, que la película estuvo prohibida en Francia y en España durante bastantes años.

“Lolita”, protagonizada por Sue Lyon y James Mason, está basada en la novela de Vladimir Nabokov, que también participó en el guión. Trata de la obsesión de Humbert Humbert por la lasciva Lolita, la hija casi adolescente de la mujer con la que se casa. La película levantó polvaredas en los círculos católicos de todo el mundo por su carga de erotismo contenida y sus planteamientos trangresores. Una faceta que acompañaría a Kubrick a lo largo de toda su carrera.

Y fue entonces cuando el bueno de Kubrick decidió realizar una incursión en el género histórico, y rodó “Barry Lyndon”(1975), una maravilla perfectamente ambientada, inspirada en cuadros del siglo XVIII, con grandes movimientos de masas, espectaculares escenas militares y una soberbia banda sonora integrada por piezas de la época (la música que estás escuchando, si no la has apagado todavía, es de esta película). Un contenido Ryan O´Neal, y la siempre elegante Marisa Berenson llenan la pantalla con su fuerte personalidad y su buen hacer como actores.

Llegó después “El resplandor”(1980), cuyo solo comienzo ya debería pasar de por si solo a los anales de la historia del cine, con esa toma de helicóptero mientras la “Sinfonía fantástica” de Berlioz agita nuestros sentidos. ¿Qué decir de la toma del triciclo corriendo por el pasillo del solitario hotel, o de las tomas con Steady Cam, un invento que se marcó el amigo Kubrick para esta película y que tan popular se hizo posteriormente?. ¿Qué decir de las magistrales actuaciones de Jack Nicholson y Shelley Duval, empañadas en España únicamente por el ridículo doblaje que se hizo de sus voces (hay que joderse, la Verónica Forqué doblando a la esposa de Jack Nicholson)?. La opresiva sensación de soledad que provoca el hotel vacío, que al final desemboca en tragedia, adquiere gracias a Kubrick una dimensión de terror “in crescendo” que muy pocos directores han conseguido. Se pasa de la normalidad a la locura sin apenas enterarnos, con sutiles cambios en la personalidad de los protagonistas, que no parecen apenas afectados hasta el momento en que los hechos se precipitan.

Vuelve Kubrick en 1987, espaciando cada vez más su aparición en las pantallas, a mostrarnos de nuevo su vena antimilitarista y pacifista con “La chaqueta metálica”, un alegato contra la despersonalización del individuo al objeto de conseguir máquinas de matar. La película, dividida en dos capítulos bien diferenciados, muestra en el primero la brutalidad psicológica a la que son sometidos los reclutas (¿quién no ha sufrido con el pobre “soldado patoso”?) y la crudeza de la guerra de Vietnam en el segundo. Se rodó íntegramente en Inglaterra, en contra de lo que se podría pensar ante los cuidados escenarios que muestra.

Y la última, “Eyes Wide Shut”(1999), con Nicole Kidman y Tom Cruise cuando todavía compartían vidas. Los malpensados dicen que se separaron por culpa de Kubrick, que los atosigaba con interminables tomas y que incluso los persiguió durante una larga temporada, una vez finalizada la película, para rodar nuevas escenas. La película supone una incursión en el tema de relaciones de pareja con un alto componente de inquietante sexualidad, y muestra prácticas relacionadas con entornos privados de alta graduación, tanto económica como vital.

Por si alguien se ha liado con las fechas de realización y su estreno en España, que nada tiene que ver, repito la lista en orden de aparición:

- Senderos de gloria (1957)
- Espartaco (1960)
- Lolita (1962)
- Teléfono rojo. ¿Volamos hacia Moscú?(1964)
- 2001, una odisea en el espacio (1968)
- Barry Lyndon (1975)
- El resplandor (1980)
- La chaqueta metálica (1987)
- Eyes wide shut (1999)

De “Espartaco” he hablado poco, porque Kubrick tuvo muy poco que ver ese título. Entró a sustituir a Anthony Mann, contratado por Kirk Douglas, y poco más. Ni siquiera el guión era suyo, sino de Dalton Trumbo, uno de los represaliados por el Macartismo, asunto del que posiblemente hable en una próxima entrada.

Y de nuevo, Juan Valdivia nos muestra su arte con la acuarela que preside esta entrada. Muchas gracias, Juan.


Stanley Kubrick, un genio especial, maniático para unos, excesivamente perfeccionista para otros, pero en cualquier caso, un director cuyas aportaciones reafirman la categoría de séptimo arte que ha alcanzado el cine.

viernes, 11 de enero de 2008

El fabricante de sueños




Charo, amiga, disculpa por haber cambiado, aunque sea transitoriamente, la música que le pusiste a mi blog, pero es que la entrada lo requiere.

Podrían citarse varias razones para odiar, aunque sea cordialmente, a Silvio Berlusconi. Una de ellas podría ser su aspecto, siempre perfectamente trajeado, de latin-lover en decadencia, con ese pelito tipo Mario Conde, repeinado y pegado al cráneo. Otra, sin duda, mezclada también con una buena dosis de envidia, podrían ser las mujeres de las que se rodea, a cual más espectacular. Podría odiársele también por su filosofía televisiva (a mi no hay quien me quite de la cabeza que las Mamachicho son las grandes y primeras culpables de la bazofia en la que ha acabado convirtiéndose la televisión en este país), por su forma semi ilegal de llevar los negocios, por ese estar siempre rozando los límites de la transparencia política, por su marcada tendencia hacia la más retrógrada, cerrada y arcaica ideología medio fascista italiana...

Yo, sin embargo, le odio, y de una manera ciertamente nada cordial, por haber permitido la publicación en primera plana, en uno de los periódicos de su imperio, de aquella famosa y tristísima fotografía del gran Fellini en su lecho de muerte, allá por el año 1993 (Dios mío, más de veinte años han pasado ya...).

Es difícil expresar lo que representan las películas de Fellini para cualquiera al que le guste soñar. Imágenes fascinantes, coloristas... Historias que rozan el surrealismo...Sueños, en definitiva, plasmados en celuloide por un maestro de la imaginación.

Sus primeras películas trataron de acercarse al neorrealismo imperante en la época. Resultaba difícil ser considerado un artista si no se adoptaba la forma de hacer de Cinecittá. A pesar de eso, ya se detecta en todos ellos (“El jeque blanco”, “Los inútiles”, “Almas sin conciencia”) una personal manera de realizar, de contar la historia. Lejos estaban todavía los delirios oníricos de sus películas posteriores, pero ya se dejaba ver una perfecta ironía, un reírse de lo tradicional, de lo considerado como respetable en aquella sociedad, filosofía que no le abandonaría en ningún momento a lo largo de toda su carrera. Se podrían citar, como muestras de esto, las memorables interpretaciones, posiblemente las mejores de toda su carrera, de Alberto Sordi, como Fernando Rivoli en “El jeque Blanco”, y como Alberto en “Los inútiles”.

Resulta inolvidable, en la primera, su primer encuentro, subido en aquel larguísimo columpio, con Wanda, la muchacha provinciana interpretada por Brunella Bovo, tan perdidamente enamorada de su héroe de fotonovela, que corre a buscarle en plena luna de miel. Inolvidable resulta también su actuación de calzonazos, marido temeroso de una esposa que le exige a gritos explicaciones sobre la estrafalaria actitud de conquistador que ha exhibido hasta el momento ante Wanda. De la segunda, destacar su logradísima inutilidad, llevada al paroxismo cuando recibe la paliza de los albañiles de la carretera, o cuando llora como un niño a causa de su hermana. Ya en “El jeque blanco” aparece, en el papel de prostituta, la incomparable y expresiva Giulietta Massina, la mujer de su vida, hasta el punto de que murió muy poco después de que lo hiciera Fellini.

¿Y que decir de “La Strada”, dirigida por Fellini en 1954?. Una auténtica joya cinematográfica, con un guión redondo, perfecto, una fotografía incomparable, la monumental música de Nino Rota, del que hablaré más adelante, y esa logradísima y única atmósfera mezcla de cruda realidad y fantasía que baña la pantalla desde el principio hasta el final. Recuerdo una entrevista que le hicieron a Anthony Quinn en un programa de televisión, hacia el final de su carrera. El presentador le pidió que le hablara de algún momento importante de su vida. Anthony Quinn contó lo siguiente: “Estaba en la cima de mi fama. Había rodado títulos tan conocidos como “el mundo en sus manos”, “Viva Zapata” o “La isla de los corsarios”. A mi camerino vino a verme un hombre alto, bastante rudo. Me dijo que casi no tenía dinero para pagarme, pero que quería que leyera su guión. Aquel hombre era Federico Fellini, y La Strada era su película”.

“Amarcord”, otro fascinante título, de nuevo con una espectacular puesta en escena, en esta ocasión en color. Fellini nos muestra sus recuerdos de infancia en Rímini, en un caleidoscopio inagotable de vivencias y anécdotas, que despiertan en el espectador sus propios sueños infantiles. Un entrañable maestro, que trata de darle a su relato una pátina de respetabilidad, continuamente bombardeada por las gamberradas de un jovencísimo Alvaro Vitali y compañía, se convierte en el improvisado cicerone de este viaje a los recuerdos. A destacar, sin duda, la majestuosidad del pavo real en la nieve, y también el paso del trasatlántico entre las barquichuelas.

“8 y ½”, según los críticos una especie de autobiografía cinematográfica, sazonada también con los elementos surrealistas que acompañarían todas sus producciones. “Casanova”, la particular versión del mito compuesta por un genio. “Roma”, con el inolvidable pase de modelos de trajes eclesiásticos “in crescendo”, amenizado por el fiel Nino Rota...

No soy capaz de concebir el cine de Fellini sin la música de Nino Rota. A veces me parece increíble, escuchando esa música, que de un cerebro humano pueda surgir tan sugerente mezcla de notas. El genio de Nino Rota, más conocido sin duda por haber compuesto la música de “El padrino”, que por su inmortal colaboración con el genio de Fellini, iguala, e incluso supera en muchas ocasiones, al de su compatriota y para muchos rival, Ennio Morricone, de música más sencilla de digerir, más pegadiza, más orquestal incluso...Pero mucho menos fascinante. Las extrañas melodías del “Casanova”, inencontrables en disco, cinta de casette o cd, estuvieron grabadas durante mucho tiempo, después de ver la película, en mi cerebro. La música de “La Strada”, “8 y ½” o “Amarcord”, merecería trascender la mera catalogación de banda sonora, y ser recordada durante toda la eternidad como pieza clave de la música universal, con mayúsculas. Rota, que acompañó al maestro desde “El jeque blanco”, compuso la banda sonora de otras películas bastante famosas, tales como “En el nombre del padre”, “Muerte en el Nilo”, “Guerra y paz”, “El gatopardo” y “A pleno sol”, por nombrar unas cuantas. Murió en el 79. Sus continuadores con Fellini, en títulos como “Y la nave va” o “Ginger y Fred”, se vieron obligados, sin conseguirlo, a tratar de imitar el personal estilo del compositor.

Existe abundante y muy interesante bibliografía sobre Fellini. La biografía que escribió John Baxter en 1993, publicada por Ediciones B, la de Chris Wiegand para Taschen, con un exhaustivo recorrido por su filmografía... Personalmente, la semblanza que más me cautivó fue la que escribió Vilallonga, que viajó a Roma en 1963 para hacer un reportaje sobre Fellini, que acababa de rodar “8 y ½”, y al parecer se hicieron tan amigos, que el maestro le ofreció un papel en “Giulietta de los espíritus”, junto a la sin par Giulietta Massina. Vilallonga escribe lo siguiente en la presentación de su libro: “tuve, entonces, el honor y la dicha de escuchar, durante horas, al único auténtico genio que he conocido en mi vida”. En el interior, Fellini le jura y perjura que es incapaz de inventar, que lo único que sabe hacer es interpretar sus propios recuerdos con más o menos acierto. La visión que nos muestra Vilallonga del genio, es la de un individuo travieso, irónico, mentirosillo, infiel a su mujer, la Massina, que al parecer estaba completamente al día de las correrías de su acompañante. Una especie de niño grande que no estaba dispuesto a madurar, y con una gran facilidad de medios, en aquel momento, para trasladar a la gran pantalla su inagotable universo imaginativo. Se trata de un libro corto, directo, fascinante, con mucho diálogo, que se lee prácticamente de una sentada. Os lo recomiendo.

Sin duda entenderéis, después de haber leído esta entrada, la causa de mi animadversión hacia un personaje de la catadura de Berlusconi.


La magnífica acuarela que preside esta entrada es de Juan Valdivia, un estupendo acuarelista y mejor persona, amigo y compañero de pintura de Carmen, la que dibujó a Woody Allen. Es un verdadero honor para este blog contar con la colaboración de estos artistas.

martes, 8 de enero de 2008

El terror según Pons




Andrés Pons ha publicado en Lulu un verdadero tratado sobre el cine de terror de todos los tiempos. Tanto sus artículos como las críticas o incluso las entrevistas que hace a afamados representantes del género, despertarán la fascinación de los lectores, tanto si son aficionados al género como si no. Este es el enlace para comprar o descargar su libro en la página de Lulú:


http://stores.lulu.com/andres_ponses


Con un gran respeto hacia las películas, pero también en ocasiones con un peculiar sentido del humor, Pons transmite de manera cordial y muy amena su entusiasmo por los distintos aspectos del cine de terror. Resulta casi imposible terminar y no encender a toda prisa el vídeo o el dvd para visionar cualquiera de las películas comentadas. Inolvidable su artículo “los tópicos del cine de terror”, que probablemente se podría considerar como un decálogo de lo que no hay que hacer para acabar asesinado.

Un libro imaginativo, original y que pone de manifiesto la pasión y el respeto del autor por un género no precisamente de los más populares.


ENTREVISTA

FJ: De sus críticas de películas se desprende que es usted un gran aficionado, pero también exigente. Se ven pocos dieces. El primero, en concreto, para “La angustia del miedo”. ¿Qué representa esa película para usted?.

AP:Evidentemente en el cine de terror existen muchas obras maestras merecedoras del diez. Desde las joyas de la productora HAMMER hasta el expresionismo alemán con Nosferatu por ejemplo. Pasando por el terror de los 70 y 80, con la matanza de Texas, Posesión Infernal, La noche de HALLOWEEN, La mosca “Versión CRONEMBERG” y un largo etc………

¿Qué pasa? Pues que esos clásicos son realmente muy conocidos para la mayoría de aficionados, en cualquier libro se habla de ellos y yo busque filmes menos conocidos, de ellos pocos llegan a ser obras de arte pero si que les encuentro a cada uno de ellos un encanto especial y salir un poco de nombrar los de siempre.

La angustia del miedo es una obra de arte realizada de forma casi amateur con estilo documental y en tiempo real se nos narra una serie de asesinatos que te congelan la sangre. Un autentico festival de verdadero horror en una de las radiografías echas sobre la maldad más impactantes jamás realizadas. No es para estómagos sensibles.


FJ: ¿Ha llegado a ver todas las películas que comenta?. Parece increíble. La labor de búsqueda debe de resultar ciertamente titánica. ¿Cuál es el mecanismo que utiliza para encontrar títulos absolutamente olvidados?. ¿En qué formato suele visionar las películas?.

AP: Pues es titánica y realmente agotadora, muchas se consiguen vía E-MULE, otras mediante contactos e intercambios, estando atentos a canales especializados “Tipo DARK” y patearse video-CLUBS. Los formato como puede figurarse de todo tipo. “VHS, DVD, DIVX.”.

FJ: ¿Qué tamaño tiene aproximadamente su videoteca?. ¿De cuantos títulos está compuesta?.

AP: BUFFFFFFFFFFF, Está compuesta por cientos de Títulos y todavía me parece corta, tengo un trastero lleno de filmes que ni recuerdo. Son muchos años coleccionando.

FJ: ¿Le gusta algún otro género cinematográfico aparte del terror?. En su libro hace referencia de pasada a Peter Weir y a una película de SC, “Cuando el destino nos alcance”, considerado por bastantes aficionados a este género como una película de culto. ¿Le gusta esta película?.

AP: Me gusta todo tipo de cine y directores, filmes como la saga del padrino, Apocalipsis now, Centauros del desierto me tienen enamorado. PETER WEIR es uno de los directores actuales que más aprecio. Este hombre pasa por todos los géneros dejando siempre su impronta de gran calidad. Único testigo, Master and comander, El show de truman en su etapa americana. Pero cuando empezó su carrera fue uno de los grandes protagonistas del terror ciencia ficción, THE PLUMBER o PICNICK AT HANGING ROCK demostraron su enorme eficacia. Me encanta cuando el destino nos alcance, uno de estos filmes visionarios que si lo ves hoy en día se comprueba que nuestra sociedad poco a poco llega a lo que nos cuenta esta película.

FJ: En varias ocasiones hace referencia a los foros existentes sobre el género. Me gustaría que nombrara alguno de los más interesantes a su juicio.

AP: En realidad ABANDOMOVIEZ o Cine Fantástico fueron foros de gran calidad donde conseguí grandes conocimientos charlando con mucha gente sobre el tema. Hoy en día es difícil, los foros se encuentran muy muertos y se comenta siempre los mismos filmes, supongo que el tiempo lo destruye todo y la gente se termina cansando de estos foros. Con todo pasa.

FJ: Es normal que a los aficionados al terror nos tilden, cuando menos, de raros o enfermizos. En su caso, en un lugar del libro, comenta casi de pasada, pero con gran sentimiento, que su afición le viene de familia. Me gustaría que me contara algo más de las raíces de su afición, de esos vídeos polvorientos que le mostraba su padre.

AP: Existen muchas clases de aficionados, muchos se creen que adoran el terror cuando solo vieron los otros, el sexto sentido o saw. Filmes de consumo fácil y comercial, si les hablas algo fuera de los canones más evidentes ya no les interesa. Los raritos somos aquellos que buscan un film descatalogado italiano de los 70, un GIALLO perdido en algún polvoriento lugar que ni en su estreno fue reconocido. ¿Enfermizos? Bueno todo es opinable, yo considero más enfermizo que triunfen las comedias de JULIA ROBERTS o el cine tan absurdo de gente como los FARRELLY.

Con mi padre disfrutamos de grandes maratones de cine de serie b, con el alquilaba filmes como House “Una casa alucinante” Toda la saga de viernes trece, Suspiria, y después yo seguí haciendo honor a su pasión buscando y buscando. Mi padre que en paz descanse fue un hombre maravilloso y un gran aficionado al género.

FJ: En el terreno de la literatura, ¿cuáles son sus escritores de terror preferidos?.

AP: EDGAR ALLAN POE, CLIVE BAKER, STEPHEN KING……………ETC.

FJ: ¿le gusta el cómic de terror?. ¿Cuáles son sus referencias en este campo?.

AP: No siento admiración por los comics es un género que nunca me llamo la atención.

FJ: ¿Qué es lo que más le puede hacer repudiar por completo una película?. ¿Y lo que más valora?.

AP: Lo que menos me gusta es que se gasten una millonada en realizar un filme totalmente prescindible solo por amor al negocio. Valoro directores que con gran esfuerzo sacaron sus pobres proyectos adelante dándoles una frescura inédita en las grandes superproducciones. Por ejemplo hace poco vi. WOLF CREEK y consiguió sorprenderme por su dureza y enfermedad en toda la parte final.


FJ: Su definición de lo que es el culto me parece simplemente magnífica. ¿Alguna sugerencia de lo que tendría que tener una película para que, con el tiempo, pudiera considerarse de culto?.

AP: Se tienen que dar muchos casos, muchas películas no las ve ni el gato del director en su estreno, después entra el mercado del DVD, o los foros donde el boca a boca empieza a circular de unos a otros. Con el tiempo se les suele hacer justicia.

Le puedo poner ejemplos como DONNIE DARKO que en su momento paso desapercibida y en la actualidad disfruta de un gran status.

FJ: ¿No ha pensado alguna vez ponerse tras la cámara?.

AP: Lo pensé y me puse tras ella, incluso casi término Diario de un director un film de terror extremo basado en un relato corto que escribí hace ya tiempo. ¿Qué paso? Pues lo de siempre en estos productos, los actores tienen sus trabajos y se cansan, te terminan dejando, como es de mi propio bolsillo el dinero se extingue y la tengo a medias.

Espero algún día encontrar a gente que de verdad se comprometa y podamos realizar algo potable. Realmente no quiero dirigir de cualquier manera. Me daría vergüenza firmar algo tan malo como DEADHUNTERS y presumir de ello. Si decido ponerme tras una cámara es para hacer un trabajo digno. Amo demasiado el género para insultarlo con cortos mal hechos simplemente para echarme unas risas.

FJ: Háblenos de sus próximos proyectos.

AP: Pues en lo próximo entra nuestra amiga común y gran escritora lidia Cervantes con la que estamos desarrollando una serie de relatos cortos de terror en un libro conjunto.

FJ: Conocemos la existencia de su novela “El club”. ¿Ha pensado publicarla en Lulu para que pueda llegar a más público.

AP: Evidentemente lo pensé pero tengo contrato con una editorial y no puedo publicar alegremente donde quiera. En el futuro me propusieron una segunda parte del club pero no me apetece volver a lo mismo. Cuando termine mi vinculación con dicha editorial puede ser que la mueva por LULU o por otros lugares.

FJ: ¿Tiene más escritos no publicados?.

AP: Si. Caníbales la publique en su momento pero decidí realizar una versión más larga por lo tanto veremos que pasa. Después tengo libros de relatos cortos como por ejemplo “Directores del mal” o “Los límites del dolor”.

FJ: Gracias por su tiempo y por su libro. Le deseamos suerte con el mismo, y que su blog personal siga tan vivo e interesante como hasta ahora.

AP: Gracias a ti y te deseo todo el éxito con tu novela que ya sabes que me encanto.

viernes, 4 de enero de 2008

Sueños de un clarinetista




¿Cuando dejó de interesarme de verdad el cine de Woody Allen, que pasó de ser un icono para mi, a uno más de la lista de directores americanos del montón?. ¿Cuando comencé a transformar mi veneración en simple curiosidad, en ese "veo esta película si no hay nada mejor"?.



Creo que el desencuentro data más o menos del año 1987, cuando se estrenó en España "Días de radio", y se produjo ante la desilusión que me causó el hecho de que la primera escena del film de Woody Allen relatara, casi al pie de la letra, la misma historia que una antigua película española, "Historias de la radio", que se parecía de antemano desde el mismo título. Se trata de la historia de un ladrón, que en ese momento está robando una casa, y contesta cuando llama por teléfono el presentador de un concurso radiofónico, con tan mala suerte que el ladrón, interpretado en la película española por un jovencísimo Angel de Andrés, conoce la respuesta a la pregunta que le formula el otro. La misma historia, en el mismo orden, rodada con más medios pero con el mismo argumento. No pude evitar la decepción que me había causado uno de mis directores hasta aquel momento favoritos.


Después de esta película vino la época de "Alice", "Otra mujer", "Escenas en una galería"... Títulos que parecían haber sido rodados por alguien muy diferente. A veces he sospechado incluso que Allen pudo tener negros que rodaran por el... No sé como describirlo. Una sensación muy extraña que traté de quitarme acudiendo emocionado al estreno de "El enigma del escorpión de jade". Imposible llegar hasta el final, y creo que fue la primera vez que me ocurrió.



Algo tan simple como aquello, provocó el que Woody Allen pasara a convertirse en uno más del montón. Me había estado desilusionando bastante antes, con esa especie de "Remember Bergman" que se instaló en su cerebro y que le empujó a dirigir títulos como "Interiores", "Recuerdos" o "Septiembre". De vez en cuando, intercalaba entre esas profundidades títulos tan interesantes como "Zelig", "La rosa púrpura del Cairo" o "Hanna y sus hermanas", una soberbia comedia en la que nos damos el gustazo de contemplar una de las mejores interpretaciones de Michael Caine. Sin embargo, ni siquiera esas obras llegaban a alcanzar, a mi juicio, la esplendorosa genialidad de´los primeros títulos, desde "Bananas" hasta "La última noche de Boris Grushenko" pasando por joyas como "Toma el dinero y corre" y, sobre todo, una película que representó durante mucho tiempo, y representa todavía, uno de mis pilares del cine: "Sueños de un seductor".



Me cuesta describir la sensación que nos produjo esa película, de 1972, al grupo de amigos que la vimos, allá por 1976 o 1977, en un cine lleno de humo (creo que era el único de Madrid en el que se permitía fumar), cerca de la ribera del manzanares, que se llamaba cinestudio Griffit, con una h intercalada en algún lugar que no recuerdo y que, por tanto, he optado por eliminar. Solo el comienzo de la misma, con un Woody Allen alucinado mientras contempla por enésima vez el final de "Casablanca", película de la que conoce de memoria los diálogos, merece pasar por sí sola a los anales de la gran pantalla.



Vista hoy, podría pensarse que "Sueños de seductor" ha envejecido mal, y puede ser que así sea en lo que se refiere a ambientación, vestuario, formas de actuar... Pero sin embargo, mantiene intacta su carga vital, y podría constituir, incluso hoy en día, un decálogo del perfecto solitario que quiere dejar de serlo.


Resultan cómicos, patéticos, tristes, alegres y en muchas ocasiones compartidos por uno mismo, los desesperados intentos que hilvana el personaje interpretado por Woody Allen para caer bien a las mujeres. Resulta entrañable la inestimable complicidad de una guapísima Diane Keaton, que se preocupa tanto de la estabilidad emocional de su amigo, que termina enamorándose de el. A destacar también las esporádicas apariciones de la imponente figura de Bogart, vestido con la gabardina que lucía en Casablanca, que se desespera la mayoría de las veces ante la inoperancia, la timidez y la incapacidad amatoria de Allen.



Una gran película, en definitiva, tejida con unos mimbres de genialidad que ya despuntaban, aunque de una forma no tan clara, en títulos como "Bananas" o "Toma el dinero y corre", la patética historia, rodada en forma de documental, del incompetente delincuente Virgil Starkwell, personaje magistralmente interpretado también por Woody Allen. A través de entrevistas a sus padres, que aparecen en pantalla ridiculamente disfrazados con narices y gafas de broma, y a sus más allegados, se va desengranando una trayectoria vital que pasa de la mediocridad al más profundo patetismo. Un argumento que nos trae a la memoria en cierto modo la famosa frase de Groucho Marx: "Hemos alcanzado desde la nada las más altas cimas de la miseria".



Puede que a Woody Allen, un indiscutible genio, le perdiera en cierto modo su veneración a los genios, y me explico: no se puede imitar a Bergman sin caer en la pedantería, y jamás se puede, ni se podrá, tratar de imitar a Fellini, el inalcanzable, un indudable icono cinematográfico del que hablaré en una próxima entrada. Woody Allen se ha perdido en su propia genialidad. Puede que el reto, que considero pretencioso y ligeramente absurdo, de sacar una película por año, ayuda poco a recuperar la grandeza perdida. Puede también que la posibilidad de contar con inabarcables presupuestos para sus películas, los actores del momento y todos los medios a su alcance, coarten también la agudeza creativa que demostró en sus primeras películas, de presupuesto muy limitado pero más vivas.


No sé en realidad lo que me ocurre con Woody Allen, pero lo que sí puedo manifestar, completamente convencido, es que disfruté más con "El dormilón" que con "Match Point", y grito esto a los cuatro vientos, consciente de que pueden recaer sobre mi las iras de los admiradores incondicionales de este singular director, que sin duda lo es, pero más en sus comienzos que en la actualidad.



Uno de los motivos que me han inspirado esta entrada, ha sido sin duda la maravillosa acuarela de Carmen que la preside. Desde que me la envió, no he dejado de darle vueltas al tema. Carmen, te dedico, pues, estos comentarios. Creo incluso que hemos visto alguna película de Allen juntos, y no sé si estarás de acuerdo con mi visión. Me gustaría conocer vuestra opinión al respecto.